Doce

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Alonso

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Alonso

Me quedé absorto por un instante viendo cómo Sophia entraba al estudio donde practicaba con un ligero y grácil movimiento de sus caderas. Sacudí la cabeza y pasé ambas manos por mi rostro mirando a la calle; estaba perdido, lo sabía desde el momento en que abrió la puerta de su apartamento y me sonrió, sus ojos tan inusuales brillaban con la luz; a pesar de mirarla por mucho tiempo no lograba saber si eran verde con café o café con verde, sin embargo la mezcla me parecía idónea, estaba seguro que ni siquiera Hannia lograría dar con un color que se asemejara al de los ojos de Sophia. Tenía esa necesidad de capturarlos con mi cámara todo el tiempo, pero supongo que sería muy raro tomarle una foto desde una distancia tan mínima.

Empecé a caminar en dirección a la cafetería, no había tenido tiempo de desayunar pues sabía que era importante que Sophia llegara temprano. Sonreí sin poder evitarlo al recordar lo bien que empezó mi mañana, aún me sorprendía la sencillez con la que actuaba, que no hubiera muecas de desagrado o repulsión ante algo tan común e inofensivo como era viajar en metro pero que las personas adineradas no lo consideraban de esa manera, me atrevía a decir que incluso se mostraba algo emocionada. Recordaba la alegría que mostró en su gran y hermosa sonrisa cuando aquella niña la reconoció, se veía orgullosa y segura, lo que la hizo lucir más bella ante mis ojos.

Cuando llegué a la cafetería no había mucha gente a pesar de la hora, aún así cuando Conchita me vio me sonrió en grande.

—Hola Ponchito, ¿qué te doy hoy?

—Unas cuatro empanadas de queso* y un café por favor.

—Claro querido, en un rato te las llevo. —Se fijó a mis alrededores sin perder su sonrisa antes de dirigirse de nuevo a mí—. ¿Esta vez no vienes acompañado?

—No Conchita, pero puedo llamar a Héctor a que venga a saludar.

—¡Sí! —gritó tan rápido que sonreí—. Ese niño sale en un par de revistas y se olvida de los amigos. Yo lo alimentaba en sus días de estudiante.

Seguí riendo mientras me acomodaba en una mesa y marcaba el número de Héctor, después de cuatro tonos contestó con voz cansada.

—Tú, estúpido hermano mayor. ¿Recuerdas que tuve sesión nocturna verdad? ¿Por qué me llamas tan temprano?

—No llegaste tan tarde y son ya las diez de la mañana, mueve tu trasero y ven a "La abuelita", Conchita quiere saludarte.

—Joder... —suspiró pero sabía que estaba a punto de ceder, Conchita era alguien importante para nosotros, como la abuela que nos faltó cuando las que eran parientes partieron en nuestra niñez—. Llegaré pronto.

Colgó sin esperar respuesta por lo que me quedé solo con mis pensamientos una vez más. Miré por la ventana hacia las personas y los autos que no paraban de pasar, a todas horas y en todo momento la ciudad era un caos. Sin quererlo, mis ideas volvieron a caer en Sophia; todo lo que había hablado con Ulises y Hannia el día anterior no tenía caso, era fácil hablar cuando no has visto a la persona en más de una semana, pero al volver a escuchar su voz, recordar porqué es imposible no contestarle los mensajes, el porqué cada cosa interesante o tonta quería que fuera la primera que se enterara, el saber que su actitud sin malicia y con nobleza eran en realidad su personalidad fue lo que golpeó mi cordura. No solo no iba a evitar que me gustara, ahora quería hacer todo para que a ella le atrajera. Que pudiera sentir su cintura en mis manos y su cuerpo junto al mío más de una vez, poder embriagarme de su intenso aroma a vainilla y endulzarme los oídos con su risa, quería todo de ella. Mis miedos estaban palpitando en mi cabeza queriendo salir, diciendo que no fuera por ese camino, que volvería a ser lo mismo; pero deseaba creer que aunque quise mucho a Paulina no me dejó sin ganas de intentarlo con otra persona, y tener esperanza de que al aventarme al vacío no volviera a hacerlo solo, que no todas eran como ella, y mucho menos Sophia.

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