[Nagi]

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Lancé una carcajada mientras seguía los ridículos pasos de baile junto a Érica, quien estaba a punto de llorar de la risa. Éramos conscientes de que había media escuela que nos veía en medio de nuestro acto de ridiculez, pero no nos importaba, a mí ya no me importaba. Era cierto que al principio de año, cuando llegué, no me gustaba llamar mucho la atención pero después de estos meses aquí, se me había ido el miedo y me sentía libre de poder hacer tonterías sin pensar en lo que dijeran los demás.

Era una libertad que no tenía en la aldea gracias a la abuela. Nunca me permitió salir a jugar, me mantenía en casa todo el tiempo y tampoco me dejaba lastimarme aunque fuera por accidente.

—Izquierda, atrás, al frente—la voz de Érica me sacó de mis pensamientos, me dictaba los pasos que debía seguir.

Volví a estallar en una carcajada mientras Shiba y Nagi hacían como si no nos conocieran (la decepción reflejada en dos rostros). Mi amiga y yo dejamos de bailar cuando nos cansamos, nos sentamos en el césped y seguidamente los dos chicos que estaban sintiendo la mayor vergüenza ajena de sus vidas se acercaron a nosotras, sentándose nuestro lado.

—Enserio, dan vergüenza —comentó Shiba abriendo una botella de agua.

Érica y yo nos miramos a la vez, luego volvimos a verlo a él:

—Nos vale—dijimos al unísono.

El hombre lobo rodó los ojos mientras que Nagi reía levemente, negando con la cabeza. Le di una pequeña sonrisa tomando la botella de agua que me tendía mi amiga, tomé un trago y luego le puse la tapa, suspirando.

—No estoy acostumbrada a moverme tanto—dije dejándome caer hacia atrás, quedando totalmente recostada en el césped.

Érica soltó una risita.—Debo admitir que no bailas mal.

—De hecho, me encantaba bailar en mi aldea—respondí viendo hacia el cielo—, lo hacía sola en casa pero me encantaba.

—¿Entonces por qué dices que no estás acostumbrada a moverte tanto?—preguntó Nagi recostándose a mi lado.

Giré la cabeza hacia él. —Es que no había bailado en mucho tiempo—respondí dándole otra pequeña sonrisa.

Nagi me sonrió de vuelta sin añadir nada más. Me encantaba su sonrisa, era demasiado tierno; tal vez todo lo que sentía o lo que me había dicho no fuera lo más tierno del mundo, pero cuando dejaba de encerrarse en sí mismo, cuando se olvidaba de todos sus problemas, era feliz, yo misma lo sabía porque se notaba en su rostro y era muy diferente a como se veía cuando estaba triste, inseguro y decía que su vida no tenía valor.

—Oigan, si van a besarse, podemos apartar la mirada si quieren —dijo Shiba, arruinando el momento.

Llevé mi mano a mi frente, riendo levemente. Nagi se acercó un poco más hacia mí pasando su brazo por debajo de mi cuello y abrazándome justo así como estábamos, acostados en el césped. Pude ver la mirada de ternura que tenía Érica, pero solo podía estar concentrada en ese momento que era nuestro, de Nagi y mío.

Escuché a Shiba decir: “Son muy tiernos... Me dan asco.”
Solté una risa pequeña al escucharlo y le di a Nagi un beso en la mejilla.

Después de un tiempo, Shiba y Érica se fueron de ahí, dejándonos totalmente solo. Casi estaba anocheciendo pero nosotros dos estábamos cómodos, cada uno en sus pensamientos, en un silencio casi sepulcral. No era incómodo, me gustaba cuando escuchaba su respiración tranquila y su corazón latir, además me gustaba disfrutar de su calor.

—¿Prometes que me recordarás?—su voz sonó un poco ronca al haber estado tanto tiempo en silencio.

Siempre me lo preguntaba, aún no se creía que yo estuviera con él, ni que le hubiera prometido que siempre iba a estar a su lado y que siempre lo encontraría. Me preguntaba si lo recordaría, mi respuesta siempre era la misma:

—Te recordaré siempre, y siempre te voy a encontrar—susurré alzando la mirada para verlo.

Su mirada ers triste, como siempre que se ponía así. Me acerqué un poco más a él para unir nuestros labios en un beso lleno de ternura que me llegó al corazón.
Lo había visto muchas veces mal, pero esta vez había sido más fuerte porque no me respondió el beso. Simplemente ahogó un pequeño sollozo y yo no pude evitar ponerme a llorar en silencio por verlo tan mal. Una parte de mí no quería que desapareciera, quería que estuviera siempre presente, ver su rostro todos los días hasta que yo me convirtiera en huesos y otra sabía que era imposible, que sin importar lo que hiciéramos, yo sería un esqueleto y él desaparecería.

—No llores —susurró acariciando mi cabello—. Yo también estaré para ti, hasta el final.

Hizo que volteara a verlo, secó mis lágrimas con su pulgar y me volvió a besar, solo que este beso estaba lleno de tristeza combinada con amor. Me partía el alma.

—Entiendo si alguna vez te cansas de mí—susurró cerca de mis labios al terminar el beso—. Sabes lo que me ocurrirá...Sabes que desapareceré y no me verás más, posiblemente no me vayas a recordar. 

—Te he dicho miles de veces que siempre te recordaré...

—No podemos controlar bien nuestra memoria. Serán doscientos años sin verme, no recordarás ni mi rostro, ni mi voz, ni siquiera vas a sentir mi calor...

—Y yo seré un simple esqueleto, Nagi—susurré tomando su mano—, ambos desapareceremos de una forma u otra...Tú ya no podrás ver mis expresiones faciales.

—Y tú no podrás verme a mí.

—Pero igualmente, podemos estar juntos. Te he encontrado ya varias veces, lo seguiré haciendo —susurré repartiendo varios besos por su rostro.

Él soltó una pequeña risa mientras sorbía su nariz.

—Te encontraré las veces que sean necesarias—susurré pasando a besar sus labios.

Me respondió el beso con ternura y pasión, una mezcla tan inocente pero a la vez tan perversa...Era Nagi, quien tenía demasiadas facetas, algunas las había logrado verlas ya, otras tenía que descubrirlas todavía, pero lo haría con el paso de los años, porque lo había prometido y porque quería hacerlo: me iba a quedar junto a Nagi hasta que mis huesos se volvieran polvo.

Ephemeral One ShotsWhere stories live. Discover now