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 Las serpientes de cristal salían de su hogar, para jugar y buscar un ser que no pudiera escapar. 

Yo no era nada.

Absolutamente nada en ese momento.

Podía sentir cómo una parte de mí se había desvanecido completamente, mi piel y todo aquello que era terrenal desvaneciéndose en pequeñas partículas, en polvo, dejando solo ese espíritu que ardía. Fui capaz de sentir mi propio calor, y mayor peso, la gravedad haciendo su jugada.

Entonces me giré sobre mi propio eje cuando escuché las voces lejanas de Daxon y Tauren, sin embargo era imposible alcanzarlos, en especial cuando algo borroso y frío me atravesó, luego quedé cubierta de tierra, el agua intentó apagarme poco después. Se trataba de muros, enormes muros en los que estaba cayendo; uno tras otro para llegar...

Bueno, no tenía ni idea hacia dónde podría llevarme a fin de cuentas ese Espejo, pero sería toda una aventura.

Cerré los ojos por unos segundos cuando una exuberante cantidad de nubes oscuras empezaron a acercarse a mí, no lograba ver mi propia luz, absolutamente nada, hasta que el hielo empezó a quebrarse frente a mí. La pared helada me dejó ver esa mancha colorida que danzaba, las gotas de agua cayendo a mis pies gracias al calor que emanaba. Sabía que en otros mundos existían seres así, que su propio ser era fuego o hielo, que caminaban como espíritus libres sin ninguna piel que los cubriera e impidiera ser ellos mismos.

¿Así se sentía realmente? ¿Volar a donde fuera, sin pensarlo? Era como centrarse en una canción y solo repetirla sin preocuparse por nada más. Solo se trataba de ti y de cómo la energía del mundo atravesaba lo que eras para seguir repitiendo el proceso una y otra vez.

Observé aquellas extrañas manos en las que el movimiento no detenía el fuego, solo lo conectaba con su alrededor o lo fundía en segundos. Sin embargo eso no sucedió cuando empecé a atravesar por completo las nubes hasta llegar a espirales compuestos por estrellas. Me cubrieron de pies a cabeza, y era... era como un viaje interestelar donde no veías principio ni fin. No había un aroma en especifico, solo eterna frescura y calma. Algo que en mucho tiempo no había sentido en ningún lugar.

Todo sucedió tan rápido que apenas y tomé una bocanada de aire. Sentía que no era yo, pero estaba ahí. Aparecía humo, y luego seguía ardiendo, puro fuego en todos los colores posibles. Tal y como mi madre me había nombrado cuando nací: un arcoíris. Uno que caminaba quemando todo a su alrededor. Mi poder en su estado puro y real.

«Eres parte de la naturaleza de este mundo, acéptate, hija. —Su voz, su aroma, seguían impregnados en mí como si hubiera sido ayer—. Nunca será fácil, pero él ya lo hizo, y te ayudará en el proceso. »

Me tomé unos segundos para canalizar lo que estaba sintiendo, con cómo estaba conectando, no solo conmigo misma, sino con aquellos recuerdos que había preferido olvidar. Mi llama no se apagó en ningún momento, al igual que el palpitar continúo que escuchaba en mi interior.

«Enorgullecete de quién eres, y brilla.»

El azul violeta nadaba en mis entrañas, pequeños peces de luz que parpadeaban y lograban iluminar los cristales coloridos frente a mí. El blanco cantaba en mi cabeza como una corona que no podía quitarme. Mis llamas rojas abrazaban las naranjas, las favoritas de mi papá. Él solía decir que era como ver un nuevo atardecer. En ese tiempo tenían dos modos de verlo: en mis ojos o cuando mi poder salía a la luz.

Cabe decir que eran pocas las veces que salía de mí, al igual que mis tinieblas, pero mis padres tenían ese don especial, de por sí su manera de ser les permitía ver absolutamente todo aquello que había en el interior de las personas y nunca me temieron.

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Where stories live. Discover now