A pesar de que eso me asustó mucho y me inmovilizó las manos, no me rendí. Ingresaba poco aire por la delgadísima abertura entre la bolsa y mi cuello, pero solté chillidos, gritos y preguntas para exigir que me dijera qué demonios hacían y por qué.

Obviamente nadie respondió. Lo único que recibí fue un fuerte empujón para que caminara. Intenté correr en ese momento, pero una garra se me enganchó al brazo y comenzó a jalarme en alguna dirección con una brusquedad dolorosa.

—O caminas o te llevamos inconsciente —ordenó una voz grave, violenta y desconocida.

Un pánico alarmante me invadió al entender que jamás había escuchado a esa persona en mi jodida vida. Entonces mi sentido lógico me indicó que obedeciera porque a) tal vez de esa forma podría evaluar mis posibilidades; y b) porque no era tan tonta en casos tan peligrosos.

Así que sí empecé a caminar. Al mismo tiempo intenté valerme de mi oído, pero en realidad era un estúpido oído normal que solo captaba lo superficial. Era obvio que no podía correr porque escuchaba pasos por detrás y junto a mí mientras me daban los empujoncitos para que caminara. De todos modos, en un bobo intento traté de deducir a dónde me llevaban, pero el problema era que estaba totalmente a ciegas y ya temblorosa y asustada.

No podía hacer nada loco.

Calculé unos cinco minutos de caminata en silencio hasta que de repente escuché el motor de un vehículo.

—Sube —arrojó la voz.

Y de repente una mano grande me volvió a coger por el brazo, me sacudió de mala gana y me lanzó hacia el interior de algo. El golpe fue duro, pero por los sonidos asumí que me habían metido en alguna cabina de camión de esas cerradas que usaban para transportar alimentos.

Se cerraron las puertas, se pasó el seguro, alguien golpeó la cabina en modo de señal y en un instante el camión arrancó.

El suelo debajo de mí empezó a moverse por las protuberancias del camino de tierra de la isla. Yo respiraba agitada y ya un poco sudorosa debajo de la bolsa. Era asfixiante, casi claustrofóbico. Me puso a latir el corazón a un ritmo violento y aterrado. No entendía nada y mucho menos sabía en dónde iba a terminar, quienes me habían capturado así y por qué.

O sí lo sabía.

De repente un nombre me vino a la mente: Regan.

Luego otro: Adrien.

Luego una suposición lógica y atemorizante: gente de Adrien y Regan enviada a hacerme pagar por lo que había divulgado de ellos.

Ay, mierda.

Me quedé quieta durante el traslado, con las manos inmovilizadas detrás de la espalda por las esposas y la boca entreabierta para coger todo el aire posible. Intenté trazar planes rápidos, pero mi mente estaba colapsada por las mil ideas, suposiciones y preguntas que me causaba la situación.

¿Cómo me iban a matar? ¿Me iban a torturar primero? ¿Acaso vería a Regan? ¿Y si veía a Adrien? ¿Eso significaba que Aegan, Adrik y Aleixandre habían fracasado? ¿Habían liberado a su padre y estaba dispuesto a cobrar venganza?

Intentar darle respuesta a todo eso me mareó y me revolvió el estómago. Hasta quise vomitar de los nervios, pero me controlé.

Pasaron minutos y luego tal vez una hora. Me sudaban la frente, el cuello, los dedos. Ya me había convencido de que estaba dispuesta a patear, gritar y morder apenas alguien se me acercara, pero no sabía si eso serviría de algo.

Quise llorar, pero no lo hice.

El camión se detuvo. Escuché la puerta del conductor cerrarse con fuerza. Luego silencio. Después los seguros de las puertas de la cabina girando, y en unos segundos estas mismas abrirse. Vi un débil reflejo de luz a través de la delgada rendija que dejaba la bolsa en mi cabeza.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora