En el que el Portal se abre y el destino vuelve a cambiar.

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"Los Dioses Élficos se componen por cuatro divinidades, cada una representa un elemento de la naturaleza que corresponde a los que los elfos mismos pueden controlar en casos de elevada sabiduría. Los cuatro Dioses son representados por sus formas humanas y animales: el Dios Ojh es el mayor de los cuatro, posee la habilidad esencial de la sabiduría y la guerra que le otorga el fuego, es representado por el escorpión; la Diosa Lheaj, es la poseedora del elemento agua, ella es la fuente de vida y la encargada de dar muerte a todos los seres vivientes, se la adora a través de la luna, quien es su mensajera y se la representa como un pez alado; el Dios Aljha es el maestro del elemento de tierra, quien tiene la esperanza, las artes manuales y danzas, a él se lo representa como el toro; y la Diosa Rask, quien posee la agilidad del aire, otorga a quienes la llaman la habilidad del amor y la misericordia, a ella se la representa con la forma de un águila veloz de alas prácticamente verdes.

Todos ellos son divinidades de los elfos, que ninguna otra criatura Natural comparte, mucho menos los hombres ―para saber sobre ellos, consultar en capítulos siguientes "Todo sobre Syrenas", "Todo sobre Hadas"―."

Extracto del "Libro sobre los Naturales". Capítulo tercero, "Todo sobre los Elfos". Parte XXI, "Los Dioses Élficos".


Miriiaz.

La sostenía entre sus manos como si fuera una especie de amuleto. Le quiso hacer creer que si la seguía sosteniendo el mundo estaría en orden, no habría muerte entre sus seres queridos ni tampoco ella perecería. Pero no era realmente así como funcionaba el amuleto, ella lo sabía, se lo había dicho su padre poco antes de morir, justo cuando se lo había heredado: había algo más, algo que solo ella podía descubrir, el amuleto servía para otra cosa.

Viéndolo con un ojo vago era sólo una pequeña piedra con una runa élfica incrustada, la cual pronunciada significaba una sola palabra: efímero. Pero, con un ojo más crítico, esta piedra podría haber sido más que un amuleto para la buena suerte, como su padre quería hacerse creer. Él le daba el crédito por sus hazañas a la piedra que tanto amaba y tenía consigo siempre. Pero la joven Miriiaz sabía que eso no era cierto: era solo una roca; pero, a pesar de serlo, la llevaba consigo siempre tal como su padre lo había hecho. No porque creyera que le daría suerte, sino más bien para recordarlo, porque sabía que era lo único que le había dejado a ella, era lo único que tenía para no olvidar.

Miró hacia delante, suspirando gravemente cuando observó cómo las olas del mar llegaban vagamente hasta casi sus pies.

Colocó una mano en la arena, hundiéndola entre las miles de partículas pequeñas que se incrustaban en su piel despacio, con frío. La otra mano siguió jugando con su pequeña piedra, tratando de averiguar ―como muchas otras veces desde la muerte de su padre― qué quería significar aquella palabra elegida casi por el azar del destino.

Con las yemas de sus dedos tocó la llanura de su amuleto, no era áspera, sino que, por el contrario, era extraña y completamente lisa, de color gris claro, suave. Pasó su dedo índice por la pequeña runa marcada de forma irregular. Parecía haber sido marcada por acción de otra piedra, casi sin mucha paciencia.

―Así que... ―comenzó una voz a sus espaldas que la sobresaltó, haciendo que guarde su pequeña piedra en el bolsillo de su chaqueta torpemente, casi sin terminar de guardarla del todo. Se dio la vuelta, lo observó acercarse despacio, llegando casi a donde estaba ella.―. Estás sola aquí, no me has oído venir. Lo que significa que estás pensando en algo importante. ¿Qué ronda por tu cabeza esta mañana?

The white Song ©Where stories live. Discover now