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Bastarda, ladrona y mercenaria, sangre sucia con belleza extraordinaria. Perdido estarías en sus ojos y manos traviesas que cubrirían las marcas de una fiera.

El suntuoso lugar al que me habían llevado era diferente si lo comparaba con los últimos bares y clubes en los que había entrado y salido los últimos años. Cualquiera me habría reconocido entre las bajas calles de Ciudad Sol, entregando bolsitas con polvo o cápsulas no registradas ni siquiera por los más grandes traficantes. Armas ocultas bajo mi ropa, cuchillos decorando mis ya pálidas piernas.

Tras cinco años de robar, hacer el trabajo sucio de varios humanos y reflejos, jugar con la oscuridad y beber más de lo común, estaba siendo guiada hacia quién sabe dónde.

Sí. Secuestrada. Me acababan de secuestrar.

No imaginé cómo era posible que me estuvieran llevando a ese recóndito sitio—lujoso, por lo que lograba divisar—, pero tampoco objeté porque, de todas formas, supuse que comería de maravilla.

La tela negra que cubría mi rostro me impedía ver con claridad mí alrededor, pero era lo suficientemente ágil como para olisquear, tal perro hambriento, dónde podía estar.

Quiénes estaban ahí.

Mis manos se apretaron en puños, cuando los singulares aromas bailaron por mi nariz, dándome cuenta de que evidentemente estaba en un lugar repleto de reflejos. Porque cada uno de ellos poseía un olor, uno que suplía la intensa sombra de muerte cuando asesinaban a alguien, hasta dejarlo seco sin sentimiento o emoción alguna.

Miserables, volátiles y ambiciosos reflejos que seguramente me estaban observando con interés, o indiferencia innata que crecía en ellos.

—Por aquí—dijo alguien a mi derecha.

Pude haberles sonreído de no tener cubierta la cabeza. Carraspeé un par de veces, recordando cómo es que había llegado a estar en esa situación tan... peculiar. Y quizás sonaba tonto, pero no tuve opción. Sin embargo, nada podía detenerme ni hacer que me inclinase ante otro ser presumido por más mestiza que fuera.

Primero muerta y sentimental, que adicta y esklave de uno de ellos.

Al final de la noche habían tenido que esperar largas y exhaustivas horas—si es que eran humanos quienes me sostenían—, para que pudiera estar bastante ebria o perdida entre el licor mundano y las gemas de las tinieblas que llevaba siempre conmigo. Me esperaron... me observaron... hasta que la última copa quedó vacía, y con los bolsillos semi vacíos, teniendo en cuenta que mi escondite estaba repleto de tesoros, me apretaron con fuerza en un desolado callejón. Apenas y fui capaz de sacar mi daga o el arma bajo mi entrepierna.

La verdad es que tambaleé demasiado. Ese fue un pequeño problema...

—Ni se te ocurra escapar, niña—susurraron ellos.

Los había sentido, sí, los había visto días antes, merodeando. Como reflejo nunca pude ser tan ingenua como para haberme negado al arduo entrenamiento y no darme cuenta de que me estaban acechando. Pero justo esa noche no tenía intención de ganar, así que, por eso mismo, me encontraba en medio de dos fortachones.

Daba igual, ya no me importaba en lo más mínimo lo que pudiese suceder.

Seguimos un camino particularmente silencioso, pese a estar rodeados de esencias definitivamente nuevas pero deliciosas. Aspiré profundamente, ganándome un empujón de uno de los que me agarraban toscamente, sintiendo cómo el metal de las cadenas en mis muñecas chocaba contra sí, haciendo un repetitivo chirrido. La tela se pegó a mi nariz y removí la cabeza, intentando, no solo respirar, sino quitármela de una vez por todas. Me estaba fastidiando más de lo que debía y no cabía duda de que no era difícil molestarse, no siendo un reflejo.

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora