9. Secretos bajo la lluvia

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Estaba cayendo tremendo torrencial digno de un ciclón la madrugada del 25 de mayo de 1998. Los árboles se balanceaban de manera salvaje en contra de su voluntad debido a los feroces vientos que los azotaban, tan fuertes que muchas ramas se quebraron con la turbulencia. Las gotas de lluvia helada caían como diminutas dagas de granizo y se estrellaban contra la ventana de cristal de la habitación de la pequeña Anna.

El reloj marcaba las 4:16 am y la pelinegra no había conseguido aún conciliar el sueño. Las sombras de las ramas danzando la siniestra melodía del zumbido que producía el viento, creaban figuras espeluznantes en la pared frente a su cama.

Se cubrió de pies a cabeza, haciéndose un ovillo entre las almohadas, y cerró los ojos con fuerza. Pero las imágenes de su pesadilla volvieron a su mente como si se tratase de un visor 3D frente a sus ojos. Flashes de imágenes borrosas y muy confusas le arrebataban el sueño. Inquietantes y frustrantes, estaban acabando con sus nervios.

Volvió a descubrirse de sus colchas y miró fijo la pared otra vez. Las sombras parecían estar formando un rostro deforme con una sonrisa ladeada. La pelinegra se cuestionaba si eso era posible siquiera. Se cuestionó el hecho de que se haya ido la luz eléctrica, o que su madre no haya ido horas antes a darle las buenas noches. Pero, lo que la tenía verdaderamente en ese insomnio inusualmente silencioso y estresante, era el hecho de que su padre no había regresado a casa.

Anna se rindió en el quinto intento en menos de veinte minutos, y decidida se incorporó en la cama, se puso su pantuflas blancas con diminutas orejas de conejito y se acercó con sigilo a la puerta de su alcoba. La tomó de la perilla y con todo el cuidado del mundo la giró y haló con lentitud. Un chirrido tembloroso brotó de las viejas bisagras provocándole dentera a la niña mientras deslizaba su cuerpo fuera de la estancia.

La puerta se cerró sola detrás de sí.

Anna daba pasos de tortuga por el pasillo rumbo a las escaleras, temerosa de que su madre la oyera o que incluso siguiera en la sala del primer piso.

Bajó con pasos firmes los peldaños de la escalinata, sumergida en una tenue oscuridad, mirando todo a su alrededor sin mirar nada realmente.

Una vez en la sala, descubrió el cuerpo de su madre tendido sobre el sofá. Estaba dormida, y leves ronquidos salían por su boca, sus labios estaban entre abiertos y un hilo de saliva se deslizaba por su barbilla.

Candace se había quedado dormida esperando a Esteban, quien había salido a una reunión importante del trabajo.

Su marido era un exitoso agente de bienes raíces con su propia oficina en las alturas de uno de los edificios más altos de Nueva Orleans. Había logrado un ascenso en la empresa para la que trabajaba y el cargo le proporcionaba un considerable aumento en su sueldo, su propia secretaria y la oficina de la esquina -con ventanales de piso a techo- y una tremenda vista al hermoso Barrio Francés y el Parque Central.

Esteban sin duda estaba en su mejor momento. Un hombre exitoso, con una hermosa familia que adora con su alma. Su esposa es el amor de vida, su pequeña hija es el amor de su vida. Pero este hombre es más ingenuo de lo que aparenta. Está lleno de inseguridades en su vida laboral, aun cuando hace su mayor empeño, pues ama su trabajo.

Tiende a quedarse horas extras y llega tarde a casa aunque tiene que irse muy temprano por las mañanas, lo cual pueda ser la causa de su adicción al café.

Luego de la junta no vio venir la propuesta de uno de sus superiores de brindar por su nuevo cargo en la empresa.

Lo vitoreaban y felicitaban con palmadas en el hombro derecho, estrechamientos de manos y abrazos afectuosamente hipócritas.

ANNIE: Mi prima es una psicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora