Capítulo 7

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Había pasado un mes desde que Bella había sentido verdadero agradecimiento hacia Aray, cuando esté le permitió usar su ordenador; y, salvo por los momentos en los que sentía ganas de ver o hablar, o de abrazar a Inés, cuando la nostalgia la desbordaba, se sentía como si estuviese de vacaciones. Sin clases, sin su padre sin estrés. Sólo ella, sus sueños y, a veces, Aray; aunque él le había dejado bastante espacio.
—Hola, Bella —la saludó Aray después de bostezar. Acababa de despertarse y estaba en pijama y sin peinar—. Te has puesto pronto hoy.
—He soñado algo inspirador y tenía que ponerme a escribir enseguida. —Le explicó.
—¿Cómo lo llevas?
—Muy bien, ya voy por el capítulo cinco.
La naturalidad con la que hablaba con Aray era mayor después de un mes, pero no tanta aún como para compararla con la que tendría si estuviese con sus amigos, Inés sobre todo, que era con quien mejor se sentía.
Aray abrió los ojos de la sorpresa.
—¿En serio? Qué rápido escribes.
—Seguro que por eso hay muchos fallos, pero es mejor corregirlo más adelante; si revisas lo que acabas de escribir es muy probable que no te des cuenta de todos los errores.
—Lo sé, nos lo decían en la universidad.
—¿Fuiste a la universidad? —inquirió Bella, siendo ella la sorprendida esa vez.
Aray alzó las cejas.
—¿Y por qué no?
—No es eso, es que... bueno, ni siquiera pensé en eso. Además, me has secuestrado, no te extrañes de que pudiese haber pensado que eras un ladrón o algo así y que querías "dinero fácil". —Se justificó, haciendo comillas con los dedos.
Aray resopló.
—Tengo una carrera y un máster, pero aun así es complicado encontrar trabajo si no tienes experiencia. —Casi masculló, de forma que se podía palpar el rencor en su manera de hablar.
—Perdona, no pretendía juzgarte... pero de verdad que no pensé nada sobre a qué te dedicabas...
Aray no dijo nada y Bella suspiró.
—¿Qué estudiaste?
—Traducción e Interpretación. Sé inglés, francés y un poquitín de ruso —respondió, dejándola asombrada.
—Sabía yo que eras muy listo —comentó mientras una sonrisa emergía de sus labios—. Te gusta mucho leer.
—Sí, pero a este paso me voy a oxidar.
—Podemos practicar hablando juntos, aunque de francés no sé mucho. Pero como mi padre tiene varios hoteles he tratado con turistas hablando en inglés y también he oído hablar el alemán.
—Podríamos —dijo y, para confirmarlo, le dijo en inglés que iría a preparar el desayuno. Sin embargo, primero se vistió.
Ella fue dando los últimos retoques antes de su primer descanso y cerró la tapa del ordenador cuando él llegó, para ponerse a comer con él.
—¿Me dejarías leerlo?
—¿Eh?
—Tu libro, me gustaría leerlo, aunque no me has contado de qué trata.
—Ah... bueno, es de una chica que no sabe por dónde va su vida hasta que se encuentra algo escondido en la buhardilla de la casa de su abuela.
—Suena interesante.
—Nunca le he dejado leer lo que escribo a nadie que no fuese mi mejor amiga... —admitió Bella.
—¿Por inseguridad? Bueno, yo no voy a juzgarte. Y te puedo... aconsejar, si quieres. Creo que he abusado de confianza... Aunque de verdad tenía ganas de leerte.
Bella no habló de inmediato.
—Me parece bien, al menos habrá alguien que me lea.
Él asintió con la cabeza y sonrió un poco.
Cuando terminaron de comer y estaban llevando la loza a la cocina, el tono del móvil de Aray comenzó a sonar.
Dejó las cosas en el fregadero rápidamente y sacó el teléfono del bolsillo de los vaqueros.
—¿Diga?
Bella dejó los cacharros que ella había usado en el fregadero y se quedó mirando a Aray, expectante. En el tiempo que llevaba allí jamás había recibido una llamada de nadie. ¿Es que no tenía amigos?
—¿Qué?
Tampoco había visto sus ojos tan abiertos por la sorpresa.
—No me diga —dijo el chico, lanzando una mirada a Bella—. De acuerdo, allí estaré, no hay problema. Hasta mañana.
Cuando colgó se echó a reír.
—¿Qué pasa? —inquirió la chica.
Él se tapó la boca como si quisiera parar, pero, aunque no era una risa estridente, no pudo detenerla.
—¿Aray?
—Me ha pasado una cosa muy graciosa —dijo cuando por fin consiguió hablar—, pero ya te la contaré —añadió y se marchó, dejándola con toda la intriga del mundo.
«Será idiota...», se quejó mentalmente.
Esperó, como ya se había acostumbrado a hacer, a que él terminase de cepillarse los dientes para ir ella y cuando ella misma acabó, él la interceptó en el baño, apoyado en el marco de la puerta como si quisiese impedirle salir.
—Oye... esto... —el chico apretó los labios hasta casi formar un punto y frunció el ceño, mirando hacia el suelo— pronto será Navidad y... no puedo dejarte ir, pero podemos celebrarla aquí —carraspeó—. Me gusta mucho la Navidad, quería saber si... joder, que si te gustaría decorar la casa conmigo.
—Sí —respondió más rápido de lo que se esperaba él que lo haría—. Me gustaría.
Estaba segura de que aquellas serían las mejores navidades de su vida; su padre veía aquellas fiestas casi como días normales de cualquier otra época del año, sólo se adaptaba a lo que no le quedaba más remedio, como que algunos locales cerrasen. En aquellas fechas también había más trabajo porque muchas personas visitaban las islas, aprovechando que el clima era más indulgente que en países del norte de Europa o incluso en la península ibérica.
En esa época del año, no obstante, era únicamente cuando Bella recibía algún regalo por compromiso de parte de su padre, pero ella sabía que era Alberto quien estaba detrás de eso. En su cumpleaños, ni siquiera el colega de David era capaz de convencerlo de que le hiciese un regalo a su única hija, pues siempre lo recordaba como el inicio del fin de su amada.
—Vale. Entonces puedes ayudarme a bajar los adornos y el árbol.
Bella lo miró, perpleja.
—¿A bajar?
—Voy a llevarte a la buhardilla, confío en que no montarás un número, de todos modos sabes que no vive nadie por aquí.
—¿No has pensado en vender esta casa? —preguntó, ignorando la advertencia— Quiero decir... cuando te quedaste aquí solo.
—Claro que lo pensé. Vamos —dijo y se apartó de la puerta, comenzando a andar hacia la puerta de la entrada y sacando las llaves de su chaqueta vaquera con forro de lana—. Pero hay varios motivos por los que no lo he hecho. Es la casa en la que me crié, aunque a menudo me resulte una mierda vivir aquí, sentiría nostalgia; además, es un sitio precioso y libre de la contaminación que hay en lugares más poblados; la tranquilidad a veces me hace sentir bastante bien; y la última razón por la que no he vendido esta casa es porque nadie querría comprarla: hace frío, está aislada de la gente y de los lugares de ocio; y mírala, está llena de humedad, si te descuidas, la ropa se te llena de moho, hay que estarla limpiando a cada rato y, a la larga, acabas teniendo hasta problemas óseos.
—Ya... —dijo mientras Aray abría la puerta que Bella había dejado a su izquierda para intentar escapar por la que estaba en frente y tenía fechillo— pero oye, a lo mejor alguien te la compra como casa de verano, ¿sabes lo felices que serían algunos madrileños pasando aquí las vacaciones? Si quieren ir a la playa no la tienen tan lejos como en Madrid, si quieren hacer senderismo aquí tienen bosque.
—Bueno, ahora mismo tampoco puedo venderla, o intentarlo, quizá más adelante.
La puerta que había abierto daba a un desordenado garaje que guardaba un Renault Megane de color celeste. Había que rodearlo para llegar a las escaleras que llevaban a una zona abierta desde la que se accedía a la azotea por unas escaleras a la derecha o a la buhardilla por una puerta a la izquierda.
—¿Sabes que usar gorro todos los días hace que te quedes calvo?
Aray, con las manos puestas en la puerta para abrirla, giró la cabeza hacia ella con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Siempre usas gorro, eso estimula el cuero cabelludo y los pelos se acaban soltando y cayendo. Luego es más difícil que vuelvan a salir.
—Eso no es cierto... —dijo y, sin embargo, su tono de voz era de preocupación. Y, además, se acabó quitando el gorro, _por si acaso_.
Entonces Bella se echó a reír, observando el voluminoso cabello de su interlocutor.
—Pensé que no me creerías, te estaba tomando el pelo —dijo sin parar de reír.
Aray frunció el ceño y negó con la cabeza.
—Desde luego... —Se quejó, poniéndose el gorro de nuevo y abriendo la puerta.
—Pero sí podrías pasar algunos días sin gorro, seguro que estarías muy bien.
—Bueno, pero no me interesa "estar bien" y si no te gusta es tu problema.
Bella dejó de sonreír de golpe y frunció el ceño. Pensó decirle algo a la altura de su comentario, pero no lo hizo, se limitó a pronunciar un simple "vale" que, sin embargo, le salió bastante seco. Y tampoco se movió de donde estaba. Había entrado en la buhardilla, pero no había ido tras él.
Él se quedó mirándola unos segundos antes de hablar.
—Oye...
—No —lo interrumpió como si lo hubiese estado esperando—. Es verdad, es mi problema. Después de todo, ¿quién soy yo para opinar? Nada más que tu prisionera —finalizó antes de salir de la buhardilla dispuesta a bajar las escaleras.
Había soportado suficiente maltrato psicológico durante casi toda su vida por parte de su padre como para tener que escuchar comentarios así de parte de un desconocido, al menos cuando ella no había dicho nada malo y, por lo tanto, no se lo merecía.
—¡Bella! —La llamó, echando a correr tras ella. La chica había bajado andando, así que la alcanzó rápidamente, junto al coche. Pero cómo, a pesar de que la había vuelto a llamar, no se detenía, Aray la agarró por un brazo.
—¡No me toques! —exclamó, sacudiendo su brazo para soltarse. Aray acabó liberándola.
—Bella, lo siento.
La muchacha sólo se quedó porque aún le resultaba extraño que él le dijera "lo siento".
—De verdad que lo siento... sé que no es justificación suficiente, pero me salió la vena del instituto... y la del colegio.
Bella lo miró con interés, pero no dijo nada.
—Lo típico: me trataban mal por ser el rarito, pareciera que mi modo de ser y de vestir les condicionase su vida y no pudiesen subsistir sin hacerme imposible la mía. A veces sigo reaccionando mal cuando dicen algo de mi forma de vestir, lo que dijiste me tomó por sorpresa y reaccioné mal...
Bella guardó silencio, pensando en lo que acababa de escuchar.
—Por favor, di algo.
—Yo sólo te di una alternativa, en ningún momento dije que estuvieses mal como vistes —dijo sin echárselo en cara, más bien se estaba justificando.
—¿A ti te gusta cómo visto?
Bella suspiró y se dio la vuelta.
—Vuelvo abajo... ya no me apetece lo de los adornos. Quizá otro día.
Aray no la detuvo, se quedó allí plantado durante un buen rato antes de volver a la buhardilla.
Bella, por su parte, se mantuvo el resto del día intentando escribir en "su" habitación, aunque la mayor parte del tiempo se quedó en intento, pues no podía dejar de pensar en un Aray más pequeño e inocente siendo hostigado por sus compañeros de clase, aquellos que deberían haber sido sus amigos y no su tormento diario. Tenía razón: no era suficiente justificación, pero podía comprenderlo.
No obstante, había tenido que apartarse porque a pesar de entenderlo no se sentía cómoda a su lado.
Claro que le gustaba su forma de vestir; era peculiar, personal, y le quedaba muy bien. Hasta el momento había pensado que Aray era un chico bastante seguro de sí mismo, pero él le acababa de demostrar que estaba equivocada. De ser como ella había pensado no se habría puesto a la defensiva y todo el mundo sabe que cuando te ríes de ti mismo, nadie podrá hacerte daño: Aray tenía algunos complejos y por eso a él sí podían herirlo.
Lo esquivó lo mejor que pudo y cenó en la habitación en la que dormía. Él tampoco intentó hablar de nuevo con ella, algo que la chica agradeció.
Sin embargo, a la mañana siguiente se despertó algo desanimada, con la sensación de que el causante de ese estado de ánimo había sido un mal sueño que no conseguía recordar, y en cuanto oyó la puerta de la habitación grande abrirse —porque allí las paredes parecían de papel— salió al pasillo y se encontró con que Aray ya estaba vestido, de nuevo con su gorro puesto, y con un gesto de pesar en el rostro.
—Hola... —dijo Bella, preocupada por si él no quería hablar con ella. Recordaba lo frustrada que se había sentido tantas veces en su vida debido a que ella nunca podía mostrar enfado hacia su padre porque a él le enfadaba que se enfadasen con él, valga la redundancia; o al menos que ella lo hiciera, como si no la considerase con derecho a enfadarse con él.
No obstante, con Aray no fue así. Él se sorprendió al ver que le dirigía la palabra, que ella se había dirigido a él directamente.
—Hola, Bella —dijo, cohibido, mas Bella no lo entendió de esa manera.
—Hoy podemos decorar la casa... si te parece bien.
—Oh —dijo Aray y suspiró—. Después lo hacemos, ¿vale?, ahora tengo que salir.
—Ah. Está bien. ¿Pero no vas a desayunar primero?
—Me tomaré un café de máquina por ahí.
—Vale —dijo Bella, aunque aquella idea no le pareció agradable.
—Hasta luego. —Se despidió el chico antes de abrir la puerta y marcharse, cerrando tras él con llave.
Bella también se había despedido antes de que él cerrase la puerta y suspiró una vez más. Todavía era su prisionera, por supuesto, por muy amable que fuese con ella, por muy "chico normal" que fuese Aray, él seguía siendo su secuestrador y aún no confiaba en que permaneciera dentro de la casa hasta que él volviera sin necesidad de dejarla encerrada.
¿Y si se iniciaba un incendio accidental en la casa mientras él no estaba allí? ¿Y si Bella sufría un accidente y, como no tenía ningún teléfono, se moría por no poder llamar a urgencias?
No había pasado nada hasta ese momento, ¿pero y si pasaba?
Por suerte, había conseguido distraerse de eso escribiendo en el ordenador hasta que llegó Aray sobre la una y media del mediodía. Debía de estar muy contento, porque era la primera vez que lo escuchaba cantar. O más bien tararear.
—Hola —saludó al chico con una tímida sonrisa.
—Hola, Bella —dijo él, sonriendo ampliamente. Nunca lo había visto sonreír tanto y se le acabó contagiando el gesto—. Bella, creo que eres mi amuleto de la suerte.
—¿Qué? ¿Amuleto? —inquirió, sorprendida, pero entonces frunció el ceño.  Había visto la mano de Aray, con los nudillos mortificados— ¿Otra vez te has pegado con alguien?
Aray se sorprendió ante el cambio brusco en la actitud de la chica y miró su propia mano como si no supiera cómo la tenía.
No contestó, pareció quedarse sin saber qué decir.
—¿Por qué, Aray? Y no me digas que es porque eres un imbécil, eso no me vale.
Tras decir eso, a pesar de la molestia al haber visto la mano del chico, temió que él le contestase alguna grosería, como que no tenía que darle explicaciones a ella o cualquier cosa de ese estilo; sin embargo, una vez más él le demostró que estaba equivocada.
El chico suspiró y bajó la cabeza, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Pero sí es porque soy un imbécil. Es mi forma de desahogarme cuando... —respiró profundamente— No le pegué a nadie, ¿vale? Ni la otra vez que me jodí los nudillos. El puñetazo se lo di a la pared.
—¿Qué? —dijo ella, atónita— ¿Pero qué estás diciendo?
—Es la verdad —dijo él, mirándola de golpe como si dudase de si ella creía sus palabras—. La primera vez no quería que supieras que me había sentido mal... no al menos cuán mal me había sentido, tenía que mantener cierta distancia... pero ahora eres... —se pasó una mano por la cara, como si se quisiera secar el sudor, aunque más bien parecía ser un tic que tenía cuando se ponía nervioso, pues no era la primera vez que lo hacía sin haber sudado realmente— eres lo más parecido que tengo a una amiga, aunque no sea justo para ti que te considere así, pero es como me siento. Y ayer te hice daño de la manera más gratuita, como si fuera tu padre, y me sentí muy mal —una vez más volvió a suspirar, de forma más pesada que la anterior—. Esta es mi forma de desahogarme y, no sé, tal vez también te castigarme por comportarme como un imbécil.
Aray guardó silencio, pero Bella no tomó la palabra, al menos no de inmediato. Estaba abrumada por todo lo que acababa de decirle el muchacho, pues, a pesar del mes que habían convivido, aquellas palabras no eran ni de lejos lo que se podría esperar de un secuestrador.
—¿No tienes... amigos? —inquirió, entre sorprendida, compungida y aún abrumada.
—Podría decirse que no.
—¿"Podría decirse"...?
—Tengo alguno, pero vive en Las Palmas y hace tiempo que no nos vemos ni hablamos, creo que se ha olvidado de mí. No soy muy bueno con las relaciones...
—¿Lo has llamado tú? Yo hablaba con Inés por el móvil todos los días, incluso aunque nos hubiésemos visto.
—Dejé de hacerlo porque parecía incómodo cada vez que hablábamos, tenía que sacarle yo los temas de conversación todo el tiempo. Aunque no se me den bien las relaciones, sé que una amistad es cosa de dos, me cansé de ser el único que intentaba continuarla. ¿Te ha pasado eso?
—No... cuando me he distanciado de amigos, lo hemos hecho ambos, sin más. Aunque tampoco tengo muchos y con quien más tiempo paso es con Inés. Bueno, pasaba —resopló, dándole la espalda, aunque aún podían mirarse a la cara a través del espejo del baño—. Deja de flagelarte así, Aray, te vas a destrozar las manos. Sólo tienes que evitar actuar mal y cuando no puedas evitarlo, porque nadie es perfecto, esperar a que las aguas se calmen. ¿Entiendes?
Él se quedó callado e inmóvil, así que ella se giró y lo miró directamente.
—Aray, ¿lo entiendes?
Entonces el chico reaccionó y asintió con la cabeza.
—Vale, pues vamos a almorzar primero, tengo hambre. Luego decoramos la casa, ¿te parece bien?
—Sí.
Cocinaron y comieron juntos mientras hablaban de cómics y de las películas navideñas que les gustaba ver cada año. Empezaban a congeniar, porque Aray había dejado de ser arisco con ella y además tenían bastantes gustos en común.
Tras lavar la loza del almuerzo, subieron de nuevo a la buhardilla y Bella bajó una caja con adornos mientras Aray se encargaba del árbol.
—¡Espera! —dijo ella cuando llegaron al salón— ¿Ponemos villancicos? No soy religiosa, pero me gusta escucharlos en Navidad.
—No tengo, pero puedo ponerlos en YouTube, espera.
Fue a prepararlo todo y cuando ya estaba reproduciéndose una lista de villancicos y canciones navideñas, comenzaron a montar el árbol, que venía despiezado. Luego Bella abrió la caja de adornos y se quedó mirándolos.
—¿Qué ocurre? —inquirió Aray.
—Me gustan mucho los adornos de Navidad, son muy bonitos. Almudena y yo comprábamos uno nuevo cada año.
—¿Almudena?
—Es la empleada del hogar de mi casa, pero para mí es como una abuela, ella me cuidaba cuando era pequeña y mi padre no estaba.
—Ah, entiendo.
—Qué monada —sonrió al sacar un adorno con forma de reno. Como quería tener varios en las manos para no tener varios en las manos para no tener que agacharse tantas veces, sacó más de la caja y así vio algo extraño con forma de angelito, pero dibujado a mano en cartón y pintado con rotulador—. ¿Qué es esto?
Cuando Aray vio a qué se refería se puso nervioso y Bella juraría haber visto cierto rubor en sus mejillas.
—Mierda... no recordaba que estaba eso ahí...
—Es gracioso.
—Eso mejor no lo ponemos —dijo arrodillándose junto a la caja y rebuscando en ella—. Juraría que había otros dos...
—¿Por qué no quieres ponerlos?
Aray dejó de buscar, suspirando, y la miró.
—Los hice cuando era pequeño. Saqué de la biblioteca del pueblo un libro de manualidades navideñas y traté de seguir las instrucciones, pero no se me dan bien las manualidades, así que me salieron unos truños.
—Oye, no digas eso. Para haberlo hecho un niño está genial —dijo después de reírse.
—Y por eso te has reído...
—Es que es gracioso, pero sigue pareciéndome genial para un niño. Pongámoslos —dijo la muchacha con una sonrisa.
—Está bien... —cedió el chico finalmente, tras haber dejado escapar un suspiro.
—¡Bien! —exclamó la chica y comenzó a colgar los adornos del árbol.
Este era más alto que Bella, pero menos que Aray.
—¡Ay, tenías luces y guirnaldas! Teníamos que hacerlas puesto primero.
—Bueno, pongámoslos ahora que todavía no hay muchas cosas.
—Vale.
Había cuatro guirnaldas: una dorada y otra plateada, de pelillos, y dos de bolitas rojas de diferentes longitudes. Las pusieron después de rodear el árbol con el cableado de luces.
Aray se agachó y unos segundos después, Bella se sobresaltó un poco al escuchar unos villancicos procedentes del árbol que sonaban de forma parecida a una caja de música. Las luces se encendían y apagaban al ritmo de la música, así que supuso que venía de ellas.
—¡Qué guay! —exclamó la muchacha.
—¿De verdad te parece guay? Pensé que alguien de clase alta como tú habría visto ya todas estas pijadas.
—Pues no, nuestras luces eran bastante normales.
—Bueno, al menos te he sorprendido con algo.
«En realidad me has sorprendido varias veces», pensó, pero prefirió no compartirlo con él, insegura.
Siguieron colgando adornos, de lo más variados, mientras conversaban a estos. Y cuando no hablaban, Bella seguía en voz baja las canciones de internet —ya habían apagado las luces—, sin apenas darse cuenta.
Por primera vez en mucho tiempo estaba contenta.
—¿Quieres que mañana traiga chocolate para hacer a la taza? Y malvaviscos, los he visto en Tiger.
—¡Sí! ¿Sabes que esos nunca los he comprado?
—¿En serio? —inquirió él, sorprendido— Joder, se me hace raro todo eso, pensaba que tendrías de todo.
—De puertas para afuera, sí. Mi padre se encargaba de que no pareciese que me odiaba, de que la gente de fuera no se diese cuenta de eso. Tengo mucha ropa y zapatos, ese tipo de cosas que se ven... pero mi casa... bueno, de vez en cuando me daba un capricho. Ah, y cuando crecí me negué a ir en un coche con chófer; al principio mi padre no lo aceptó, pero no le quedó más remedio cuando vio que no hacía más que escaparme del chófer —dijo, encogiéndose de hombros—. Llevo años yendo a todas partes a pie o en guagua.
Aray asintió con la cabeza.
—Me dejas impresionado, en el mejor de los sentidos. Yo odiaba las guaguas, pero porque por aquí el servicio es una mierda. Ahora tengo coche, así que mi mayor problema era la gasolina. Ahora que he heredado un montón de dinero no tendré que preocuparme por los gastos en mucho tiempo. De todos modos espero conseguir un trabajo pronto para no fundirme toda la herencia.
—No sé cuánto siento tienes ahora, pero si no estás preocupado es porque seguro que tienes tiempo.
Aray sacó la estrella dorada de la caja y se la tendió.
—Toma, quiero que la pongas tú.
—Vale —dijo ella, cogiéndola.
—Yo te ayudo.
El muchacho sujetó la parte superior del árbol para que no se doblara mientras Bella encajaba la estrella en la punta.
Una vez terminada la tarea, ambos se separaron del árbol para admirarlo. A pesar de ser de día se veía hermoso.
Después se pusieron a colgar calcetines y algunas bolas por el resto de la casa.
—Me encanta, ya se me ha metido el espíritu navideño.
Aray sonrió al verla tan entusiasmada.
«Definitivamente es adorable», pensó.
—Me alegro, Bella.

—Me alegro, Bella

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