capítulo 9:

208 10 0
                                    

Espera y veras.”

La sombría música del órgano empezó de nuevo y el hermano de Ali y los demás salieron ordenadamente de la iglesia. Aria que estaba achispada porque había bebido unos cuantos tragos de whisky, advirtió que sus tres antiguas amigas se habían puesto en pie y estaban abandonando el banco, de modo que supuso ella también debía marcharse.

Los de Rosewood Day se demoraron al fondo de la iglesia, desde los miembros del equipo de lacrosse hasta los empollones obsesionados con los videojuegos de los que seguro Ali se habría burlado en primero. El viejo señor Yew, que estaba a cargo de la subasta benéfica de Rosewood Datm estaba en la esquina, hablando en voz baja con el señor Kaplan, que daba clase de arte. Hasta las amigas del equipo juvenil de hockey sobre hierba de Ali habían vuelto a de sus respectivas universidades y habían formado un coro lloroso cerca de la puerta. Aria observó las caras familiares, acordándose de todas las personas que antes había conocido y ahora ya no. Y entonces vio un perro; un perro lazarillo.

Ay, Dios mío.

Aria asió el brazo de Spencer.

--Al lado de la puerta —cuchicheó. 

Aria entrecerró los ojos.

--¿Esa es…?

--Jenna —murmuró Hanna.

--Y Toby—añadió Spencer.

Emily palideció.

--¿Qué están haciendo aquí?

Aria estaba demasiado aturdida para contestar. Parecían los mismos y no obstante completamente diferentes. Ahora Toby llevaba el pelo largo y ella esta… preciosa, con una melena negra y grandes gafas oscuras de Gucci.

Toby, el hermano  de Jenna, se percató de la atenta mirada de Aria. Sus facciones adoptaron una expresión de amargura y aversión. Spencer apartó la vista enseguida.

--No me puedo creer que haya venido—comentó, en voz demasiado baja para que las demás la oyeran.

Pero Toby y Jenna ya se habían marchado cuando llegaron a las pesadas puertas de madera que conducían a los ruinosos escalones de piedra de la iglesia. Spencer entrecerró los ojos para protegerse del fulgor del cielo brillante y perfectamente azul. Era uno de esos esplendidos días de principio de otoño en los que no había humedad y una se moría de ganas de saltarse las clases, tumbarse en un prado y olvidarse de sus responsabilidades. ¿Por qué siempre pasaban cosas horribles esos días?

Alguien le tocó el hombro y Aria dio un respingo. Era un agente de policía rubio y corpulento. Aria les indicó a Hanna, Spencer y Emily que siguieran adelante sin ella.

--¿Es usted Aria Montgomery?—le preguntó.

Ella asintió en silencio.

El policía se retorció las enormes manos.

--La acompaño en el sentimiento—dijo--. Era una buena amiga de la señorita DiLaurentias, ¿no es cierto?

--Gracias. Sí, lo era.

--Voy a tener que hablar con usted. —el agente se metió la mano en el bolsillo. —Esta es mi tarjera. Vamos a reabrir el caso. Como eran amigas, es posible que pueda ayudarnos. ¿Le parece bien que la visite dentro de un par de días?

--Ah, claro —tartamudeo Aria--. Haré lo que pueda.

Como un zombi, dio alcance a sus viejas amigas, que se habían reunido bajo un sauce llorón.

--¿Qué quería?—preguntó Spencer.

--También quieren hablar conmigo—dijo atropelladamente Emily--. Pero no es para tanto, ¿verdad?

--Seguro que es lo mismo de siempre—afirmó Hanna.

--Es imposible que esté preguntando por…—empezó Aria.

Intranquila miró hacia la puerta de la iglesia, donde había estado Toby, Jenna y su perro.

--No—se apuró a contestar Emily--. Ahora no podemos meternos en líos por eso, ¿verdad?

Todas se miraron con preocupación.

--Claro que no—dijo al fin Hanna.

Aria miró en derredor a la concurrencia que murmuraban en el jardín. Se había puesto enferma al ver a Tobby y no había visto a Jenna desde el accidente. Pero era una coincidencia que el agente se hubiese dirigido a ella justo después de que los hubiera visto, ¿no? Aria saco a toda prisa los cigarrillos de emergencia y encendió uno. Necesitaba hacer algo con las manos.

Le contare a todo el mundo lo de Jenna

Tú eres tan culpable como yo.

Pero a mí no me vio nadie.

Aria exhaló nerviosamente el humo y escrutó de muchedumbre. No había ninguna prueba. Fin de la historia. A menos que…

--Ha sido la peor semana de mi vida—dijo de repente.

--Y de la mía—asintió Hanna.

--Supongo que no se puede ver el lado bueno—intervino Emily con una voz chillona y nerviosa--. Ya no puede ir peor.

Estaban siguiendo la procesión que se dirigía al aparcamiento de gravilla cuando Spencer se detuvo. Sus viejas amigas también lo hicieron. Spencer quería decirles que no guardaba  ninguna relación con Ali, A, Jenna, Toby ni la policía; sobre todo, quería decirles que les había echado de menos durante aquellos años.

Pero antes de que pudiera decírselo sonó el teléfono de Aria.

--Un momento…—musitó Aria mientras rebuscaba el teléfono en el bolso--. Probablemente sea otra vez mi madre.

Entonces vibró el Sidekick de Spencer. Y sonó un timbre. Y un pitido. No era solo su teléfono, sino también el de sus amigas. Aquellos sonidos inesperados y estridentes parecían aún más  escandalosos en contraste con la sobria y silenciosa procesión funeraria. Los demás dolientes les dirigieron miradad enconadas. Aria sacó el teléfono para acallarlo mientras Emily forcejeaba con un Nokia. Spencer sacó el teléfono del interior del bolso sin asas. Hanna Leyó la pantalla.

--Tengo un mensaje nuevo.

--Yo también. —susurró Aria.

--Lo mismo digo—agregó Emily.

Spencer comprobó que ella también lo había recibido. Todas pulsaron el botón de “leer”. Hubo un momento de aturdimiento silencioso.

--Ay, Dios mío—susurró Aria.

--Es de…—chilló Hanna.

Aria murmuró:

--¿Crees qué se refiere a…?

Spencer tragó saliva con dificultades. Las chicas leyeron el mensaje en voz alta al unísono. Todos decían exactamente lo mismo:

<<Sigo aquí, putas. Y lo sé todo.>> 

Pequeña Mentirosa || a.i ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora