Etapa VII: El cuerpo

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—No es difícil entender los motivos por los que ella actuó —decretó el inspector Morelli, analizando en su despacho el papel que habían encontrado en el interior de una de las campanas—. Sabiendo que sus violadores, debido a su posición económica, recibirían siquiera una amonestación, ha decidido tomarse la venganza por su mano.

—Pero inspector, ¿está seguro de que se trata de ella? ¿Cómo pudo sobrevivir?

—Lo desconozco. —Hizo rodar entre sus dedos, la campana dorada que extrajeron de las manos amputadas del conde—. Pero Roxanne aseguró que fueron cuatro los hombres que se llevaron a Allegra. Queda otro más.

La intensidad de aquel tintineo era mayor a cada minuto que el reloj estaba más cerca de marcar las doce

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La intensidad de aquel tintineo era mayor a cada minuto que el reloj estaba más cerca de marcar las doce.

—Tenga piedad, se lo suplico. —La quejosa voz del marqués Caruso, se perdía entre los innumerables recovecos que conformaban su opulenta mansión. Agarrado con pavor al pasamanos, el marqués buscaba entre las sombras respuesta alguna a sus lamentos.

—¿Piedad? —Un susurro cavernoso reverberó entre las paredes—. ¿Acaso alguno de los cuatro tuvo piedad conmigo?

Aferrado a la daga, de la que no se había separado tras conocer el funesto destino que habían sufrido sus tres amigos, y ocultándola bajo su túnica, el marqués descendió las escaleras con lentitud.

—Habíamos bebido, no éramos conscientes de lo que hacíamos. Y la vimos tan... —Un fuerte estrépito se escuchó entonces a sus espaldas.

—¿Tan qué? —El marqués Caruso dejó escapar un alarido al ver el cadavérico rostro de Allegra a escasos centímetros del suyo—. ¿Tan débil? ¿Tan desamparada? ¿Tan... accesible?

Las embestidas, que el ente le propinaba mientras hablaba, provocaron que el marqués tropezase con uno de los extremos de la suntuosa alfombra del salón.

—Bueno no... yo no quería decir... Solo digo que...

—¡¿Qué?! —Bramó Allegra agarrando de las solapas al marqués. Este, aprovechando su posición, extrajo la daga de su túnica, hundiéndola con furia en el cuerpo del cadáver.

Allegra se llevó las manos al cuchillo mientras trataba de frenar el reguero del líquido negro que brotaba descontrolado de su pecho. El hombre se levantó, triunfante.

—Tendrías que estar agradecida —dijo observando al ente retorcerse en el suelo—. Una ramera como tú, sin más fortuna que su cuerpo, jamás hubiese podido imaginar que pudiera gozar de nuestra compañía. —Luego, emitiendo un sonido gutural, escupió en el rostro de Allegra—. Esto es por mis amigos.

Mientras se dirigía con rapidez a la puerta de entrada, con intención de avisar a la policía lo antes posible, percibió un violento temblor bajo las plantas de sus pies. Después, el sonido de estridentes pisadas aproximándose hacia donde se encontraba.

Allegra, sosteniendo la daga entre sus manos, y observando con expresión divertida las desencajadas facciones del marqués, colocó el filo en la garganta del hombre, hundiéndolo con saña y atravesando con él todo su torso.

—Esto es por mi cuerpo.


N/A: ¡Hola lectores!

Estoy encantada de contaros que pasé a la siguiente etapa. ¡Ya solo queda un capítulo para conocer el final de esta siniestra historia!

Espero que lo disfrutéis.

La dama de la nocheWhere stories live. Discover now