—Has hecho tortitas. —Sonreí al ver los platos. Había también otras cosas deliciosas y cuencos con mermeladas y siropes—. Y gofres. Y tostadas francesas. Y crêpes. Y has limpiado la cocina…

Era difícil no enternecerse con esas cosas. Me llené un plato hasta formar una montaña de dulces y luego lo regué abundantemente con mermelada de fresa y chocolate líquido. Me senté a su lado, engullendo. Lot apartó una caja de fotos para hacerme sitio.

—¿Qué hora es? —le pregunté.

—La una y cuarto. O eso dicen tus relojes.

Me miró de soslayo con una media sonrisa.

—Entonces esto va a ser un desayuno-comida. Un comiduno.

Su expresión se volvió desdeñosa. A mí me dio risa; mis chistes malos me hacían gracia, pero al parecer era el único que disfrutaba con ellos. Carraspeé y tragué esforzadamente, pensando en la necesidad de algo para beber.

—Puedes desayunar ahora y volver a hacerlo a las tres… y comer a las nueve de la noche. Al fin y al cabo, no tienes por qué ceñirte a horario alguno —me dijo.

Asentí, tratando de desviar mi atención de las fotos que se disponían por toda la casa. Había algo amenazante en ellas. También encontré en Internet una palabra adecuada para aquello: ominoso. No llegaban a dar miedo ni eran agresivas pero… eran ominosas.

—No me importaría comer tortitas y gofres todos los días, a todas horas —comenté, tratando de mantener un ánimo alegre y no dejarme llevar por esa hostilidad extraña que despertaba en mi interior—. Creo que podría alimentarme solo a base de esto.

—Una vez leí que el azúcar estimula la imaginación —repuso Lot Anders. Estaba buscando en el interior de una de las cajas y seleccionando las fotos. Algunas las apartaba sobre el sofá y otras las volvía a dejar dentro de la caja. Sus gestos parecían descuidados, pero yo sabía que él no tocaba nada descuidadamente. Sin embargo, me irritaba que quisiera aparentarlo. Y además, con mis fotos—. Si eso es cierto, los diabéticos deben ser personas muy aburridas.

—El azúcar es la felicidad —asentí.

—Sí, ¿eh? —Me miró de reojo otra vez y se echó hacia atrás en el sofá, alejando de sí la instantánea que tenía entre las manos y mirando de lejos al hombre que aparecía en ella. Vi un atisbo de la imagen y aparté la mirada—. Años de investigaciones científicas, corrientes de pensamiento cambiantes y movimientos filosóficos, y la humanidad aún no se ha dado cuenta de algo tan obvio. Salvo los niños, claro. A ellos les das un caramelo y son felices.

Me encogí de hombros.

—La vida es simple.

Terminé el desayuno antes de lo que esperaba. No tenía tanta hambre como otros días, había que reconocer que la visita de Isaac me había saciado… aunque entonces odiaba admitir cualquier cosa relacionada con eso. Al levantarme para recoger las cosas, me di cuenta de que los álbumes y las cajas estaban dispuestos de un modo peculiar, ladeados algunos, vueltos hacia otros… como si trazasen un sendero, un camino sobre la mesa, los cojines y el sofá, donde terminaban. Todas las que estaban fuera de las fundas eran mis fotos de él… y mis fotos con él. O mejor dicho… sus fotos de mí.

Tragué saliva. No quería darle importancia. Cada mañana me miraba en el espejo y jugaba a ser Alex, pero ver aquellas fotos, las imágenes en las que Alex y yo estábamos juntos me recordaba que no era él. Y aún peor, me recordaba quién era yo. Qué era yo.

Lo odiaba. No podía concebirlo. Ni siquiera sabía si seguía siendo yo, dónde empezaba uno y terminaba el otro… aquellas fotos eran puñales, y cuando volví al sofá, con el café en la mano y aparentando tranquilidad, Lot miraba una de ellas con expresión de… asco. Al acercarme, oí su murmullo.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now