—Encantada, señor. Aunque debo admitir que comí mucho esta mañana y me siento particularmente lenta hoy...—asentí, caminando hacia el centro de piedra.

Bastor bufó.

Los comentarios no faltaron cuando fruncí los labios, observándolos por encima del hombro. Un bonito pajarito se posó en la rama, quizás esperando ver mi enorme y predecible derrota. Y es que... no esperaba demasiado. ¿Cómo iba a enfrentarme a otro ser cuando seguía escondida? Por lo menos tenía mi lengua y dudosas palabras a mi favor. En especial si recordaba cuán difícil me resultó dormir desde que Tauren me dejó en claro que mi vida privada ya no era tan... privada como creía.

Aun así, y gracias a los Antiguos, el Dranor no se había aparecido.

¿Podía extrañar la forma en la que sus hombros se removían al escribir en la pizarra? Por supuesto. ¿Quería ver de nuevo su culifantástico? Eso ni lo puedo negar. ¿Estaba dispuesta a enfrentarlo? No. No todavía. Pero sobreviviría un tiempo sin su cuerpo a la vista.

Me aclaré la garganta.

— ¿Y quién será el afortunado?

Bastor dio dos pasos con tal de verme de pies a cabeza. Posiblemente no veía más que una niña mimada sonriente, más perdida que él cuando caminó hasta su tienda, siglos atrás, totalmente desnudo tras una pequeña broma.

No diré nombres...

—Ya que llegó tarde, imagino que no sabe de qué iba el entrenamiento de hoy.

Arqueó una de sus espesas cejas, su cabello brillando ante la luz grisácea que nos rodeaba aquel día. La hoja de su espada de tinieblas resonó como un silbido, más afilada que cualquier otra, más antigua que muchas. Corrigió mi postura cuanto pudo, elevando mi mentón. Sí. Iba a evaluarme.

Pero yo nunca tuve buenas notas.

Ni siquiera en jardín de niños reflejos.

— ¿Debería?

Lo siguiente que escuché, fueron las risas de las Driagnas y Dranor que se adentraron al campo. Dua entre ellos, mandándome las fuerzas que realmente no quería, porque demostrar que tenía algo, era peor que demostrar que no tenía nada. Se me secó la boca al instante de solo pensar cómo terminaría.

Al lado del reflejo una mujer muchísimo más alta se acercó, su expresión no revelaba nada, pero seguía sin ser un buen augurio.

Demonios. Esto iba a ser duradero al parecer... Apreté los dientes al sentir el frío colándose en mi piel. Nunca era una buena señal que las tinieblas de un reflejo alteraran tu propia temperatura. Bueno, llevaba siglos en el mundo, era claro que había aprendido ciertas cosas, pero no quería ser un conejillo de indias, joder. Menos con seres de tinieblas mirando fijamente, esperando que cometiera el más estúpido error.

Tenía que llegar temprano la próxima vez.

— ¿Qué me tienes hoy, Halley? —le preguntó a la mujer, sin dejar de mirarme. Ella hizo lo mismo—. Podrías mostrarnos un poco de tu reciente entrenamiento también si eso deseas.

Tragué en seco, finalmente tomando una corta inhalación cuando me dejó libre. Sus tinieblas eran un terror que todos conocían y ninguno quería experimentar, y ahora sabía la razón. Sobé mi mandíbula y vislumbré los rostros a mí alrededor. Serios. Callados. Sonrientes. Retadores. Todo un banquete de personalidades y posibilidades.

La mujer caminó hasta llegar a su lado, saboreando seguramente mis próximas caídas y maldiciones. Estaría acostumbrada, supuse, a ver a más de uno con el culo rojo tras los entrenamientos sorpresa de Bastor. Más alta que el guerrero, se cruzó de brazos, helada como un tempano de hielo.

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora