Capítulo 9

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Aún recuerdo el día en el que mi hermana pequeña, Kora, nació. Yo tenía once años aquel día soleado de 1932 en la ciudad de Bucarest, Rumania. Mi padre, un humano normal y corriente de cabello castaño y ojos verdes, estaba sentado al lado de la cama de mi madre, quien sostenía entre sus brazos a la pequeña recién nacida. Yo me encontraba sentado a la orilla de la cama de mamá, dejando mis piernas colgando mientras las mecía suavemente y miraba con una sonrisa a mi tranquila hermanita descansar en los brazos de su madre.

-Mami...

-Un poco más de respeto, Ezra. Yo no te he enseñado a llamarme así-me interrumpió la siempre amable Mihaela Albu mirándome con enfado. Ni siquiera había sonreído al coger a mi hermana. Ella no era emocional. Miré a mi padre en busca de un poco de defensa por su parte, no me gustaba ser tan formal con mi madre pero, obviamente, el hombre tampoco me prestó la más mínima atención. Estaba más pendiente de leer el maldito periódico que de sus propios hijos.

Consternado, bajé la mirada solo para no ver la de mi madre y sentirme amenazado, y traté de repetir lo que iba a decir, esta vez tratándola con el respeto que buscaba.

-Madre...-ella asintió en muestra de que lo había hecho bien y me permitió continuar hablado- ¿puedo cogerla en brazos?-sonreí, con la esperanza de que mi madre me permitiera acunar a mi hermanita, pero ella solo rompió a carcajadas que despertaron a Kora, haciendo que la pequeña llorara.

-¡No! Eres muy patoso, hijo mío, se te caería y es muy pequeña para que muera por tu increíble torpeza. No digas estupideces, Ezra, no eres tonto. Yo no he criado un hijo tonto.

Por aquel entonces solo podía hacer caso a mi madre en todo, así que asentí y la pedí disculpas como un buen niño.

-Acepto tus disculpas, hijo mío. Ahora vete a tu cuarto y no me molestes. Deseo descansar.

Me levanté de la cama y salí de la habitación de mi madre, la cual ni siquiera compartía con mi padre. He de decir que toda mi vida la viví aislado, sin saber cómo era una familia unida y buena. Solo conocía lo que ocurría dentro de las cuatro paredes de la mansión Albu. Pero solo necesitaba eso para saber que lo que yo vivía podría haber sido mejor.

Mi abuelo, Razvan Albu, era el único que vivía en aquella mansión que me tenía cariño. Un vampiro con tantos años que no sabría decir la cantidad ahora mismo. Se veía como un hombre de unos setenta años humanos, con poco pelo y el poco que tenía de color blanco, como todos en la familia. Estaba un poco gordo y sus ojos rojizos de vampiro eran más pálidos que los de mi madre, que eran más bien de un tono rosado. Siempre vestía formal, aunque nunca entendí porque, pero así era mi abuelo.

Más de una vez le veía defendiéndome delante de mi madre, ya que pensaba que el entrenamiento militar que ella me obligaba a hacer era demasiado duro para mí, un vampiro mitad humano.

-¡Al contrario!-le decía mi madre a mi abuelo mientras yo seguía practicando con mi ballesta con apenas trece años de edad- Un niño híbrido como él merece un adiestramiento incluso más duro. ¡Soy benevolente con él, que me lo agradezca!

-Tu hijo no es un perro, Mihaela. ¿A Kora la harías lo mismo que le haces a Ezra?

-Ella es una niña demasiado bonita para ser tan fuerte como su hermano. No, ella no será la mercenaria, para eso tengo a Ezra.

Justo cuando mi madre dijo eso, no logré apuntar bien con mi ballesta y la flecha no dio en el centro de la X, como siempre. Desvié la mirada hacia ella, quien tenía el ceño fruncido y me miraba con ira. Bajé la cabeza, esperando la misma reprimenda de todos los días.

Cuento de un cazadorWhere stories live. Discover now