Capítulo 10

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A las seis y media de la mañana, Bella ya estaba espabilada y animada. Parecía que Aray aún no se había despertado, pero saltó de la cama y abrió el armario para buscar algo que ponerse para ir a ver a Carmen.

El armario de Aray tenía, en su mayoría, ropa suya; pero se había ido llenando con la de Bella también. Ella había buscado por internet, delante de él, prendas de ropa y zapatos que le gustasen además de haberle indicado su tallaje para que él pudiese comprarle ropa, pero siempre en tiendas físicas.

Se puso unos vaqueros, una camiseta negra que tenía una estrella contorneada con lentejuelas doradas y unas botas del mismo color que la camiseta. Su collar siempre iba con ella.

Se fue a la cocina y se atrevió a encender el fuego para preparar el desayuno para ella y para Aray también. Aún no había terminado y se giró para ir a coger algo de un armario de la cocina cuando vio a Aray en pijama, con cara de sueño, apoyado en el marco de la puerta que daba al pasillo. La chica se sobresaltó, pues no lo había oído llegar.

—Qué susto... ¿cuánto llevas ahí?

—Unos treinta segundos. Estaba impresionado viéndote cómo te manejabas en la cocina, con eso de que te da pánico el fuego.

—Intento controlarlo...

—Y haces bien. ¿Qué estás preparando?

—Leche caliente y unas tostadas que iba a untar con mermelada y mantequilla.

—Hmm, qué rico —dijo él, sonriendo—, ¿quieres que te ayude?

—No, estoy bien. Puedes ir a vestirte, así no llegaremos muy tarde a ver a tu madre.

Aray se rio levemente por su entusiasmo.

—Son las siete y cuarto, las visitas no son hasta las nueve.

—Bueno... no importa, estoy animada.

Aray sonrió un poco más, contagiado por su entusiasmo.

—Oye, no has mirado bajo el árbol, ¿verdad?

—No, ¿por qué?

Aray se encogió de hombros. Bella frunció el ceño, extrañada, y pasó por su lado para ir a donde habían colocado el árbol de Navidad para encontrarse con un pequeño regalo rectangular y otro, con la misma forma, pero más grande.

Más regalos.

A Bella le halagaba que Aray le hiciera regalos y sabía que era con la mejor intención del mundo, pero cada vez que le daba algo, ella se ponía triste. Respiró hondo y miró hacia la cocina, dando otro respingo al ver que Aray estaba cerca de ella.

—Dios, pareces un fantasma, nunca te oigo llegar.

—Lo siento.

Bella miró tras ella, hacia los regalos, y luego volvió a dirigir la vista hacia él.

—¿Eso es para mí?

—Sí. Espero haber acertado esta vez... —dijo mirando el suelo.

Bella se giró y se agachó junto al árbol, insegura. Cogió ambos regalos, los puso sobre la mesa y se sentó, pero entonces abrió los ojos de par en par.

—¡El desayuno! —exclamó, pero cuando se fue a levantar, Aray la detuvo.

—He apagado el fuego, tranquila.

Bella suspiró.

—Sí que soy un desastre...

—No digas eso. Anda, ábrelos.

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