— Lo comprendo, Dante. Yo... ah... Mierda... —de repente me encuentro a mí misma sin saber que decir —. Sólo quiero ser libre — murmuro de forma inconsciente —. Si es dinero lo que necesitas puedo reunirlo. Necesitaré algo de tiempo, pero...

Entonces, él se ríe. Sus cálidas carcajadas parecen rodearme y la tensión inunda todo mi cuerpo. Mis dedos afianzan con más fuerza el teléfono contra mi oreja.

Red. ¡Red! Relájate, ¿sí? Sólo estaba bromeando contigo. ¡Vamos! — su voz vuelve a adquirir ese tono amable y educado que lo caracteriza. Me río de forma forzada mientras trato de aparentar que no he estado a punto de rogarle ahí atrás —. No necesitas pagarme, cariño. Estoy dispuesto a hacer lo que me pides, pero sólo porque eres tú.

— ¿De verdad? —dudo.

— Así es, Red. Me caes bien y quiero preservar nuestra amistad —responde feliz y en mi mente comienzan a unirse las piezas de lo que está pasando realmente —. No tienes que preocuparte. Guardaré tu secreto.

La última pieza del rompecabezas se instala finalmente y algo hace click.

— ¿A cambio de qué?

— Eres inteligente, Red. Te concederé eso —su risa se vuelve algo más suave y su voz se escucha complacida —. No necesito dinero, pero como bien sabes dirijo un negocio y no puedo concederte lo que me pides de forma gratuita.

El teléfono cruje bajo la fuerza que ejercen mis dedos.

— ¿Qué es lo que quieres?

— Un día simplemente te pediré un favor y no podrás negarte.

Ahí está. La astucia de un zorro no tiene límites.

— Está bien —respondo, tras unos segundos, a pesar de saber que le estoy vendiendo mi alma al diablo —. Así se hará.

— ¡Perfecto! —exclama él al otro lado de la línea —. No tienes que preocuparte por nada, Red. Tu padre no sabrá donde te encuentras, si ese es tu deseo. ¡Ah! Se me olvidaba. Me he ocupado de ese pequeño problemilla que mantenías encadenado en esa vieja fábrica.

Mi ceño se frunce al principio si comprender a que se refiere. Entonces, mis ojos se amplían.

— ¿Qué? Espera, Dante. ¿Qué has...

No llego a terminar la frase pues la llamada se corta. Alejo el teléfono de mi oreja y lo observo como si no creyese lo acabo de escuchar a través del viejo aparato. Había olvidado completamente a la socia de Falcón. Había eliminado de mi mente el hecho de que la estaba reteniendo contra su voluntad para que no interfiriese en mis planes.

Oh, Dios. Espero que no la haya matado. Eso sería un gran problema, aunque conociéndole probablemente no sólo no encontrarían su cuerpo, sino que además sería como si esa mujer jamás hubiese existido. Después de todo, la información se puede modificar y moldear a conveniencia y no hay nadie que la maneje mejor que Dante.

Devuelvo el teléfono a su lugar y salgo de la cabina para volver hacia el coche donde Kane, apoyado sobre el capo con los brazos cruzados contra su pecho, y Jay, parado junto a la puerta del copiloto, me esperan.

— ¿Todo bien? —pregunta Kane cuando los alcanzo y su aguda mirada hace que me remueva incómoda.

Asiento simplemente. Jay abre la puerta del copiloto para mí y me cuelo dentro del coche. Es como entrar de forma repentina dentro de una burbuja de calor y el contraste con el frío del exterior provoca que un escalofrío recorra mi columna. Me encojo contra el asiento. Después, se escucha el sonido del resto de las puertas cerrándose y el vehículo se pone en movimiento.

La chica sobre los tejados © #2حيث تعيش القصص. اكتشف الآن