Etapa V: Venganza

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—Mi paciencia tiene un límite, señor Morelli —espetó el conde Grimaldi, en un intento poco fructuoso de dominar su ira—. Ya he respondido a sus preguntas demasiadas veces esta semana, y mis declaraciones acerca de aquel día van a seguir siendo las mismas.

—Unos testigos le sitúan a escasas calles del burdel en el que Allegra Simone fue vista por última vez.

— Yo jamás he frecuentado burdel alguno. Soy un hombre respetable, ¡por el amor de Dios! —El inspector atisbó un par de gotas de sudor empapando la impoluta frente del conde.

—Aseguran haberle visto acompañado de tres de sus otros amigos aristócratas. No suelen ver a gente de su estatus merodeando por los suburbios, ¿sabe?

—¡Malditos todos, no conseguirán doblegarme a pesar de sus acusaciones! —El conde cerró el puño alrededor del pomo de la puerta de su exuberante mansión antes de cerrarla de un portazo.

Tras esperar unos minutos, se acercó con cautela a la ventana del gran salón. Permaneció oculto tras una de las ostentosas cortinas victorianas que engalanaban las ventanas, hasta ver alejarse al inspector.

Después, se recostó en el sillón que había frente al fuego, y buscó en el bolsillo de su chaleco el crucifijo del que no se había despegado durante esa semana.

Aquel tintineo, como fogonazos de advertencia, se había estado haciendo más intenso a medida que transcurrían las horas. Y el terror a reencontrarse con el cadáver putrefacto de aquella mujer, crecía a cada ruido que creía escuchar entre las sombras de los lúgubres rincones de su mansión.

El conde Grimaldi se llevó una mano al pecho al escuchar el reloj del salón marcar las doce de la medianoche. Unos pasos siguieron al repiqueteo incesante de aquel tintineo que, poco a poco, iba carcomiendo sus entrañas.

—¡Sé quién eres! ¡Sé lo que quieres!

El eco de una risa, profunda y cavernosa, tronó entre las vigas de madera que abrigaban las paredes.

—Tú no sabes nada.

De pie frente al hombre, Allegra le observaba retorcerse de pánico en el sillón.

—S-sé que qu-quieres venganza —balbuceó el conde, sin apartar la vista de las yagas y pústulas que cubrían el rostro del cadáver de la mujer.

—Quiero mucho más que eso. —Esbozó una sonrisa mientras se aproximaba hasta el sillón. Se sentó en las rodillas del conde y llevó las manos a su cabello—. Quiero que sientas el dolor de ocho manos arrastrándote con firmeza de los cabellos—. Deslizó sus pútridas manos por su camisa—.Quiero rasgarte la ropa mientras me deleito con tus gritos, acallándolos luego con mis golpes.

El conde tiritaba mientras veía a Allegra palpar su entrepierna.

»Quiero destrozar tu hombría sin clemencia, esa con la que tanto disfrutaste a mi costa. —Agarró la entrepierna del conde Grimaldi, escuchando sus gemidos de dolor, y, con una sola mano, lo levantó del sillón—. Quiero hacerte sentir el sufrimiento de todos y cada uno de los minutos que llevo enterrada viva bajo tierra.

La dama de la nocheHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin