Capítulo 11

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El hombre del tatuaje en el cuello me fulmina con su mirada cargada de odio e intenta levantarse, pero en el momento en que su cuerpo se impulsa hacia arriba aprieto fuertemente su tabique nasal con mis dedos y sus rodillas vuelven a golpear la dureza del cemento... mi sonrisa se agranda.

¡Red!

Elevo la mirada sorprendida al ver a Kane surgir de entre unos contenedores con el arma en alto. Concentrada en hacer sufrir al hombre a mis pies, me había olvidado completamente de que él.

Kane... —el tono frío que hasta el momento impregnaba mi voz, convirtiéndola en un filo cortante, se transforma inmediatamente en un sonido mucho más cálido —... mira lo que he encontrado.

Los ojos de Kane caen en el hombre arrodillado sobre el suelo y una de sus dejas se eleva mientras su mirada asciende de nuevo hasta mi rostro.

— ¿Cómo has llegado hasta aquí?

— Te dije que saltando sería más rápido —respondo encogiéndome de hombros y el leve movimiento causa un pequeño desliz de mis dedos que hace que el hombre que mantengo agarrado se retuerza de dolor. Lo observo con deleite y sonrío cruelmente mientras murmuro —. Y no me equivocaba...

— Vale, creo que es suficiente — comenta Kane mientras se aproxima a nosotros con el arma ahora apuntando al suelo.

Sin embargo, a pesar de haber escuchado su sugerencia, lo ignoro y continúo presionando. De repente, su mano se cierra alrededor de mi muñeca.

Red —advierte él con mirada severa —. Basta.

Sus ojos negros como dos obsidianas se clavan en los míos hasta que finalmente suelto la nariz del hombre que, tras librarse de la presión, se desploma sobre el suelo con la respiración agitada.

— Aguafiestas...

Kane me lanza una mirada de advertencia y después suelta mi muñeca. Guarda su arma en la funda junto a su cintura y, a continuación, saca unas esposas del bolsillo de su cazadora negra. Se coloca encima del hombre del tatuaje y coge sus brazos de forma brusca para colocarlos tras su espalda. Éste intenta resistirse, pero Kane lo agarra del cuello y presiona el lateral de su rostro contra el cemento. Finalmente consigue ponerle las esposas manteniéndolo inmóvil gracias a la rodilla que clava en la parte baja de su espalda.

— Así que tú puedes maltratarlo, pero ¿yo no? —pregunto indignada al ver la falta de delicadeza en su manejo.

Sus ojos caen sobre mí mientras obliga al hombre a levantarse.

— Yo soy policía, tú no —responde él simplemente.

Buen punto...

— ¿Y ahora qué? —pregunto sin saber muy bien cuál es el paso a seguir en este tipo de situaciones.

— Ahora... conseguimos respuestas.

Varios minutos después, nos encontramos en el interior de una pequeña oficina junto al muelle. La habitación es apenas un cubículo con una sencilla mesa de madera escondida bajo una montaña de papeles y un viejo ordenador. Una solitaria bombilla se balancea en el techo iluminando de forma pobre la estancia y al hombre atado a una silla que hay debajo.

— Mmmm... pensé que habías dicho que eras un policía —le recuerdo sus palabras anteriores mientras me apoyo contra la pared agrietada de la oficina y cruzo los brazos contra mi pecho —. Estoy bastante segura de que esto no está bien visto a los ojos de la ley a la que sirves.

Kane me observa de reojo mientras mantiene la mayor parte de su concentración en apretar los nudos de las gruesas cuerdas que rodean los tobillos y las muñecas del hombre sobre la silla. Un trapo lleno de mugre tapona su boca evitando así los improperios que no ha dejado de gritar desde que lo atrapamos.

La chica sobre los tejados © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora