—Forma parte de mi trabajo —comenta, cautelosamente.

 La expresión de Elliot se ilumina. Adora hablar del trabajo. Al fin y al cabo, el trabajo es el verdadero lazo que les mantiene unidos. Generalmente, Liam y Elliot hablan de cualquier cosa: del mundo, de la gente, de la sociedad, de arte, de religión, de ideas, y todo eso termina por girar de un modo u otro alrededor del ilusionismo. Parece empaparlo todo, contaminarlo todo. Y es maravilloso.

 Las conversaciones sobre el ilusionismo no son difíciles ni oscuras. Aportan riqueza, conocimiento y no terminan siendo hábilmente desviadas por alguno de los dos porque empiecen a sentirse incómodos. Que es lo que suele suceder cuando se tocan los temas personales. Entre Elliot y Liam, hablar de la familia, del lugar de nacimiento o de cualquier otra cosa que pueda definirles parece ser un tabú. Y no es que no hayan intentado derribarlo, pero después de un par de tentativas de profundizar el uno en el otro y conocerse mejor, la nula disposición de ambos, sus barreras personales, les han conducido a fracasos desagradables y momentos incómodos que no desean repetir. Así que no han vuelto a preguntarse por sus vidas privadas. En algunas ocasiones, estando en la cama, o durante ciertas mañanas especialmente íntimas en las que Elliot amanecía con la frente pegada al cristal de la ventana contemplando con añoranza el exterior o Liam se bebía el café con la mirada perdida, se han abrazado o se han estrechado la mano. Han compartido esos pobres gestos de afecto tratando de consolarse, de sentirse cercanos, conscientes cada uno de la nostalgia, del paisaje interior del otro aunque éste no les fuera revelado, permaneciendo siempre envuelto en oscuridad, secretos y niebla. Y eso es todo. Distantes, cada uno en un extremo de sus mundos, es alrededor del ilusionismo donde sus dedos se tocan. Es la única intimidad que, al parecer, están capacitados para compartir por ahora, junto a esa otra intimidad física que proporciona consuelo a sus almas y exaltación a sus cuerpos.

 —¿Ah, sí? ¿Qué tiene que ver la arquitectura con el ilusionismo? —pregunta Elliot con avidez.

 —¿Alguna vez has soñado con hacer desaparecer un edificio entero?

 —¿Tú puedes hacer eso?

 —Sí.

 Liam ya no lo niega. Durante este último año, Elliot ha ido moldeando su comportamiento. Sigue siendo provocador y demasiado espectacular en su actitud pública, pero se ha revelado también como un joven trabajador, curioso y dispuesto a empezar desde el principio. Su aprendizaje ha sido rápido y natural y aunque aún no le ha confesado ningún secreto importante, Liam sabe que el chico ya podría comprenderlos. Elliot tiene todas las dotes, el carácter perfecto y las aptitudes necesarias para convertirse en un ilusionista de la Organización. Y pensar en ello le proporciona  esperanza, un consuelo grato y tibio como un abrazo de bienvenida, pero al mismo tiempo le produce un horror visceral. Y sin embargo… sin embargo parece cosa del destino. Ojalá Dios le enviara una señal.

 Sigue dibujando. Y sigue hablando, algo vacilante, al ver que Elliot no dice nada más y su insistente mirada sigue fija en él, pidiendo más explicaciones.

 —Pero eso no es realmente difícil. Hay algo mucho más complicado.

 —¿El qué?

 —Hacer que aparezca un edificio donde no lo había.

 Elliot reflexiona unos instantes. Después dice:

 —Enséñame.

 Liam sonríe a medias. Elliot repite tanto esa palabra que casi se ha convertido en su lema.

 —Pronto. Antes hay otras cosas que tienes que saber.

 —Ya. Tienes que explicarme a quién debo entregarle mi alma a cambio de esos conocimientos.

Flores de Asfalto II: La SalamandraWhere stories live. Discover now