- Dice que no la va a escuchar.

No me sorprendía, a decir verdad, cuán directo podría llegar a ser Min Yoongi, pero no iba a mentir diciendo que tal palabrería no me había molestado; el que estaba en mando era yo. Y que se atreviera a deslizar en mi dirección una cosa tan patética como lo que decía aquella mujer hacía que la sangre mi hirviera, por más que esto no denotara madurez de ninguna manera.

Sin embargo, para rematar, me encogí de hombros otra vez tomando un bolígrafo negro a un lado de mi mano, (aunque sabía que para nada lo iba a usar) y queriendo dar por fin terminada la conversación, hablé:

- Pues yo tampoco.

Aunque no lo miré fijamente, supe que la cara de Hoseok se tensó, además de que las únicas veces que soltaba risillas cortas y medio ahogadas era cuando estaba nervioso y, de vez en cuando, un poco enfadado, como me imaginaba que debía estar luego de dos rechazos que no le dejaban otra opción más que encargarse él mismo.

- Después no se quejen -respondió, entre dientes y girándose para irse de una manera que a cualquiera le hubiera podido intimidar.

E irónicamente, al pensar en una palabra tan despectiva como "cualquiera" me pregunté si a aquella muchacha le hubiera cabido también de descripción cuando, luego de un par de pasos descuidados, se apareció de manera cautelosa y, a plena vista, nerviosa. No obstante, el ceño fruncido que llevaba, contradiciendo el ligero rubor de sus mejillas y el claro labial, me dejó ir sabiendo que no estaba tranquila, pero su nombrado febril ser no era el por qué.

Era yo. Lo sabía.

Arqueando ambas comisuras, intentando dar una sonrisa sincera, me puse en pie, sólo para descubrir que ni aún así se atrevió a cambiar de cara, o dejar de mirarme. Ah, que ahora quería hacerse la impertinente.

Bien.

- Seo Soojin -dije e intenté evitar reírme cuando sus ojos se volvieron pesados y entrecerrados, sabiendo que estaba luchando con las ganas para corregirme. Y, a decir, esperaba que lo hiciera.

Lo más ameno de jugar con aguas desconocidas, era hacerse el que no sabía que se podía ahogar.

Dio tres pasos, con aire desinteresado, pero en la aniñada cara que llevaba, se le notaba la tensión en la mandíbula y los nervios en sus manos hechas puños, aunque los tuviera en los bolsillos del saco color café que llevaba puesto; en mí no hubo intención de inspeccionarle la ropa, pero llevándome el dedo índice a la boca, con toda la ironía que podía salir de mi humilde persona, le escaneé el atuendo de invierno, sonriendo para mí mismo cuando llegué a alcanzar su rostro por segunda vez.

La molestia que llevaba en los ojos fue para mí una satisfacción sin causa alguna, que alarmó mis sentidos de egocentrismo y se alimentó de su figura tensa, intentando mostrar resistencia ante mí. Era como si tuviera escrito entretenimiento en todo su esplendor, sobre todo, en su cuerpo.

Dejando en paz mi labio inferior, con la misma mano le señalé el mueble de cuero rojo que tenía frente a mi escritorio y a paso ligero, con su mirada puesta aún en mi, rodeé la mesa colocándome frente a esta encontrándome de cerca con su persona, aunque ella no se había atrevido a mover un pelo.

Ya estaba de más decir que su actitud me era un goce egoísta, sin embargo, cometiendo el, casi, desapercibido error de acercarme de más, me encontré a mí mismo hundiéndome en mi seguridad cuando de sus labios salió un risa áspera e irónica, que completó anonadándome al dar la vuelta y obedeciendo, se dejó caer en el asiento que antes le había avisado.

Cuando cruzó su pierna derecha sobre su izquierda, casi por inercia arqueé mis cejas mientras me encontraba analizando su conducta como si de un acertijo tratara: porque, ciertamente, su impulsiva arrogancia me había dejado por poco estupefacto. No obstante, para no mentir, debí admitir que más allá que hallarme sorprendido, me encontré fascinado por su descuidado atrevimiento. Como quien había despejado un limitado pero valioso pedazo de lo que antes consideraba inservible.

ALCOHOL | KIM SEOK JIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora