12. Joker I: El mar de los sueños olvidados (Parte I)

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Ahora, que os hayáis creído el dramatismo de mis últimas frases, me hace cuestionarme qué clase de lectores sois porque, si habéis estado prestando atención hasta ahora, no sé cómo alguien pudo pensar que yo era del tipo torturado dramático.

Me encontraba bien pese a una agitación de ciertas aguas de mi mente que no quería remover por el descubrimiento sobre Ellette. Para no meterme en ese embrollo del que no tenía salida, prefería enfocarme en mis próximos objetivos: recuperar a Idril y derrotar a Fehlion, esta vez, de forma definitiva y perenne.

No os enfadéis ni os lo toméis demasiado a pecho. Uno tiene que usar todos sus mejores trucos para poder engañar a un dios. La omnipotencia de Fehlion tenía sus fallos, no era absoluta, y así como una vez ya había podido derrotarle, tenía una idea de cómo hacerlo ahora. Dejarle creer que se había salido con la suya ahora, para pillarle desprevenido más adelante. Aunque tal vez me había pasado un poco con los efectos de la oscuridad rodeándome los tobillos. A fin de cuentas, Fehlion debería conocerme mejor que los lectores de este manuscrito.

Lo que también había sido real, era mi odio hacia el puto hadito que tenía la desfachatez de dárselas de padre de Idril cuando seguro que no podía ni cuidar de una mascota. Solo una vez había sentido este impulso tan intenso y visceral de querer asesinar a alguien. La primera vez había sido cuando me enteré de que Gelsey se había convertido en el padrastro de Idril.

Idril era mi hijo.

Era el que hacia la profecía posible.

La llave que garantizaría mi libertad.

Era el fruto que habíamos creado entre Ellette y yo.

Mi medio para vengarme, la pieza que me faltaba para poder terminar de reconstruirme y volver a ser yo.

Idril era mi esperanza.

De haber podido matar a Gelsey cuando me puse al día, lo habría hecho. Tuvo suerte de que el palacio de Llyr era uno de los pocos lugares protegidos efectivamente contra mí mientras estuviera atrapado en la carta y mis poderes, encadenados.

Y ahora volvía a sentir esa necesidad de asesinar y, fíjate tú por dónde, le tenía a mi lado. Al que tanto había deseado destruir con mis propias manos.

Si tan solo pudiera moverme... Si tan solo me quedara una brizna de fuerza... Mas estar atado a esta prisión mágica me volvía demasiado débil, hasta el punto de que Fehlion podía darme una paliza con unas Maddie y Ellette hechas de ilusiones y hojas secas.

Golpeé este suelo gris, yermo y arenoso sobre el que me hallaba tumbado y pataleé un poco, aprovechando que nadie podía verme aquí dentro, ni siquiera Fehlion.

Tras este momento de dar rienda suelta a las emociones que se concatenaban en mi interior, me puse en pie. Busqué mi sombrero por todas partes, pero, a estas alturas, a saber dónde se me había caído. Por tanto, no me quedó más remedio que concentrarme y convocarlo. Sabía que no era real, pero mientras estuviera aquí dentro, valdría. Un elegante sombrero de copa alta, forrado con piel de kelpie y seda, se materializó entre mis manos, tal y como había imaginado, y me lo puse. También me sacudí el polvo de mi ajado traje. Otro truco que había aprendido tras estar todos años aquí atrapado era redirigir la magia que me mantenía encarcelado para que arreglara mi ropa, y aquello sí que era real y no una ilusión, por eso siempre que era liberado por Adri, aparecía con mi ropa ya en perfecto estado.

En lo que se regeneraba mi traje, eché la vista hacia arriba y me quedé contemplando el cielo mercurioso, pensativo. Odiaba este lugar. Sabía lo que me esperaba si daba unos pasos más hacia delante, hasta que llegase al borde del acantilado. Ése era el único lugar al que realmente podía ir, todo lo demás se trataba de un mar embravecido del color de la sangre que destacaba contra la grisedad de todo lo que me rodeaba. Y es que, en el final del mundo, todo era gris y desfragmentado; la bóveda celeste parecía que se caía a cachos, desgarrada por unas garras gigantes; el aire olía a hielo y dejaba estalactitas en la cabeza con solo inspirarlo; el suelo se moría. Esto era lo que nos esperaba a quienes vivíamos eternamente y nadie conseguía matarnos por el camino. Cuando hundía mis dedos en este suelo ceniciento, me preguntaba si no sería mejor dejar que Idril destruyera el mundo con tal de no llegar a esto jamás.

La ilusión de Fehlion (Léiriú #2)Where stories live. Discover now