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Justamente un mes había pasado desde que había ofrecido que Seo Soojin fuera mi acompañante, a pesar de que no necesitaba compañía.

Lejos de querer ocultar mi incertidumbre por lo cercana que se había vuelto en mi espacio, la rutina que habíamos creado no me sentaba tan mal como había predicho; Soojin, de hecho, era una persona interesante.

Sobre todo, cuando se emborrachaba.

Había comprendido que la máscara de altanería que llevaba no era más que el producto de su propia inseguridad cuando se trataba de su estilo de vida. En efecto, me era satisfactorio saber que desde que la había visto la primera vez había vista detrás de aquella faceta, pues, ahora, aquello me daba el permiso de poder verla como quisiese. Por ende, a pesar de que había pasado tiempo con ella en demasía aún mantenía mi moral en el cual dictaba que Soojin no era mucho más de lo que presentaba a los demás. Era insulsa y retraída, así como predecible desde su forma de pensar hasta su forma de vestir.

Dentro del mes en el que había presentado mi presencia hacia la de ella, decidió por compartir conmigo los martes y los jueves. Sobre esto, el estilo de ropa que traía iba en repetición aquellos dos días: leggings y una blusa de tonalidad beige que no acentuaba nada su físico pero que me era de ayuda en no caer en mi naturaleza sexual. Y, aún más, contribuía en observar a su ser como alguien cualquiera a comparación a lo que realmente era: una mujer con la cual compartía alcohol cuatro horas a la semana.

Mi versión sobre su individualidad no se detenía en lo sencillo que era el retraerme de qué atractiva me parecía, sin embargo. Ni siquiera en sus pensamientos o en las opiniones que tenía sobre el jazz, la prostitución o su comida preferida. Más bien, me regocijaba saber que tenía control sobre ella debido a lo bien que la conocía.

Aquello me gratificaba en saber que, si llegaba a cometer un error, la podría hundir conmigo y no lo contrario.

No obstante, en mi desasosiego de observar la ventana mientras me permitía pensar en su persona (y mantenía una sagaz sonrisa en mi rostro), me vi ser empujado de vuelta al comienzo de nuestra relación (si eso podía llamarse) cuando su nombre se iluminó en mi celular el cual vibraba avisando su llamada; porque era un miércoles por la tarde y ella no solía llamarme fuera de su establecido horario.

Y, a pesar de que la había visto anoche, recorrió en mi cabeza que no me parecía una mala idea verla dos noches seguidas como ella propuso una vez tomé la llamada.

A pesar de que no me esperaba tal pregunta de su parte, así como no esperaba a nadie en mi hogar, no conseguí preocuparme por cómo este se veía: me consideraba una persona limpia y organizada. Esto se mostraba en mi reluciente espacio, donde tomé asiento de cara a la puerta de entrada y donde liberé un sonoro suspiro antes de estirarme a la botella de ron, para mí, y la botella de vodka, para ella, en plan de preparar los tragos, como siempre hacía. No obstante, aquella fue la primera y única vez que llegué a arrepentirme de haber puesto el alcohol de manera visible, debido a que, una vez alcancé la puerta para invitar a la peli-negra dentro de mi hogar, pude discernir la cantidad de alcohol que corría por sus venas en la manera en que sus pupilas se posicionaron sobre las mías.

Y, a diferencia de la limpia presentación de mi apartamento, ella tenía una mirada machada en impureza.

No dijo palabra alguna cuando se hizo paso, inconstante y tambaleado, en dirección hacia el sofá que tanto le fascinaba para dejarse caer en este con una mueca de sorna en su rostro. Supe porqué de inmediato, cuando localizó el Absolut en la mesa, como lo había dejado, y liberó una sonora carcajada antes de volver a encontrar a mi persona, aún de pie en la entrada. Me era difícil entender lo que estaba observando, debido a que no era propio de ella en lo absoluto (o eso quería decirme): a comparación con las veces en que podía ver un cambio de personalidad debido al alcohol, me hallé observándola como si fuese una extraña en mi casa. Las veces en que se embriagaba, su persona cambiaba de callada a parlante, así como más sonriente y segura de sí misma. Contrastando esto, sin embargo, ahora había una Soojin que mostraba un gesto pícaro en su rostro acalorado y sus mejillas sonrosadas debido a las bebidas que habían pasado por su garganta.

ALCOHOL | KIM SEOK JIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora