Cómo Antima encontró el elemento perdido

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"La raza Azul posee la libertad del mar. En su sangre corren la más pura ascendencia de las corrientes marinas. Antiguos Reyes podían, con la ayuda de su fe, poder mover mares enteros, desatar cataclismos en la tierra con solo el poder de sus creencias al agua. Pero con el tiempo, los hombres comenzaron a no creer en ello, por lo que los Dioses del Oceano no le conceden estos dones a los nuevos reyes"

Capítulo XIX, "Sobre los Reyes del Océano" en El Libro de la Creación del mundo y los Dioses.


Antima Blue.

El bote flotaba en la deriva, esperando posiblemente que alguien lo encontrara para salvarlo. Antima parecía perplejo ante lo que estaba observando. El timón de madera de la embarcación junto con el mástil mayor parecían hechos trizas, como si alguien o algo se hubiera apoyado sobre ellos. El resto de la embarcación no estaba tan bien como debería estarlo: las velas turquesas que hacían honor al Reino Azul, se encontraban desechas, arrancadas por garras enormes; el casco de madera también estaba muy golpeado, a punto de quebrarse por completo y hundir el bote. Sin embargo eso no podía ocurrir o aplastaría al Palacio Azul que se encontraba muy por debajo de éste.

Antima se dirigió sin pensarlo demasiado hacia la extraña flotación, que navegaba casi sin ayuda de nadie, arrastrado por las corrientes marinas que irónicamente lo habían devuelto a su hogar. Antima nadó por entre la cúpula que minutos atrás rodeaba su reino pero que en aquel momento no se encontraba, como si nunca hubiera existido. Eso suponía que las defensas habían sido quebradas irremediablemente. Antima sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal, se sentía inquieto ante tal suceso inesperado. A pesar de ello, tomó una de las tantas cuerdas que salían desprevenidas desde la embarcación y subió con la mera ayuda de sus fuertes brazos.

Mientras ascendía por el acorazado, el viento frío azotó el cuerpo semidesnudo del príncipe, haciendo que tiritara por ello reiteradas veces. Sentía el cuerpo entumecido a medida que escalaba a la cubierta del barco. Cuando llego al fin, sus dedos habían dejado de responderle por las corrientes heladas que allí arriba azotaban. Abrió los ojos de tal manera que le dolió hacerlo, pero es que no creía lo que estaba viendo: la cubierta del barco tenía una película casi imperceptible de nieve que cubría todo elemento allí posado. Para la suerte del joven príncipe, el hielo estaba descongelándose lentamente por acción de los rayos del sol, que golpeaban contra toda la superficie del acorazado.

Para su sorpresa, no había nadie en la posición donde el timón debería de estar, ni mucho menos sosteniendo las sogas. Tampoco encontró a nadie en los camarotes cuando bajó a inspeccionarlos rápidamente. Pero sí se encontraba el capitán en su habitación. Antima, desesperado, corrió en su búsqueda, pero al hombre poco tiempo le quedaba de vida.

—¡Capitán! Le ordeno que me informe qué ocurrió aquí —gritó desesperado con las palabras patinándose en su garganta mientras intentaba sostenerle la cabeza al anciano para que pudiera reaccionar ante el contacto humano.

Éste miró hacia los ojos de Antima, pero ya no quedaba vida en ellos. Se encontraban vacíos, tristes, como si los Dioses jamás hubieran sembrado un alma en aquel cuerpo.

—¡Capitán! —repitió entre sofocos Antima, pero el anciano ya no podía producir palabra alguna.

—¿Qué ocurrió aquí? —inquirió una voz a sus espaldas que él ya conocía bastante bien. Era su capitán de la guardia, un hombre tan gentil como despiadado a la hora de cumplir cualquier orden que le impusiera la familia real.

—Al fin llegaron, no encontré a nadie aquí en el barco además del capitán, peo se niega a hablar... —hizo una pausa, mirando los ojos asustados del hombre—. O tal vez no pueda hacerlo —se corrigió.

The white Song ©Where stories live. Discover now