En el que Thurok comienza a vivir.

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"Los que poseen sangre de Naturaleza por su cuerpo, son libres dentro de Desolación. Nadie puede mandarlos más que ellos mismos dentro de sus tierras salvajes, hasta que entren a los territorios de los puros. En ese momento, serán parte de los mortales y nadie puede defenderlos."

Extracto del acuerdo entre puros y Naturales.


Thurok.

Cerró los ojos, pensó de nuevo en lo que estaba haciendo.

Tensó el arco y buscó de nuevo el punto débil. Abrió un ojo y perfeccionó el movimiento, el viento y la dirección en la que la flecha puede ir.

Dejó escapar un suspiro por entre los labios finos, apretados y, con él, la flecha.

Sintió el tensor del arco, por último el grito de su presa al saber que está atrapada.

Corrió hacia él, se paró para ver la herida que acaba de realizarle en el gemelo derecho, atravesándole la carne con una sola flecha, se felicitó a sí mismo. Justo la había encontrado antes de que saltara al Mar de la Angustia. Éste desembocaba directamente al Océano.

Sonrío de lado y se agachó para susurrarle lo que serían para ella sus últimas palabras.

―Debiste esperar un poco más ―le sonrió una vez más, tensó el arco y se lo colocó en el rostro mientras saca una nueva flecha mientras observaba sus facciones, llenas de pánico. Llenas de tierra, suciedad, hedor y sudor que van de la mano del miedo.

El aire salado impregnó sus labios, poco a poco fue dejando soltar la flecha, relamió su labio inferior y volvió a respirar hondo. Miró los ojos de su víctima, implorantes, buscando una muerte rápida, algo que él podía darle.

―¡Basta! ―Esa voz a su espalda, la de su padre, la reconocería en cualquier lado.

Apretó la mandíbula, le colocó una mirada llena de fuego a su víctima. Destensó el arco y guardó la flecha de nuevo en el carcaj, pegado en su espalda.

Su padre se acercó dando pasos agigantados por el bosque hasta que los encontró.

―Dije que no debías matarla. Necesitamos de los servicios de Miriiaz.

Thurok rodó los ojos, volvió a apretar la mandíbula.

―Ayúdame a llevarla de nuevo al pueblo, de donde no volverá a escapar.

―Deberíamos tener más compasión por ellas.

―Ellas jamás la tuvieron con nosotros, ahora somos nosotros los que descubriremos el por qué lo ocultan del mundo.

―Deberíamos aprovechar y matarla ahora. Ese es un secreto suyo, no nuestro.

―Vuelves a decir alguna vez más algo de eso o vuelves a desautorizarme frente a ellas, y juro que no tendré piedad, ni aunque fueras mi hijo. ―Los ojos platines de su padre relucían con los rayos del sol, que comenzaban a descender por entre las ramas de los árboles más antiguos del bosque. ―. Ahora ayúdame a cargarla, la dejaste prácticamente tullida.

La levantaron, ella comienza a gritar de dolor debido a la herida. Sus cabellos verdes, que pronto se tiñen de azul y negro, una forma de demostrar su dolor interno, le hacían acordar a Thurok a su madre.

―¡Cállate prostituta! A no ser que quieras que comience ahora con las torturas ―gritó su padre, el gran Rey del Pueblo Élfico.

―Padre... ―dijo Thurok con la voz débil.

The white Song ©Where stories live. Discover now