1. Juramento de sangre

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Yo necesitaba sobrevivir.

Como heredera, yo era un símbolo de perfección y poder.

No tenía opción.

De pronto, noté que nos detuvimos. El trayecto interminable finalizó. Miré a mis padres y dije:

―Creo que esta es la despedida.

―Te veremos en la gala de presentación ―aseguró Albert.

―Pero no cuentes con nada y no confíes en... ―pronunció Nora y mi padre la interrumpió.

―Ahora estás por tu cuenta.

Aquella frase me aterrorizó y también me emocionó.

Físicamente, me parecía más a mi padre, excepto por el pelo, el suyo variaba entre un castaño y negro. Poseíamos el mismo color de iris, una cantidad similar de pecas, y las facciones en forma de corazón. No sabría qué decir en cuanto a personalidad. Lo único que le interesaba de mí eran mis logros académicos. Bien podríamos ser desconocidos.

―¿Algún último consejo?

―Solo no lo estropees ―habló Nora en un tono adusto.

―Ganaré, cueste lo que cueste.

Realmente no teníamos nada más de que hablar. Lo resumí todo en esa frase.

Mi madre solía decirme: "recuerda que a veces para obtener la mejor madera hay que cortar el árbol más fuerte y hermoso". Nunca supe qué significaba aquella metáfora ni por qué me acordé de la misma. Quizá mi promesa atrajo esa memoria; lo ignoraba. Ya lista, me apeé del vehículo con la ayuda de un oficial. Estaría sola de ahora en adelante.

Lo primero que vislumbré fueron los gigantescos muros de cemento que protegían el edificio en su interior, las verjas negras abiertas, un grupo eufórico de periodistas y nacionalistas que aclamaba cosas incomprensibles detrás de la cerca que me protegía del público, y los transportes de los herederos que vinieron antes que yo estacionados junto a la acera. Supuse que lo mejor iba al final.

Escoltada por un guardia rojo intrascendente, atravesé el umbral de la entrada al internado en el que estaría hasta cumplir veintiuno y graduarme.

Y había una explicación más complicada de lo que ya parecía para ello.

Idrysa, el reino, abarcaba el mundo entero y se consolidó hacía un siglo más o menos. Comúnmente también era llamado "la Nación". Aunque era regido en su totalidad por los miembros de la realeza oscura, quienes eran respetados como dioses, su territorio estaba dividido por los seis clanes que ayudaron a que la monarquía fuera instaurada.

A pesar de que al principio serían siete y cada uno gobernaría un continente, la traición de uno de los fundadores, el paso del tiempo, y las batallas que se originaron luego a causa de la rivalidad, hicieron que ese séptimo clan fuera olvidado, los dominios cambiaran y el resultado fuera la sociedad actual.

Eran una coalición y a la vez adversarios. Los clanes se distinguían por colores y se diferenciaban por sus convicciones y aportes a la comunidad. Su poderío era inmenso al gobernar casi sin restricciones y su fortuna aumentaba continuamente. Los descendientes de sus fundadores se convirtieron en sus respectivos líderes, constituyendo las dinastías principales de Londres, la capital. Mi familia era uno de esos linajes.

Los clanes también estaban compuestos por los habitantes sujetos a nuestra autoridad política al pagarnos un tributo y seguir sus pautas. La mayoría eran simples trabajadores y su importancia variaba según su estirpe y su riqueza o la falta de la misma.

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