Sus ojos chocolate chispearon en picardía. 

—Cómo te permites a preguntarlo de esa forma, joder. Soy genial, lo sabes. 

—Los documentos que me entregó Kayne... —dijo, ignorando al humano—, referían a unos... cinco reflejos. Son pocos comparados con lo que pensé al inicio. ¿Están seguros que son los únicos en la Escuela? 

¿De qué mierda estaban hablando? La Driagna a mi lado se hizo la misma pregunta mental, mirándome, como si esperara que le respondiera. Pero era complejo cuando la reflejo parecía tener el control de todo, mientras que Kayne solo le sonreía a Dua y jugueteaba con uno de los tantos utensilios que Tauren miró con terror. 

Estaba por romper una esfera azul, cuando Tauren la detuvo con su magnético y místico poder, diciendo: 

—Puede que hayan más aquí dentro, pero suelen ser precavidos en las clases. —Su voz, casi un susurro en un lago lejano, demasiado seductor como para olvidarlo. En un movimiento, sus músculos fueron visibles a través de la camisa. Incluso Kayne siguió las líneas tensas, maravillado—.  A muchos no les parece conveniente demostrar lo que verdaderamente son. 

—Lo entiendo. Incluso en las tinieblas, se sienten diferentes. 

Dua y yo nos volvimos a mirar, pero fue ella quien habló, más segura que antes. Era como si estuviera en su campo, en su onda, sabiendo qué decir, quizás hasta recordando cada estudio que la obligaron a tener cuando era apenas una niña, encerrada en una de las tantas villas de Dranors y Driagnas. La observé por unos segundos, hallando una luz que yacía en pocos seres, incluso en las tinieblas. 

No sabía por qué me había encontrado con alguien como ella, pero lo agradecía, aunque fuera doloroso saber que no podríamos estar cerca. 

— ¿Hablas de los dones? —interrumpió, haciendo un ademán. El velo en su cabeza se removió, dejando a la vista su lacio cabello trenzado perfectamente como una corona alrededor— ¿Esos son los regalos de los Antiguos de los que hablaste al entrar? 

— ¿Has escuchado algo de tus compañeros? 

Al instante la habitación pareció callar en absoluto, los pasos lejanos de seres jugueteando en la Escuela, mientras que un par de árboles se movían al compás del viento fuera de las arqueadas ventanas, sus ramas y largas hojas casi cayendo por el abismo en el que se encontraban suspendidas. 

Carraspeé, jugando con una pluma que había sobre la mesa, tan suave como la caricia de una madre, y débil como el corazón humano. 

—No más de lo que debería saber—musité. 

Izye se me quedó mirando por más de dos segundos, lo cual me hizo callarme enseguida. Esto era otro nivel. Hablar con ellos podía significar problemas, y no estaba dispuesta a perderlo todo por otros. Ya no haría más sacrificios innecesarios, no necesitaba eso, mucho menos... 

—No todos cuentan con la suerte de ser guiados por otros reflejos poderosos que te enseñen a controlar tu... don—empezó a decir ella. Sus largas uñas pintadas de verde eléctrico jugaron con el cristal que llevaba en el cuello. Los ojos de Kayne se pasearon por ese punto, pero no dijo nada—. Incluso así pueden llegar a no saber que los está destruyendo. Es por esa razón que a mis tinieblas les complacería saber quiénes cuentan con alguna habilidad diversa...

—Dudo que pueda comprenderlos, de todas formas.

Había pasado demasiado tiempo ahí. Escuchamos lo suficiente, pero meterse con los Kuznetzov... no bastaba repetir lo jodida que estaría. Después de todo, fue el mismo Adén quien me metió en la Escuela, su amenaza tan clara como el viento que recorría el salón en ese instante. 

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora