Capítulo 7

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4 de febrero de 1933. Era un día nublado en Inglaterra. El cielo estaba gris por las enormes nubes que tapaban el sol y amenazaban con soltar una tormenta sobre la ciudad de Canterbury. Nada extraño por allí, sinceramente. Eran las doce y dieciocho minutos de la mañana y en un hospital con personal conocedores del mundo sobrenatural, nacía un niño de ojos azules y que gritaba mucho. La madre, una hermosa mujer de pelo negro y ojos celestes repletos de lágrimas, sostenía a su pequeño hijo entre sus temblorosos brazos. Su rostro estaba enrojecido por el enorme esfuerzo que había realizado durante dos horas y media para traer al mundo al recién nacido que se retorcía en el pecho de su madre. El padre era un hombre de cabellos rubios, pero con los mismos ojos de un potente azul zafiro que tenía su esposa, al igual que esas lágrimas que recorrían sus mejillas de la felicidad. La mujer miró al hombre con una amplia sonrisa y murmuró el nombre que su hijo llevaría: Ralen.

Él no dudó en besar a su mujer con alegría por ver su familia crecer con la inclusión del niño mientras acariciaba con delicadeza y cariño la cabeza de su retoño. Él se llamaba Aedus Jet, y ella Lisbeth Jet. Unas personas geniales y unos padres mejores. Amaba a mis padres y los perdí en la guerra de razas.

Todos los seres sobrenaturales sabemos lo que fue la guerra de razas; una fría batalla en la que participaban todas y cada una de las razas de monstruos existentes. Incluso los cazadores tuvieron un papel en la guerra. Esta comenzó el dos de septiembre de 1939, un día después del comienzo de la conocida guerra mundial humana. Varios nazis eran realmente monstruos y cazadores que se infiltraban entre los hombres de Hitler solo para tener acceso a armas que les ayudaran en su verdadera batalla, que libraban con interés de ganar. ¿Por qué comenzó? Por culpa de una nueva raza que quiso posicionarse en la cima de la cadena alimenticia, los asquerosos dracógenos. Unas bestias con forma humana que fácilmente podían pasar inadvertidos en la sociedad, pero que podían transformarse en enormes dragones. Eso los hacía potencialmente peligrosos para las razas que, hasta ahora, estaban en la cima del podio, como eran los ghouls; unos expertos monstruos necrófagos procedentes de Arabia que se habían expandido por todo el mundo, los vampiros; los chupasangre más conocidos de la historia y que ahora solo forman del folklore mundial, los demonios; los cuales salían contadas veces del infierno, y los brujos; originalmente humanos que, en algún momento de la historia, obtuvieron un dominio absoluto sobre la magia y el poder de los hechizos, que fueron creados por sabios brujos experimentados. Una de las cualidades de los brujos era su larga vida, en ocasiones llegando a superar la de los vampiros pues un brujo puede llegar a vivir de cincuenta mil años en adelante.

Los dracógenos, liderados por un tal Ferg, comenzaron la hostil guerra al asesinar a uno de los vampiros más viejos del mundo. Desconocía su nombre, ya que no me importaba en lo más mínimo. Mis padres, obviamente fueron a la guerra pues eran los brujos más fuertes que tenía el mundo. Él era un mago que controlaba el elemento de la luz y ella, las sombras. Sus armas mágicas eran una varita luminosa de plata cuyo poder residía en la esfera de ámbar incrustada en la punta de esta y un arco hecho de ramas de un árbol quemado y que tenía bellas gemas de colores repartidas por las ramificaciones del arco y cuyas flechas eran pura energía creadas por la mismísima bruja. Mi padre dominaba su varita con tanta destreza que era como si ya fuera una extensión de su brazo y mi madre hacía brillar las gemas del arco con cada flecha lanzada. De hecho, por esas armas los cazadores se aliaron con los brujos en la guerra de razas, para que crearan armas mágicas para ellos y así expandir la poca magia que tienen todos los humanos en sus cuerpos. Y sí, todos los humanos casi sin excepción tienen magia, pero nunca la suficiente para ser considerados brujos.

Yo era un pequeño niño de siete años que admiraba a sus padres como si de dos héroes de comic se trataran. Aunque el entusiasmo por formar parte de la batalla siempre me había acompañado, mis padres tenían por costumbre dejarme en compañía del nigromante inglés Dominic Russo. Un gran mago en su campo, sin duda alguna, aunque no tan buen niñero. Mas no mentiré en que consideraba a Dominic de mi familia. Familia lejana, pero familia, que la intención es lo que cuenta.

Cuento de un cazadorOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz