Capítulo 15

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Pero la realidad era otra.

Tan pronto como se separaron, Aray pidió un taxi y Bella fue a por su bolsa. Apenas había metido ropa allí dentro, no quería llevarse muchas cosas que le recordasen todo lo que había vivido con Aray, bastantes recuerdos se llevaba ya en su memoria. Paseó por la casa como un alma en pena, examinando todo tal y como había hecho el primer día que había estado allí. No podía creerse que al fin fuese a marcharse... estaba contenta por eso, pero le dolía pensar que también iba a dejar allí al propietario de la casa, a quien quería más que a un amigo.

Nunca fue un secuestrador real.

Aún no podía digerirlo, su cerebro sufría tanto al acudir a esa nueva información para analizarla y asimilarla que rápidamente cambiaba de rumbo y volvía a un dolor menor: volver a una vida que estaba patas arriba. Y lo irónico era que no se encontraba así por culpa de Aray.

—Bella —la sacó él de sus pensamientos, con voz apesadumbrada—, el taxista ya está aquí.

Aquello resultó un nuevo mazazo en el corazón de Bella, una confirmación más de su nueva realidad.

Se acercó a él, como a cámara lenta, queriendo darle otro abrazo; pero en el último momento cambió de opinión: si lo abrazaba de nuevo, no sería capaz de separarse de él.

Así que contuvo las lágrimas, lo miró de arriba abajo y dijo:

—Adiós, Aray...

—Adiós, Bella —dijo él con tono compungido.    

    

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La cara de Inés cuando abrió la puerta y la vio al otro lado, con los ojos enrojecidos y unas lágrimas incipientes, cambió de la neutralidad a la inquieta sorpresa.

—¡Bella! —exclamó y se lanzó a abrazarla— ¿Qué tienes? ¿Te has escapado? —inquirió enseguida, sin tener ni idea de qué podría haber pasado para que su mejor amiga apareciese en la puerta de su casa con aquel aspecto. Lo obvio no tenía por qué ser la realidad, porque parecía que aquel secuestrador no era uno normal.

—No... —dijo Bella, temblando en los brazos de la chica.

—Anda, entra... y no te preocupes, mis padres no están ahora, puedes hablar con toda tranquilidad.

La muchacha entró en la casa de su mejor amiga y esta la descargó de su bolso de deporte.

La entrada a la casa de Inés daba directamente al salón, que estaba decorado con muebles y pared blancos: había un sofá de tres plazas con un cojín a cada extremo, una mesa auxiliar rectangular más baja que el sofá, unos cuadros, una planta y una pequeña estantería de pared con algunos libros de Edgar Allan Poe, por el cual Inés y su padre compartían gusto.

Para dar luz a la sala, había una gran ventana en dos de las paredes que hacían esquina.

—Siéntate —dijo señalándole el sofá— ¿Quieres un poco de agua?

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