—Te quiero a la una en casa, ¿entendido, señorita Hurley? —Se acercó a mí y me besó en la coronilla—. Te quiero, cielo. Ten cuidado. —sonrió y luego volvió con mamá.

     —Claro, papi —sonreí y esta vez me acerqué yo, besando su mejilla.

     —Tú —señaló a Harry—. Cuida bien a mi muñeca, ¿bien?

     —Confíe en mí, señor Hurley —sonrió, mirándome y advirtiéndome que me esperaba una buena.

     —Lo haré —asintió papá y se giró junto a mamá y mi cachorra. Se detuvo—. Oh, y Harry… —éste levantó la mirada, algo nervioso.

     —¿Sí, señor Hurley?

     —Bienvenido a la familia. —sonrió mi padre. Marcel suspiró y asintió despacio.

     —Gracias, señor Hurley.

                                                                                                                                              

                                                                                                                                                 

     —¡No tengo nada que ponerme y tan solo tengo dos horas! —Gritaba ella mientras sacaba toda la ropa de su armario y la tiraba al suelo o a su cama—. ¡Deja de mirarme el culo y ayúdame a buscar algo! —me dice. Daphne Hurley tiene un buen culo y debía admitirlo, y bueno, ella en toalla lucía mucho más caliente. Como buen chico, no debía quitar mis ojos de ahí.

     —Soy un chico, Daphne. No me pidas que no lo haga —esta vez dirige mis ojos hacia su busto. Ella se acercó a mí y gruñendo dijo:

     —Harry —sujetó mi rostro—. Mis ojos están aquí —se señaló el rostro.

     —Y tus pechos aquí —de manera descarada y sin vergüenza alguna, llevé mis manos hacia su busto. Ella abrió la boca levemente, llena de sorpresa.

     —¡Eres un idiota! —llevó una mano hacia mi mejilla y me dio uno de sus tantas famosas bofetadas.

     —Me habías pellizcado el trasero a espaldas de tu padre, Daphne. ¡Me debías una! —me quejé llevando mi mano a mi mejilla—. Además, ¿quién te ha mandado a salir en toalla, eh? Son los hombres los que después buscan, ¿a que sí? —espeté con ironía.

     —Todos son iguales —bufó, dándome nuevamente la espalda—. Hiciste un trato con mi padre, así que irás a la fiesta conmigo —dijo.

     —Bien —me limité a decir, pero por dentro había una fiesta en mi interior. No había tenido que esforzarme y ahora podía ir con ella.

     —Pero tendrás que mantenerte lejos de mí, ¿claro? —indicó. Rodé los ojos. Estaba loca si creía que iba a dejarla.

     —Sí, claro.

     Los minutos pasaban de manera completamente lenta, Daphne se había adentrado en el baño hace al menos unos treinta minutos y yo me encontraba agonizando sobre su cama después de haber terminado algunos ejercicios del libro de Matemáticas.

     —¿Ya estás lista? —pregunté, bufando.

     —¡Ya casi! —Habló desde el tocador—. ¿Qué hora tienes? —observé mi teléfono.

     —Las nueve y cuarto. —contesté. Ella soltó un chillido de emoción y salió del tocador luego.

     Aquel pequeño vestido negro le quedaba simplemente fascinante. Éste dejaba ver sus perfectas piernas tonificadas y bronceadas, los tacones negros la hacían lucir un poco alta, su cabello algo alborotado, pero muy bien acomodado a la vez, la hacía lucir terriblemente sexy. Mis ojos se posaron sobre sus pechos, sus perfectos pechos. Que eran resaltados por el leve ajuste que les daba el vestido en esa parte.

NERD.Where stories live. Discover now