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Despierto con Janeth dándome la espalda

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Despierto con Janeth dándome la espalda. Luego de su agradecimiento, y de ver reflejada la preocupación en sus ojos, decidimos que lo mejor sería dormir. Hubiera sido increíble hacerlo abrazados, como dos personas que se aman y han disfrutado de una noche juntos, pero no pude fingir que todo estaba bien, que ella no es una mujer cualquiera que he contratado para mi beneficio, por lo que cada quién se fue a su lado de la cama para descansar.

Sin poder conciliar el sueño, debido a los pensamientos que invaden mi cabeza, y los temores que amenazan con acabar con mi seguridad, salgo de la habitación. Parezco alma errante, yendo de aquí para allá en plena madrugada, preocupándome por la reacción de Janeth cuando sepa los verdaderos motivos por los que está conmigo.

Entro un rato a mi oficina, con cuidado de no hacer demasiado ruido, y empiezo a buscar el archivo de mi cliente. No falta mucho para el gran día, y aunque sé que me será imposible mantenerlo ahí dentro sin que parezca sospechoso, al menos debo intentar retrasarlo un par de semanas. Ya tengo la mitad de su plan descubierto, y sin ella le será imposible hacer su próximo movimiento... Pero, ¿cómo convencerlo de qué no la busque?

Guardo todo, antes de que mi cabeza explote, y bajo a la estancia. Estoy más inquieto que antes, por lo que empieza a sacar ingredientes del refrigerador para ponerme a preparar el desayuno. No me doy cuenta de que ya ha amanecido, hasta que escucho a Abby abrir la puerta.

—Parece que te fue bien —saluda, al verme metido en la cocina—. Tan bien que te pusiste a hacer el desayuno.

—Estoy muy ansioso —confieso—. Janeth me agradeció el haberla obligado a volver.

—¿Tienes miedo….? —pregunta Abby—. ¿De lo que vaya a suceder cuando sepa la verdad?

—Más que eso —confieso—. No sólo por lo que vayan a hacerme, si no por lo importante que es ella para mi cliente.

—Deberías hablar con Sean —me aconseja Abby—. Quizá tenga alguna idea.

—No me ayudara saber que tan cerca están de descubrir todo —me sincero—. Además, tengo otro trabajo que hacer.

—¿Otro trabajo además de Janeth?

Asiento, sin decir más. Abby tuerce la boca, suspira y toma asiento en la barra, observandome cocinar.

—Creí que tener sexo ponía a las personas felices —suelta, cómo si nada—. O, menos gruñonas.

—Estoy haciendo el desayuno, ¿no? —reclamo—. Eso debería bastar.

Oímos un ruido cerca de la escalera, y nos encontramos con Janeth. Lleva puesto un suéter largo que deja a la vista sus piernas, trae el cabello recogido en un moño y su rostro no lleva gota de maquillaje. Hace un tímido saludo, antes de acercarse hacia donde estamos.

—No sabía que cocinabas —habla, impresionada.

—Casi nunca lo hace —responde Abby. Y suelta una risa al vernos, porque seguramente hemos puesto cara de colegiados descubiertos en pleno acto—. Ya le hacía falta algo de acción.

Miro a Janeth, que tiene el rostro completamente enrojecido, y empiezo a reír también. Abby tiene razón, me hacía falta acción y, más que nada, compañía.

—Espero que les guste —digo, sirviendo la comida.

—Lo diremos aunque no nos guste —habla Abby—. ¿Olvidas que eres el jefe?

El comentario de Abby logra arrancarle a Janeth una risa, que me parece nunca haber escuchado. Veo cómo sus ojos se cierran cuando lo hace, y las arrugas que se le forman. Su rostro parece el de una niña pequeña, emocionada por un regalo nuevo. Y me gusta verla así, tanto que mi corazón se comprime al pensar en ella en el peor escenario de nuestro plan.

—¿Pasa algo? —pregunta Janeth, levemente preocupada.

—Recordé que tengo algo importante que hacer —miento—. Iré a darme un baño.

Trato de verme relajado, y salir de ahí cómo si nada. Voy a mi habitación, me doy un baño para tratar de callarme       Recuerdo a Janeth, el aroma de su piel, sus gemidos, la forma en la que nuestros cuerpos estaban unidos, y me alisto. Empiezo a pensar en el peor de los escenarios, en ella siendo atrapada y yo metido en un lío del que me será difícil salir, y me doy cuenta que necesito de un plan B que me asegure todo estará bien.

Empiezo a vestirme, dándole vueltas a esa loca idea, cuando me doy cuenta que sólo he pasado una semana con Janeth. Tengo que seguir al margen, sin hacer nada sospechoso, para que Janeth siga a salvo.

Suelto un gran suspiro. Nunca pensé que no hacer nada me parecería tan complicado. Termino de alistarme, y bajo para reunirme con Abby y Janeth.

—¿Puedo? —pregunta Janeth, señalando mi corbata.

Asiento y levanto la barbilla, cómo señal de que voy a dejarla hacerlo, y se acerca a mí. El aroma a fresas que emana llega hasta mi nariz, ella pestañea con coquetería y niego con la cabeza.

—Vuelvo en la noche —aviso—. No hagan nada indebido.

Abby toma a Janeth de un hombro, para hacerla retroceder.

—Cuídate —me pide Janeth, y mi estómago se anuda.

¿Realmente seré capaz de quedarme sentado, mientras buscan con desesperación a Janeth? Me voy de ahí antes de que un no se instalé en mi mente. Al llegar al despacho, la anciana de la otra vez me espera.

—Y bien, señor Winston —me recibe—.  ¿Ha encontrado algo útil?

—Buenos días, señorita Prince —saludo a mi secretaria—. Buenos días señora…

Ella sonríe. No puedo creer que haya sido tan estúpido cómo para no preguntarle su nombre.

—Seguro se pregunta qué clase de abogado es… —se mofa de mí—. O cómo es que nunca me preguntó mi nombre.

—Lo siento tanto —me disculpo, avergonzado.

—En realidad mi nombre no importa mucho —se sincera—. ¿Puedo hablar con usted a solas?

Hago un gesto hacía mi oficina, y la anciana se levanta para entrar en ella. Le pido a mi secretaria que no pase nada de llamadas, y cierro la puerta. 

—¿Ha sabido algo de su cliente? —cuestiona, sin rodeos.

—Sólo que sigue en proceso su liberación —murmuro, mientras busco su expediente.

—¿Ya sabe la serie de planes qué tiene una vez que salga de la cárcel?

—Cada mínimo detalle. —La observo—. Aunque, estoy seguro que no está por eso.

La anciana baja la mirada. Juguetea con sus dedos, y suspira, cómo si no tuviera otra opción.

—Él sabe de la mujer que estoy buscando —habla, con nerviosismo—. No sé cómo, ni quién le dijo, pero lo sabe, y quiere encontrarla antes que yo.

—¿Y qué tiene de especial esa mujer? —cuestionó.

—No puedo decirlo hasta que encuentre algo sobre ella —afirma—. Por lo que, necesito señor Winston, que ponga todos sus esfuerzos en hallarla.

—Lo trataré —digo, no muy convencido—. Es difícil con la poca información que me ha brindado. 

—Me gustaría darle más, pero es lo único que se de ella —confiesa—. Confío en usted.

Se pone de pie, dispuesta a salir, pero logro sujetarla del brazo antes de que se vaya.

—¿Puede decirme su nombre?

—Señora Perkins —responde—. Ah, y otra cosa. Cuidese, señor Winston.

Su brazo se desliza de mi agarre, y la veo irse. Sus últimas palabras resuenan en mi cabeza, cómo una advertencia a todo lo que estoy haciendo.

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