Capítulo I

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A su regreso de Río de Janeiro, la familia Alvarado Montes sabía que su ruina era inminente.

La reputación de su buen apellido, de su abolengo, de su renombre en la alta sociedad, e incluso en los demás estratos sociales, quedaría por los suelos cuando no pudieran ocultar el embarazo no deseado de la menor de las niñas, quien dentro de escasos seis meses se convertiría en madre soltera.

Caterina Alvarado Montes, la hacedora de la desgracia familiar, según su propia madre, había sentido lo que cualquier muchacha alrededor de los 15 años denomina amor, incluso las mariposas en el estómago, el insomnio por las noches, los suspiros y las sonrisas robadas con las cartas secretas que su novio le enviaba con sus amigas. Jamás, ni Caterina ni Dante, imaginaron las consecuencias de sus actos.


—No puedo creer en lo que te has convertido —le había reprochado su madre cuando se enteró—, ¿en qué momento sucedió, Caterina? Aún eres una niña, ¿qué demonios creías que hacías? ¿No has pensado en nosotros, verdad? Ni siquiera en el pobre de tu padre que soportará la mayor humillación por culpa de una niña tonta como tú —Rafaela siempre había sido una mujer dura, pero incluso Arturo se sorprendía de lo helado y cruel de su voz.


Arturo y Rafaela se sentían consternados por la situación, un problema así era de esperarse de la pequeña, testaruda y atrevida Caterina, quien siempre se había encargado de demostrar que sus gustos nunca estaban dentro de lo que la sociedad esperaba de ella y que su comportamiento habitualmente rayaba lo osado e impertinente, "¡muy claro ha quedado eso!", le gritó Rafaela a su marido cuando éste intentó recordar lo que siempre pasaban por alto. Sin embargo, la mayor de las niñas, Luján, era todo lo que se podía esperar de una muchacha de 18 años, hija del multimillonario más conocido del país, educada en los mejores colegios privados y consentida por todos sus parientes por ser la primer hija del sobrino favorito de la familia.


Aquel 29 de Julio era el cumpleaños número 18 de Luján y como de costumbre, la mansión se preparaba para recibir a los amigos de la señorita, incluso aunque ellos hubieran llegado al país apenas hacía unas horas. En la cocina los empleados hacían magia con el tiempo para lograr tener la casa en orden, los aperitivos listos, las copas brillantes y la champaña fría. Arriba, en planta alta, Caterina encerrada en su cuarto se acribillaba los sesos pensando cómo contactar a Dante si ni siquiera podía salir de su casa. Rafaela y Arturo bebían el café de la tarde mientras intentaban darle solución al problema de su rebelde hija menor. Luján, por su parte, se debatía entre un vestido color carmesí o uno color azul marino.


—Con lo que se ponga se verá bellísima, mi niña —le aseguró María, la nana, desde su lugar sentada en el sillón cerca del tocador.

—No dirías nada distinto aunque te ofrecieran el tesoro más precioso del mundo, Nana —le recordó Luján riendo por lo bajo—. Creo que usaré el rojo.

—El rojo le sienta fabuloso, niña Luján —su pequeña ya no era una niña, la belleza de Lujancita, como ella la llamaba desde bebé, causaba estragos donde fuera que ella estuviera. Incluso en su propia habitación relucía opacando todo lo que la rodeaba.

—¿Has visto a Caterina? —preguntó la joven mientras se sentaba al borde de la cama.

—No, creo que la niña Caterina está durmiendo —respondió María, analizando la expresión preocupada de Luján—, ¿por qué esa cara, mi niña? ¿Está cansada? Quizás quiera dormir un poco, aún tenemos tiempo.

—No, no. Estoy bien —aseguró y esbozó una sonrisa, aunque no llena de alegría como siempre—. Es solo que... —Luján suspiró planteándose que sería mala idea hablar de eso con su Nana, quizás su hermana era quien debía hablar, pero... de todas formas, tarde o temprano todos lo sabrían—, es solo que Caterina está embarazada, Nana —soltó casi susurrando.

Amor TempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora