Dieciocho

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Alonso

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Alonso

Los cubiertos chocando en el plato era lo único que se escuchaba mientras estábamos sentados en aquel rústico comedor. De vez en cuando miraba a mi padre de soslayo, alternando mi vista entre él, mi madre y Héctor. Todos tenían la cabeza gacha mientras comían, sintiendo la tensión que corría por el ambiente y el escalofrío que nos recorrió a todos cuando mi padre se levantó bruscamente de la mesa haciendo chirriar la silla.

—Tengo que irme, algunos tenemos un trabajo al que llegar. —Alzó la voz en mi dirección. Héctor y yo nos miramos para continuar con nuestra comida con las quijadas endurecidas de gritos contenidos—. Feliz cumpleaños, linda Brisa.

Mi madre sonrió; era tan diferente pensar cómo era con ella y cómo se comportaba con nosotros, tenía un velo cegándolo, impidiendo que pudiéramos recuperar la gran familia que éramos antes de que decidiera no aceptar nuestros caminos artísticos.

En cuanto se escuchó la puerta cerrarse, todos soltamos el aire contenido.

—Bueno, tengo unos dulces para ustedes. —Sonrió mi madre mientras iba con pasos cortos y rápidos hacia la cocina, regresó en menos de un minuto metiendo las manos entre Héctor y yo, mostrando el par de mazapanes en las palmas. Reí con nostalgia al recordar las cajas que mi hermano y yo éramos capaces de comer de pequeños—. Los dulces favoritos para mis niños.

—¿Es tu cumpleaños y nosotros recibimos los regalos? —inquirió Héctor con la boca llena mientras yo trataba de abrir el empaque sin romper el dulce, cosa que nunca lograba.

—Me trajeron un pastel, y agradezco que dejen de lado las peleas constantes con su padre para almorzar conmigo. —Sonrió acariciando nuestro cabello—. Sobre todo ahora que mi bebé más chico se mudará también.

Sus ojos pequeños se hicieron rendijas mientras estrujaba a mi hermano en un abrazo, con los brazos sobre su cuello y su cara redonda pegada con la de él.

—Ya te dije que vendré a verte, mamá.

—Eso me dijo este. —Sentí el manotazo en mi hombro haciendo que me encogiera—. Y muy apenas lo veo cada dos semanas. Ni siquiera me ha dicho nada sobre la señorita con quien sale en internet.

Empecé a toser atragantándome con el mazapán*. Tomé un poco de agua después de que me calmara un poco.

—¿Tú cómo sabes?

—No soy tan vieja hijo, sé usar internet. Ahora, ¿quién es la chica?

Mi madre me sentó frente a mí, con sus manos entrelazadas sobre la mesa y una mirada fija y pícara que no se me quitaba de encima. A mi lado, Héctor ya se había cruzado de brazos mirándome con sorna.

Suspiré derrotado.

—Se llama Sophia... —comencé siendo interrumpido.

—Eso decía la nota. —La miré e hizo como si cerrara su boca con un zipper aventando la llave—. Perdón, me callaré, cuenta.

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