Libreta de calificaciones.

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Un año después.


—Jennie, ¿por qué no tomas asiento y tratas de calmarte un poco? —insistió la psicóloga.

Jennie había entrado hace diez minutos al consultorio de la doctora Lee y no había parado de caminar de un lado a hacia otro, claramente ofuscada por algo, bajo la atenta mirada de la profesional. Después de que la empresaria ignorara su petición, la psicóloga se tomó su tiempo para llenar el vaso que le correspondía a Jennie de agua y luego volvió a levantar la mirada para encontrar a la morena dándole la espalda y mirando atentamente el maravilloso cuadro que la mujer recientemente había adquirido por una importante suma de dinero en una subasta.

—Que mal gusto —murmuró Jennie lo suficientemente alto para que la mujer la escuchara y para después regresar a iniciar una más tranquila, pero aún retumbante, caminata por todo el despacho de quien la atendía cada semana desde hace ya casi un año.

Lejos de sentirse ofendida por el comentario de Jennie hacia la pintura, la cincuentona sonrió disimuladamente. Llevaba tiempo conociendo lo que era cada rinconcito de la mente de Jennie Kim como para molestarse por sus comentarios y para ser franca, a ella tampoco le gustaba la pintura. De hecho, no la hubiera comprado si su estúpido ex esposo no hubiera pagado por ella.

—Jennie... —intentó de nuevo.

—No es que me sorprenda el mal gusto que usted tiene por la decoración —la empresaria volvió a atacar.

La mujer no dejó de sonreír—. Jennie...

—Es decir, mire ese otro cuadro —señaló hacia otra de las pinturas que colgaba en la oficina. La profesional miró simplemente por darle el capricho a su paciente—. Es horrendo —apuntó Jennie—. Y ni hablar de la escultura gigante que tiene en la entrada. Mi madre se moriría de tan solo mirarla. Y no me quiero imaginar qué pasaría si ve el desagradable color de pintura de sus paredes —soltó un bufido de burla—. Tampoco es que me extrañe, todo el edificio está hecho pedazos.

La psicóloga agitó su cabeza y no evitó que una pequeña carcajada saliera de su boca.

—Jennie, ¿te acuerdas que en la sesión que tuvimos... —la mujer giró varias páginas de su libreta para confirmar la fecha—... aproximadamente antes de las fiestas de fin de año hablamos y descubrimos algunos de tus mecanismos de defensa? —Jennie iba a tener que reflexionar.

— ¿Qué pasa con mis "mecanismos de defensa"? —se burló la empresaria mientras seguía dándole la espalda a la mujer e inspeccionaba la biblioteca de la misma, pasando su dedo para luego hacer un automático gesto de asco al encontrar bastante polvo en él.

— ¿Cuáles habíamos dicho que eran tus principales formas de defenderte cuando algo te molestaba? —preguntó la profesional al mismo tiempo que tomaba una lapicera para resaltar algo de la página que había encontrado y para anotar que tenía que pedirle a su empleada que limpiara la biblioteca.

— ¿Y usted piensa que puedo recordar esas estupideces? —reprochó la morena, minimizando la tarea de la mujer.

—Yo creo que sí te acuerdas de ellos. Es más, creo que ahora mismo estás usando uno de ellos. ¿Te acuerdas de los dos principales y que con más frecuencia exteriorizas? —insistió. Con el paso de los años y con su experiencia, había descubierto que siempre era bueno hacer que los pacientes se dieran cuenta por sí mismos de sus errores.

Jennie había tomado un libro y lo empezó a ojear bruscamente. La profesional esperó con paciencia para que la voz de la morena saliera.

—La agresión era uno de ellos —no porque Jennie fuera violenta con sus manos, sino que lo era con sus palabras.

No soy para ti → jenlisaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt