Ocho

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Alonso

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Alonso

Salí de mi departamento el martes por la mañana, el sol ya estaba a medio alto pero las nubes espesas cubrían gran parte de los rayos de este, mientras que los constantes sonidos de los autos podían aturdir a cualquiera. Acomodé mi mochila y emprendí mi camino al periódico; me habían llamado el día anterior para que me presentara, iba con las esperanzas de que mi trabajo en la mascarada les hubiera gustado lo suficiente como para que me contrataran de planta, sería una muy buena oportunidad y finalmente tendría la aprobación de mi padre. Había olvidado lo que se sentía que me mirara con orgullo y felicidad; recordaba mi niñez cuando me presentaba a sus amistades como su mayor logro, y yo a él como mi ejemplo a seguir. Se sentía tan lejano, me aterraba algún día ya no poder recordarlo.

Llegué al metro y a pesar de ser de mañana ya se encontraba atiborrado de personas, algunas iban al trabajo, otros a la escuela y uno que otro sin saber a dónde se dirigían, solo estando.

Remangué mi camisa hasta los codos cuando el cúmulo de personas empezó a emanar calor. No quería llegar sudado, debía estar presentable para que me dieran la oportunidad; tal vez no dependía de mi físico, pero por lo menos podía intentarlo.

El camino era largo en el mismo vagón, sin embargo, mi brazo ya estaba acostumbrado a agarrarse del flojo poste al que cada semana le agregaban un dibujo o estampilla diferente.

Los asientos, respaldos y barandales tenían muchos colores, algunos los llamaban vandalismo, otros arte. Yo simplemente apreciaba a quien se tomaba el tiempo de expresarse a través de cualquier tipo de situaciones y espacios, sin importar cómo lo tomaban los demás.

El metro se detuvo y bajé, tomé mi mochila y la puse en alto para que al chocar con las personas no se fuera a dañar nada de lo de adentro. En cada parada había letreros: "deje el paso libre para salir" se supone que unos salen y luego los demás entran, pero todos querían hacerlo al mismo tiempo, era un milagro que ninguno muriera por pisotones.

Llevaba nueve años moviéndome en metro, desde que fui a la universidad, para hoy en día ya me había acostumbrado a todos los olores, golpes y sustancias que me pudiera encontrar.

Llegué a aquella avenida de edificios altos y gente con portafolios de un lado a otro. Abrí la puerta de la recepción y una ola de aire me recibió. Saludé a la secretaria y después de unos cinco minutos me pasaron a la oficina. Rasqué mi ceja y sequé las palmas de mis manos en el pantalón por los nervios, ellos no sabían lo importante que era para mí.

Entré y me encontré con el señor Gómez y el señor Gonzalo hablando de pie. La oficina como siempre se encontraba iluminada por el gran ventanal que daba a la calle.

Ephemerality ©Where stories live. Discover now