—Caliente —susurré, cerrando los ojos y dejando caer mi cabeza levemente hacia atrás.

    —¿Estás caliente, Marcel?

    —Oh, por favor —gruñí. Llevé mis manos hacia mi rostro, cubriéndome de manera exasperado. Necesitaba bajármela ya.

    —Es tiempo de salir —dijo sin más y empujándome fuera del lugar. Salí de manera torpe, casi tropezando con mis propios pies. Inmediatamente lleve mis manos hacia mi bulto, ocultando lo claro. Muchas mujeres se encontraban fuera ahora, mirándome, atentas a cualquier movimiento que realizase. ¿Es que han escuchado todo lo que pasó ahí dentro? Santo Dios, que vergüenza. Me dirige al lugar en el que anteriormente me encontraba sentado junto con las compras. No alejé la mano en ningún momento de mi entrepierna. Observé algo nervioso al recibir tantas miradas. Me sentía más bicho que en la escuela. Tomé una de las bolsas de Daphne y de manera disimulada la coloqué sobre mis piernas… Joder, Daphne me las pagaría.

    —Disculpe —detuve a una de las mujeres que me pareció que trabajaba en la tienda—. ¿Puede decirme donde está el servicio? —pregunté, luchando por ocultar mi nerviosismo.

    —Claro —asintió—. Sígame.

    Apenas llegué al lugar, me adentré en éste. Dejé la bolsa a un lado. Mordí mi labio con fuerza y cerré los ojos de la misma manera, mientras mi mano apretaba sobre mis pantalones.

    Diablos… Daphne Hurley me las iba a pagar, sí o sí.

                                                                                                                                           

                                                                                                                                          

    Sonreí de manera satisfecha al terminar de cambiarme, tomé las prendas respectivas en manos y salí del probador. Abrí las cortinas y, observé que habían muchas chicas fuera. Una rubia exactamente, hablaba con otra tipa mientras me miraba, más clara no podía ser. Rodé los ojos. Me importaba un comino si hablaba de mí o no, podía meterse las palabras a donde no le llegaba el sol. Observé algo confusa a mi alrededor… Me faltaba algo. Ah sí, Marcel.

    ¿Pero qué…? ¡Marce! ¿Y dónde se había metido éste? Oh, ay de él que me entere que ande por ahí con alguna puta. Le juro y le corto los huevos. Maldito idiota. Tomé mi teléfono en manos y marqué a su teléfono.

    —¿Dónde diablos estás? —gruñí, esperando alguna respuesta de su parte. ¿Cómo se atrevía a dejar mis compras solas, eh?

    —D-Daphne…

    —¿Qué te sucede? —pregunté algo confusa. Su voz era algo ronca, pero agitada también—. ¿Dónde te has metido?

    —Yo… Ya voy para allá.

    —¡Contéstame!

    —Oh… Mierda, oh, Daphne —gruñe jadeante.

    Y caí en cuenta de lo que estaba pasando. Santo cielo…

    —¡Maldito asqueroso! ¡Te quiero aquí mismo ya! —gruñí y finalicé la llamada. ¿Era posible que él…? Oh, Dios santo. ¿Cómo es que siquiera tuvo el descaro de contestarme en plena paja? Dios, que asco. Sin querer, mi mente voló a otro lado e imaginó de un momento a otro lo que él estaba haciendo. La imagen de Harry frotándose era simplemente… Oh, santo Dios. ¡No! Moví la cabeza de un lado a otro borrando aquella nube imaginaria. ¿Por qué los hombres se calentaban tan rápido? Gracias al cielo no tengo una polla.

    Pero viéndolo de otro lado… Aquello no era tan malo. Se estaba pajeando pensando en mí… Lo tomaría como un halago esta vez. Así como él, apostaría a que muchos tipos lo han hecho. Soy hermosa, ¿qué puedo hacer?

    —Daphne —el chico hizo su aparición pronto. Me levanté del sofá de espera y me acerqué a éste, molesta.

    —Idiota —rugí—. Eres un maldito asqueroso, Marcel Styles. No puedo creer que…

    —Oye, tranquilízate, ¿de qué hablas? —frunció el ceño, queriéndome hacer creer que no entendía lo que le decía.

    —¿Qué de qué hablo? ¿Y tienes el descaro de preguntarlo siquiera? ¡Pervertido!

    —No entiendo por qué me llamas pervertido, ¿qué hice? —se cruza de brazos.

    —Eres un descarado, ¿cómo es que no tienes vergüenza? ¡Una paja en un baño público! —susurré con fuerza, no queriendo que alguien nos oyese. Coloqué mis manos sobre mis caderas, esperando alguna disculpa. No me molestaba ahora el saber que se hizo una paja, pero de todas maneras quería que lo aceptase y se disculpase.

    —¿De qué hablas, Daphne? Me golpeé en la pierna, y te respondí porque pensé que podrías ayudarme, pero me colgaste —frunció el ceño. Mi rostro palideció. ¿Entonces…? Santa mierda—. ¿En qué pensabas Daphne? —una sonrisa socarrona iluminó sus labios ahora.

    —P-pero tú… —mi rostro quemaba de la vergüenza—. Eres un idiota —golpeé su hombro sin fuerza.

    —Eres una malpensada —ríe y me abraza por la cintura. Acepté gustosa. Me gustaban los abrazos de Harry, me gustaba sentir la calidez de sus brazos. Mi subconsciente más serio me mostraba una mueca de espanto, mientras que mi subconsciente más radiante corría de un lado a otro de manera campante con un cesto en las manos y tirando flores por doquier. ¿En qué estás pensando, Daphne? Me estoy volviendo loca.

    Observé a las tipas enfrente de nosotros y hablando como si de eso dependiese sus apestosas y aburridas vidas de cotorras. Sonreí. Me solté despacio de los brazos de Marcel, tomándole luego por sorpresa y besando sus labios con furor… Mostrándole a esas perras que Marcel era mío, sólo mío.

    Mío, mío, mío.

    Él sonrió con la respiración algo agitada cuando me separé de sus labios, luciendo algo sorprendido de repente por la manera en la que lo había tomado. Sonreí de manera victoriosa.

    —¿Qué fue eso? —suspiró. Me encogí de hombros y sonreí. Tomé unas bolsas en manos al igual que él, mirando a su atrás luego—. Ah sí, ya entendí, señorita Hurley —ríe soltando un bufido divertido. Reí también.

    —Perras —solté un bufido cuando nos encontramos fuera de la tienda ya.

    —¿Celosa, nena?

    —Claro que no, idiota —gruño y él ríe, uniendo nuevamente nuestras manos. Mordí mi labio fuertemente, sintiéndome tonta un momento por sentirme tan especial ante el pequeño pero hermoso detalle.

    —La rubia me dio su número —y así de simple lo tiró todo de un porrazo. Me giré hacia él como si del último vestido de Karl Lagerfeld se tratase.

    —¿Qué dijiste, Harry Edward Marcel Styles? Repítelo, repítelo y regreso a volarle las siliconas a la tipa esa.

    —¡Era una broma, era una broma! —ríe y me abraza inmediatamente—. No quiero a una rubia, Daphne. Te tengo a ti, ¿para qué quiero más? —aquellas palabras se graban en mi mente y corazón, sin más. Harry es simplemente… Dios mío, no hay palabras para describir a alguien como él. Sonríe y besa fugazmente mis labios.

    —Más te vale —advertí y él asintió, colocándose detrás de mí y abrazándome por la cintura. Él quiere matarme… Quiere hacerlo—. Me da rabia que hables con otra —admití, jugando algo nerviosa con nuestras manos ante aquella declaración.

    —Me gustas tú, ya te lo dije. Te quiero a ti, no a ellas —besó mi mejilla de manera dulce y encantadora. Sonreí. ¿No es un idiota perfecto? Claro que lo es.

    —También te quiero…, idiota.

NERD.Where stories live. Discover now