6. Señales

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-''Cierra los ojos, respira profundo y lánzate. No te atraparemos, nadie lo hará; mas el agua es segura, ella no permitirá que te hagas daño. Aquí no sentirás dolor. Cierra los ojos, respira profundo y lánzate... Ashley, te estamos esperando" —las sombras susurraban ese mantra una y otra vez, pero la niña no tenía control sobre sí misma, su cuerpo no le obedecía, su mente estaba en blanco, estaba a punto de dejarse llevar, aun sabiendo que las sombras eran unas mentirosas... y que en vez de agua era un río de sangre''.

La pequeña rubia se despertó sobresaltada y al comprender que no estaba en el comedor de la casa de su tía se puso nerviosa.

No recordaba la última vez que había ido a un hospital, después del día en que nació, claro.

Su padre estaba sentado en un pequeño y mullido sofá de cuero negro en una esquina de la brillante habitación, con la cabeza gacha.

La pequeña rubia miró a su alrededor con detenimiento, las paredes eran de un verde pálido, el techo blanco y con dos enormes lámparas, de bajo consumo seguramente. Volteó el rostro y sintió que tenía un fuerte dolor de cabeza y la mala posición le provocó un viento en el cuello.

Ah, cómo si estar en una camilla de hospital no fuera lo suficientemente incómodo, descubrió a su tío y a su tía en ese extremo de la habitación, sentados en un sofá, Anna dormía en las piernas de su padre.

La pequeña rubia se cuestionaba la presencia de todos allí, incluso la suya propia.

"¿Qué ha pasado?" –pensó.

Su padre alzó la vista hacia su hija y al notarla despierta se incorporó de inmediato y se acercó a ella.

-¿Cómo te sientes, princesita? —le preguntó, acariciando sus dorados cabellos con su mano derecha. Le dio un abrazo protector y la sostuvo entre sus brazos mirándola con un amor incalculable.

No podía dejar de sentirse culpable.

-Me duele la cabeza. —dijo con voz queda la niña, cerrando los ojos al comprobar que no se acostumbraría al exceso de iluminación en esa habitación.

-Comprendo, iré a llamar a la enfermera. —tan pronto como dijo aquello la niña sintió un viento frío recorrerle el cuerpo, desde los pies hasta en la coronilla, donde su padre tenía su mano un segundo antes, y un vacío en el pecho la arropó.

No quería que se fuera, no quería que la dejara sola, las sombras la estaban acechando.

Tenía mucho miedo.

No pasó un minuto para que Mario regresara con una enfermera y una doctora a la habitación. Sus cuñados y su sobrina ya tenían que irse pues pasaban de la una de la madrugada y en pocas horas tendrían que ir al trabajo y su sobrina debía descansar, pero prometieron mantenerse en contacto.

Mario nunca se había sentido tan asustado en su vida como hasta ese momento. Ver a su hija desmoronarse ante sus ojos y la impotencia de no poder hacer nada para ayudarla lo tenían frustrado y atormentado.

Aún no llamaba a su mujer, no se atrevía a devolverle las dieciocho llamadas perdidas que había recibido en toda la noche.

Ella estaba muy mal y no quería que se levantara en su estado a gritarle y echarle la culpa, él ya se sentía lo suficientemente culpable. O tal vez no.

Mordía la uña del dedo meñique de su mano izquierda, esperando a que la doctora terminara con sus exámenes y revisara los resultados de los análisis para que le dieran un veredicto.

Sin embargo, cuando ésta salió a darle la noticia, no estaba preparado para lo que escucharía a continuación.

~*~

Cecilia no había podido conciliar el sueño, ni estaba en sus planes para esa noche hacerlo. Su hermana y su cuñado tampoco habían contestado a sus llamadas y la pobre mujer estaba hecha un manojo de nervios.

Eran las 3:43 am cuando finalmente escucha la puerta de entrada abrirse y cerrarse en un intervalo de tiempo de treinta segundos.

Se levantó del sillón temblando y con los ojos achicados por la preocupación y el cansancio.

Mario llegó a su encuentro cargando a su princesita, con una bolsa y unos folios en la mano.

Cecilia tenía un nudo en la garganta y una punzada en el pecho la hizo reprimir un sollozo.

La mirada que le lanzó su marido solo podían ser malas noticias.

Llevó a la pequeña rubia hasta su habitación, donde la recostó sobre su cómoda y tapó con sus sábanas de florecitas. Dejó la luz encendida cuando salió para dirigirse a su alcoba seguido de su mujer.

Cerró la puerta con pestillo y se quitó la corbata mientras intentaba retener las lágrimas y daba pequeñas bocanadas de aire para alejar la bruma que sentía.

-Mario, mírame y dime lo que pasó. Tu silencio me está matando. —rogó Cecilia tomándolo del brazo y acercándose a él.

Giró su rostro y sus miradas se encontraron, los ojos ambarinos de su esposa lo miraban con súplica. Sus mejillas estaban rojas y su labio inferior temblaba.

Él temía decírselo, no había forma en el mundo por más sutil y delicada que fuera que pueda amortiguar el golpe de esa noticia.

Las palabras se atoraron en su tráquea y soltó un gruñido desesperado.

Su mujer harta de la incertidumbre empezó a gritarle como sospechaba que lo haría.

-¡Dime de una maldita vez qué sucedió, Mario!

Él agachó la mirada hasta sus zapatos y le extendió los folios que le había entregado la doctora horas antes con la fatídica noticia.

No tuvo el valor de ver el rostro de su esposa cuando leyó lo que aquellas páginas decían.

Los sollozos ahogados por su palma vendada escapaban sin parar desde lo más profundo de su pecho. Cecilia estaba muerta por dentro, otra vez. Su felicidad se veía eclipsada por una nueva desgracia.

Una de la que ambos eran culpables, y el remordimiento les carcomería la conciencia toda la vida.

¿Cómo habían podido estar tan ciegos, ser tan descuidados y despreocupados?

Ambos abrazaron el insomnio en compañía esa noche, pero al mismo tiempo cada uno perdido en su propio lamento, en su propio suplicio, siendo burla para Morfeo y sus hijos. Pensando en su pequeña princesita dormida en la habitación de al lado, y que en cualquier momento la pesadilla puede continuar.

No vieron las señales a tiempo, era apenas el principio de dolores.

~*~

ANNIE: Mi prima es una psicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora