ACTO II. VANESSA ABRAMS

72 3 0
                                    

Una morena metía ropa en una desvencijada maleta morada como si su vida dependiera de ello. Agitaba su cabello rizado en cada movimiento. Se encontraba agotada, pero eso no le impedía seguir moviéndose con habilidad. Tomó una foto del periódico escolar que había enmarcado y la miró por unos segundos;

Vanessa Abrams, ecologista estrella en la NYU.

—¿Vas a algún lugar?

La voz de aquel chico la hubiera reconocido incluso cincuenta años después. Vanessa se quedó estática. La blusa rosa que sostenía en manos resbaló, cayendo en silencio al suelo.

Tomó su tiempo en girar el rostro hasta el lugar de donde procedía la voz.

Chuck Bass sentado sobre el marco de madera de su ventana era algo digno de ver. En un universo alterno incluso pudiese parecer divertido.

Ella pensó en decir algo mordaz, pero las palabras se habían quedado atascadas en su garganta. Así que se limitó a rodar los ojos y continuar con aquella acción que había dejado antes, pero que parecía increíblemente difícil ahora.

—Sigues rebobinándolo, ¿cierto?

Vanessa intentó que sus incitaciones no la hicieran caer. Siguió empujando vestidos dentro, parecía interminable las cosas que metía, era como un barril sin fondo.

—Solo fueron unas noches. Un affair. ¿Has escuchado de eso Vanessa?

Ella caminó hacia su armario y cogió unas zapatillas amarillas que Dan le había regalado en la navidad anterior.

—Sexo con un deje de despecho. ¿Recuerdas esa noche Vanessa? Estabas molestísima con Nate. Yo amaba a Blair, pero tus besos eran convenientes. Aunque era ella la que estaba en mi mente.

No pudo evitar girarse y con fuerza lanzar la zapatilla hacia él. Esperando que el tacón diera de golpe en su rostro para así hacerlo callar. Pero un chico como Chuck Bass era ágil como el viento y logró evitarlo sin siquiera esforzarse.

Era lo que hacían ellos, los chicos ricos. Obteniendo todo sin proponérselo.

Quería odiarlo, de verdad que sí, pero había algo en él que siempre se lo había impedido.

—O eso fue al menos lo que tú dijiste. —Susurró.

La pelinegra se dejó resbalar en la pared hasta que su trasero tocó el suelo. Chuck había desaparecido de su vista, siendo remplazado por la puerta cerrada y un montón de ropa tirada.

Por debajo de la cama observó unos calcetines sucios y una vieja máquina de escribir.

Sintió el peso de alguien hundirse en la cama. No le hizo falta echar la vista arriba para saber de quién se trataba. Su olor a perfume entremezclado con alcohol lo delataba a kilómetros.

—¿Qué es lo que quieres, Chuck? —Preguntó rendida.

—Vine a verte. Una última primera vez. Porque siempre se siente como la primera vez contigo.

—Lo siento. —Susurró ella. Tan bajo que incluso dudaba que las palabras hubieran salido alguna vez de sus labios.

Escuchó el suspiro pesado de Chuck. —Sé que mentiste aquella tarde.

Vanessa estaba cansada de todas las mentiras, en especial de las que se decía a ella misma.

—Me estaba enamorando de ti.

Pasaron unos largos minutos.

—Lo sé. —Respondió simplemente. —Eres una buena chica Vanessa, solo estás herida. Y sabes, reparar un alma puede ser de lo más difícil.

Ella rio entre lágrimas que no sabía estaban descendiendo por su rostro.

—¿Cuándo Chuck Bass se volvió un sensiblón?

Él también rio.

—Me gustabas también Vanessa. Sabías eso.

—¿Sabes por qué no te creía? Porque de mí nunca nadie se había enamorado, a mí nunca me ha querido nadie. Además tu menos que ningún otro ibas a amarme. No de la forma en que pedía. Los chicos ricos siempre obtienen lo que quieren y luego lo botan por la primera castaña con delirios de Audrey Hepburn que encuentran.

Nuevamente escuchó su respiración pesada, solo que ahora lo sentía sobre su oído. Le erizó la piel.

—Ese siempre ha sido tu problema. Mostrar resistencia a un sistema que no ha hecho nada en contra tuyo. Solo dejarte fuera. Y sabes que eso no es tan malo como suena.

Chuck se levantó de la cama y sacudió sus pantaloncillos.

—Espero verte hoy en la tarde. A las seis y cuarto en punto.

Estaba a punto de atravesar la puerta.

—Lo siento Chuck. Por haber sido una cobarde. Por no poder arriesgarme contigo aquella tarde.

Casi pudo ver su icónica sonrisa ladeada. —No he venido a eso Vanessa. No quiero que me pidas disculpas. —Hizo una pausa tortuosa. —Quiero que te perdones a ti misma.

Después simplemente salió de la habitación, dejando a una morena tirada en el suelo llorando como grifo recién abierto.

Y es que ciertamente, ¿cómo se perdona a uno mismo por escapar de quien pudo haber sido el amor de tu vida?

Por el que se fueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora