Capítulo 53: Inmarcesible

7.8K 1K 284
                                    

"Muchos de los que viven merecen morir, y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos".

El Señor de los Anillos

—J.R.R Tolkien—



El más claro de los destellos de luz llegó a mí junto con la suave brisa del amanecer, fugándose por la puerta totalmente abierta de la entrada, rozando mi rostro con especial frescura. Mis pies bajan escalón por escalón esta gran escalera de madera chirriante, situada en el medio del recibidor. He dejado atrás aquella habitación con gran pesadez; la habitación que fue la tumba de Charles por tantas décadas. El misterio ha sido resuelto, y yace entre mis manos. El cofre, pequeño, pesado pero liviano a la vez, es sostenido por mis manos como si fueran el tesoro más grande. Lo llevo con especial delicadeza, como si fuera un niño recién nacido al que temes dejar caer por error. Bajo las escaleras lentamente, con mis ojos fijos en el cofre, cuidando cada paso, cada respiro, cada movimiento.

Es él al que llevo en mis manos, es Charles. Podría haber permanecido sentada en la oficina de Aldrich todo el día, hasta el anochecer, con mi espalda contra la pared mientras observo el cofre, como lo hice durante una hora. Podría quedarme allí, con lágrimas cayendo por mis mejillas, hasta que mis ojos se hincharan, cuestionando todo lo que es la vida, la muerte, el bien y el mal. Fue lo que hice, lo que intenté hacer. Quise proyectar mi ira hacia Aldrich, matarlo nuevamente y seguirlo matando hasta el final de los tiempos, pero no valía la pena. Quise responder muchas preguntas, pero ni siquiera me esforcé en responder una, sólo me quedé allí, sentada, observando aquel cofre dorado.

Por primera vez después de tanto tiempo mi mente estuvo en blanco, por primera vez no me preocupé, no me cuestioné, sólo observé. Ni siquiera sentía ese extraño escozor por venganza, esa fuerte pesadez de ira, ni esa horrible sensación de tristeza; sentí todo eso por unos minutos, pero después sólo podía sentir paz.

Los Pemberton serán reunidos finalmente, enterrados con debida dignidad, y podrán descansar en paz, por fin, hasta el final de los tiempos.

Me preocupé porque aquel demonio viniera por mí, que me arrebatara el cofre, que me dejara inconsciente, pero no lo hizo. No sé qué sucedió: si es que no sale de día, o si el haber descubierto por fin la última pieza de verdad lo habrá hecho irse de nuevo, y para siempre, a donde pertenece. No sé qué fue lo que sucedió, pero de repente el lugar se sintió menos pesado, menos terrorífico. No sentí miedo al quedarme allí una hora más, y no corrí por el corredor con ansias de salir. Me levanté lentamente, di un último vistazo a las cenizas y cerré el cofre con delicadeza, tomándolo en mis manos con cuidado, y caminando con lentitud hacia la salida.

Todo parecía ir en cámara lenta: mis pasos, mi respiración, mis parpadeos. Las pinturas del mar que hay al lado de cada puerta en el corredor de repente reflejaban una especie de tranquilidad. Tengo a Charles en mis manos, y lo único que quiero es protegerlo, aunque esto signifique el adiós.

Cuando llego al recibidor doy un último vistazo a mi alrededor, y mis ojos se topan con el reflejo de un gran espejo, donde me devuelvo la mirada cansada. Mi rostro está lleno de rasguños sangrantes por las ramas de los árboles con los que me topé al correr en el bosque; mi piel está sucia, llena de lodo seco, pero las lágrimas hicieron paso a través del mismo, y dejaron su forma dibujada. Mis ojos están rojos, y mis párpados levemente hinchados. Me veo horrible y cansada, pero de alguna forma puedo ver tranquilidad, no miedo.

Desde hace un sueño (En físico en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora