Cuatro

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Alonso

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Alonso

Le di la vuelta al omelet que preparaba con la lengua de fuera debido a la concentración. Nunca había sido amante de la cocina, incluso me había tomado un tiempo dejar de tenerle miedo al aceite chispeante; sin embargo, tenía que aprender, el independizarme y vivir en mi propio apartamento trajo consigo muchas libertades al igual que responsabilidades. No podía subsistir a base de pizza y latas de refresco toda una vida aunque lo quisiera, por lo que comencé a practicar algunas comidas, claro que alguna vez me intoxiqué lo suficiente como para que mi madre se quedara conmigo una semana atendiéndome como si a mis veintisiete años yo aún fuera su pequeño, pero me dijo algo que no olvidaría: "echando a perder se aprende" y vaya que lo eché a perder muchísimas veces dentro y fuera de la cocina.

Hoy en día podía servir mis tres comidas básicas, además de preparar una cantidad poco ordinaria de diversos jugos que mi madre me enseñó a hacer, no sé que haría sin esa mujer.

Una vez que me serví y devoré mi plato, tomé mi mochila y celular para salir de mi hogar con dirección al periódico donde tenía mi cita de trabajo, una real.

Tomé el metro siempre manteniendo mis objetos resguardados, cada día parecía que las personas se multiplicaban al milisegundo hasta tener que rozarse entre sí para poder entrar al vagón o incluso bajar y subir las escaleras. Me agarré de la barandilla superior cuando el metro comenzó a andar. Sentí a las personas pegándose a mis costados cada dos segundos; al ser los finales de agosto, el calor se seguía sintiendo, aún más con la multitud que me rodeaba.

Llegué luego de veinte minutos a mi destino, y me tomó otros diez lograr escapar del torbellino de personas, caminé un par de cuadras más para llegar al edificio del día anterior.

Ahora que tenía más tiempo me permití observar a los alrededores: un edificio de condominios tras otro se alzaba en el camino. Se encontraba sobre una gran avenida y todos parecían tener el mismo tono de gris, pulcro y recién pintado.

Era la misma secretaria a pesar de ser el turno de la mañana por lo que me pregunté por un momento si es que ella saldría alguna vez a ver las calles.

—Buen día. Soy Alonso González, nos conocimos ayer. Tengo otra cita con el señor Gómez.

Sin despegar la vista de la computadora, me habló.

—Así es. Él y el señor Gonzalo lo esperan en la oficina.

—Gracias. —Asentí distraído mientras ella tecleaba con fuerza mientras fruncía el ceño profundamente.

Toqué la puerta de la oficina dos veces antes de que un "adelante" se escuchara desde dentro. Entré diciendo "buenos días" a los dos hombres parados detrás del escritorio con la vista en el gran ventanal de la oficina.

—Alonso, que bueno que llegas. —Sonrió el señor Gómez acercándose y tendiéndome la mano—. Ven, te presento.

Con una mano en mi hombro me dirigió —casi empujó—, hasta donde se encontraba el señor Gonzalo. Iba vestido con una camisa de botones de manga larga y un pantalón negro de vestir, era formal, algo diferente a mis jeans oscuros y mi camisa de manga corta.

Ephemerality ©Where stories live. Discover now