[CAPÍTULO 6]

431 21 1
                                    

Ámbar no podía dejar de llorar y temblar. Había intentado controlarse, mantener la compostura ante la presencia de Matteo, pero los nervios al final habían podido con ella. Se había marchado del hotel y había corrido hacia el callejón donde había huído con Simón la tarde anterior, escondiéndose tras unas cajas de cartón. No quería que nadie la encontrara.

Su móvil no dejaba de sonar, pero no había querido hablar con nadie. Había estado buscando a Simón, para poder hablar con él. Sorprendentemente, era el único en quien podía confiar, pero no había podido encontrarle.
Al sonar de nuevo su movil, miró la pantalla y respondió de inmediato.
- ¡Simón!
- Señorita Smith. ¿Dónde se ha metido?
- Me he marchado del hotel.
- ¿Ha ocurrido algo? - preguntó Simón, preocupado. - Llevamos más de media hora buscándole.
- Lo siento. - sollozó, intentando recomponerse.
- ¿Dónde está?
- En el callejón al que fui...
- Enseguida estoy allí.
Simón colgó el teléfono y, ante la sorpresa de Luna y Nicolás, echó a correr hacia el callejón donde, borrachos, había ido con Ámbar la tarde anterior. Luna y Nicolás fueron tras él.
- Señorita Smith. - dijo Simón al verla sentada en el suelo. - ¿Se encuentra bien?
- Ahora sí. - se levantó de un salto y se lanzó a los brazos de Simón, que la recibió sorprendido ante ese gesto. - Gracias a Dios que estás aquí.
Ámbar se puso a llorar de nuevo.
- Cógela y vayamos a casa. - dijo Luna, acariciando la espalda de Ámbar. - ¿Te encuentras mejor?
Ámbar asintió levemente con la cabeza mientras Simón la izaba en sus brazos.
- Todo va a salir bien, señorita Smith.
- Me llamo Ámbar.
...
Cuando Ámbar despertó, reconoció el dormitorio al instante. Seguía vestida con el vestido de la cena, pero a los pies de la cama vio una enorme camiseta. Se cambió de ropa y se deshizo de la trenza.
Descalza, salió al salón, donde Simón estaba en el sofá.
- ¿Simón?
- Sí. - dijo al instante. Miró a Ámbar y se incorporó.
- Creí que estarías durmiendo.
- No puedo dormir. No me encuentro muy bien. - dijo, pensando en la cantidad de veces que había ido al baño aquella noche. - ¿Tú tampoco puedes dormir? - Ámbar negó con la cabeza. - ¿Quieres sentarte aquí un rato? - Esta vez, asintió con la cabeza y se sentó al lado de Simón. - ¿Te encuentras mejor?
- Creí que podría soportar el hecho de ver a Matteo en la fiesta, pero cuando se acercó y me tocó... No lo pude soportar. - dijo, sintiendo de nuevo los escalofríos que había sentido aquella noche. - No puedo volver a casa.
- No lo hagas. - dijo Simón sin pensárselo dos veces.
- Sí, claro. Me quedo y hago que duermas en el sofá en tu propia casa. - dijo Ámbar con sarcasmo.
- A mí no me importa.
- Simón...
- Al menos piénsalo ¿ok?
Ámbar se rindió y asintió con la cabeza.
- ¿Esta camiseta es tuya? - dijo Ámbar. Simón asintió. - Gracias por prestármela. Sos muy amable conmigo. Todos lo son.
- No mereces otra cosa.
Ámbar soltó una tímida risita, lo que hizo que a Simón le diera un vuelco al corazón. "¿Qué es lo que me pasa?"
- Son las mejores personas que he conocido nunca. - dijo, abrazando a Simón. - estaré eternamente agradecida por su ayuda.
- ¡Amistad! - gritó Luna desde su dormitorio.
Simón y Ámbar rieron y terminaron con el abrazo que tanto les estaba gustando a ambos.
- Deberíamos dormir un poco. - dijo Ámbar, poniéndose de pie. - Mañana tenemos que ir a trabajar.
- Si... Tienes razón.
- Buenas noches, Simón.
Cuando la puerta del dormitorio se cerró, Simón volvió a tumbarse, pero no logró dormirse. No podía dejar de pensar en la persona que en esos momentos ocupaba su cama y su corazón, lamentando esto último. "Demonios. Creo que me estoy enamorando de ella."
...
Los días pasaron y Simón y Ámbar cada vez estaban más unidos. Intercambiaron sus despachos pero tirando la pared que los separaba y pusieron un simple panel para separarlos.
Ni Jazmin ni Delfina entendían por qué su amiga prefería pasar más tiempo con ese enorme hombre que con ellas. Y no les gustaba nada sentirse relegadas a un segundo plano.
Tres semanas después de la fatídica cena, Delfina volvió a aparecer con una pequeña botellita en la mano. Jazmin, en cuanto vio lo que su amiga llevaba en la mano, rió como una hiena.
Esperaron a que Simón saliera de su despacho y, viendo que tenía una taza de té sobre la mesa, echaron en ella el laxante y se marcharon corriendo antes de que alguien las viera.
Aquello continuó como si de un ritual se tratara y, Simón, asustado, tras una semana con retortijones y diarreas, acompañado de su inseparable amiga Luna, acudió al médico.
- ¿Cómo te encuentras? - dijo Ámbar, al ver a Simón tan pálido. - ¿Qué te ha dicho el médico?
- Bueno... Ha concluido con que siempre empiezo a encontrarme mal cuando bebo mi té. - dijo, sentándose en su silla.
- Vaya... - Ámbar se sentó en la mesa y miró a Simón. Sus ojos ya no brillaban. - ¿Queres tomarte unos días libres para descansar?
- No, no.
- Tenes la cara muy pálida. Se nota que has perdido peso.
- Miremos el lado bueno. - inronizó Simón. - He perdido cinco kilos.
Ámbar intentó contenerse, pero supo que no lo había logrado cuando su mano chocó contra la mejilla de Simón, que la miró muy sorprendido.
- Nunca más vuelvas a decir una estupidez como esa. - dijo, separándose de golpe de Simón. - Estás enfermo. No hay nada de positivo en ello.
- Solo era una broma. - se defendió.
- Ni de broma- gritó. - Nunca más vuelvas a decir algo así. ¿Ha quedado claro?
- Pero...
- ¿Ha quedado claro?
- Si, si.
- Así me gusta. - Ámbar se colocó bien la ropa y el pelo y fue hacia la puerta. - Me voy a comer. Vienes conmigo.
- No tengo hambre.
- No es una pregunta. Es una orden.
Simón sonrió levemente y marchó tras Ámbar. Fueron hacia un restaurante cercano al que ya habían ido algunas veces y Ámbar se encargó de que su amigo comiera bien.
Nadie lo sabía, pero Ámbar lo había pasado muy mal durante su adolescencia por problemas con la comida. Había caído en una terrible anorexia que casi la lleva a la muerte, y le había costado cerca de diez años salir de ella, gracias a la ayuda de su hermana, la única familia que le quedaba.
Por ello se preocupaba tanto por Simón. No quería que por culpa de unas idiotas, enfermara y le ocurriera lo mismo que a ella.
...
Ámbar, al ver que Matteo se negaba a marcharse del piso y tras una tremenda discusión por ello, decidió aceptar la oferta de Simón de mudarse con ellos. Luna y Nicolás estaban encantados y, para celebrarlo, decidieron salir los cuatro a cenar.
- ¿De verdad que no les importa? - repitió Ámbar por enésima vez.
- A ver, cabezota - comenzó a decir Luna, haciendo reír a Simón. - Estos dos machotes compartirán dormitorio, que es el doble de grande que los nuestros. Tú dormirás en un dormitorio y yo en el otro. Y arreglado.
- Claro, será genial. - dijo Nicolás, a quien le encantaba tener gente en casa.
. De acuerdo. - suspiró. - Pero mientras viva ahí, el alquiler lo pagaremos entre los cuatro. Y no hay discusión posible. - añadió al ver que sus amigos iban a protestar. - Es lo justo.
- De acuerdo. - dijo Luna. - ¡Pero hoy invito yo!
- ¡No!
Ante las protestas de los demás, cogió su bolso y echó a correr hacia la barra para pagar la cuenta. Simón hizo lo mismo. Ámbar rió al ver como cogía a Luna por la cintura para ponerla a un lado y pagar él.
- Son como niños. - dijo Nicolás, también sonriendo.
- Me encanta. - dijo Ámbar.
- Te encanta Simón, querrás decir. - dijo Nicolás, haciendo que a Ámbar se le cayera la copa de la mano.
-¡Diablos!
Tras limpiar el estropicio, Ámbar miró a Nicolás.
- ¿Por qué... por qué has dicho eso?
- Me he dado cuenta de cómo lo miras.
- Bueno.. creo.. creo que es un chico muy bueno. Me cae muy bien. Es un gran amigo. - dijo Ámbar, mirando a otro lado, intentando que Nicolás no viera que se había sonrojado.
- De acuerdo. Me habré equivocado. - dijo Nicolás, intentando no presionarla. - ¿Saldremos de fiesta esta noche?
- ¡Por supuesto que si! - exclamó Luna, que llegaba del brazo de Simón.
Los cuatro se lo pasaron muy bien esa noche. Bailaron, bebieron, rieron, ligaron... Simón miraba desde un lado de la pista como Ámbar bailaba con un chico que había conocido hacía un par de horas. Se la veía relajda y feliz, lo que en cierta parte agradó a Simón. "Si ella es feliz, yo también lo soy."
- Vamos, Simón. Ven a bailar con nosotros. - dijo Luna, apareciendo del brazo de una hermosa chica morena.
- No quiero molestarlos.
- No molestas para nada. - dijo la chica, cogiéndole de la mano. - Me llamo Daniela.
- Yo me llamo Simón.
- Pues venga, vamos a bailar, Simón!
Luna y Daniela sacaron a Simón a bailar. Se lo pasaron muy bien esa noche. Ámbar, en cuanto podía, miraba a Simón. Le encantaba verle sonreír de aquella forma.
- Te gusta y no se te ocurra seguir negándomelo. - dijo Nicolás al pasar por su lado.
Ámbar no dijo nada. No quería mentirle, pero tampoco quería sufrir pensando en Simón y viendo como su amor no era correspondido.

No Todo Es Lo Que Parece TERMINADAWhere stories live. Discover now