Capítulo VIII

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Era principio de noviembre y el frío se volvía casi insoportable en Frankfurt. La panza de Caterina ya no podía ocultarse, y aunque no era enorme, sí causaba ternura ver como su cuerpo cambiaba con la maternidad. Más enternecida en su carácter, Cati se aferraba a su hermana con amor. Ya nadie hablaba del compromiso de Luján y ésta tenía la esperanza que tras su falta de respuesta a Federico, él hubiese desistido. Tampoco había vuelto a ver a Burke desde septiembre, desde la noche que tía Irene comunicó la nefasta noticia.


—Luján, cariño —la habló tía Irene entrando en la habitación—, quizás quieras venir a la ciudad conmigo —le ofreció amablemente—. Debo ir a la costurera también, podrías elegirte algún modelo nuevo. Tengo la mejor modista de Frankfurt, te encantará como trabaja.

—Encantada —aceptó la pelirroja.


Después de arreglarse, ella e Irene salieron de la casa y el chofer las llevó hacia, lo que dedujo Luján sería, el centro, lugar donde se concentraba la actividad comercial en todas las ciudades. En nada ese lugar se parecía a su ciudad natal, algunos automóviles pasaban a su lado por las calles adoquinadas, la gente parecía llevar prisa y caminaba casi corriendo por su lado, su tía parecía acostumbrada aquel ir y venir veloz en las calles. En una ciudad grande como Frankfurt era difícil que las personas se conocieran, diferente a Buenos Aires, donde la gente acostumbraba a saludar a todo mundo e incluso a departir allí mismo, en la calle, donde se encontraban. Los soldados invadían las calles en Alemania, en toda Europa era así por lo que escuchaba Luján de boca de Warren, los países habían quedado con una sensibilidad bélica increíble después de la gran guerra, el porte que les confería el uniforme a aquellos hombres alemanes parecía hacer que todos ellos se vieran elegantes y enormes, la joven no pudo evitar que la imagen del teniente Burke Locbocki se filtrara en su mente, aquel uniforme a él lo dejaba demasiado bello. Claro era que el teniente se había enojado con el anuncio de tía Irene en la mesa cuando cenaban esa semana de septiembre en la casa, la pelirroja no volvió a tener oportunidad de explicar qué había sucedido con Federico de la Vega y la farsa de un compromiso que ella jamás aceptó. No había vuelto a saber de Burke y en vano le resultaba recordar aquella tarde a orilla del río cuando se besaron, porque cada vez que lo hacía sentía más la necesidad de verlo.


—Apenas tenemos poco más de dos meses para armar el ajuar del pequeño bebé de Caterina —comenzó a hablar Irene mientras caminaban.

—Tenemos todo lo que necesitamos —la tranquilizó Luján—. Mi hermana está ansiosa, creo que ese bebé que espera le cambiará la vida para siempre.

—Claro que sí —afirmó—. Solo me preocupa su obsesión por Dante Broski. Mi hermano y Rafaela jamás permitirían que ese muchacho se case con su hija menor —pensó en voz alta.

—Lo sé —murmuró la pelirroja—. Él no merece a Cati. Incluso ella me confesó que Broski respondió a sus cartas, pero que no sabe si lo ama realmente —a tía Irene la tomó por sorpresa lo que Luján le informaba en ese momento.

—Bueno... no esperaba oír eso —se sinceró—. Creí que ella estaba enamorada de aquel muchacho que la embarazó.

—¿No has notado nada raro, tía? —inquirió Luján algo divertida. Irene la miró desconcertada— Aquella semana de septiembre cuando Emile Becker estuvo en casa —presagió.

—¿Debí hacerlo?

—¡Por favor! —exclamó divertida la joven— Cati y Becker se entendieron de maravillas, sus charlas siempre eran amenas y divertidas. Era obvio que se entendían —a Irene aquello le resultó insuficiente.

Amor TempestadWhere stories live. Discover now