Capítulo 24

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—Me descubrió—le advertí, observando atentamente cómo vertía el té de boldo en mi taza blanca con rayas azules horizontales

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—Me descubrió—le advertí, observando atentamente cómo vertía el té de boldo en mi taza blanca con rayas azules horizontales.

—Te dejaste descubrir, Gastón—me reprochó Sandra, dejando la tetera a un costado y sentándose frente a mí.

—Al menos no la delaté—repliqué, colocándole azúcar al té. Dos cucharadas, para ser exactos—. Podría haber dicho que estaba en el gimnasio porque usted me mandó.

—Hay muchos secretos que puedes decir de mí, pero yo también puedo decir muchos sobre vos.

—¿Y quién es el peor de los dos? —arqueé una ceja.

Sandra giró la cabeza hacia la salida de la cocina, que daba vista a la sala de estar, y se quedó inmóvil observando el amplio espacio iluminado por los ventanales descortinados que acompañaban la puerta de entrada. Se mantuvo inexpresiva, estática sobre su silla, fijándose en los muebles y los sillones que ocupaban la sala, pero los cuales no terminaban de estropear ese vacío que transformaba aquel momento en el más triste.

Sandra Toledo, la madre de Nadia, comenzaba a quedarse sola, y estaba seguro de que, mientras más escuchaba el silencio y más observaba la sala, una molesta sensación de desolación le ocupaba la mente y el pecho, y no sólo porque había perdido a su padre, a Isabela y a su esposo, sino porque que también estaba al tanto de que poco a poco iba perdiendo a Nadia.

—Sandra—la llamé, mirándola fijamente. No respondió, ni tampoco demostró haberse inmutado por mis palabras, así que me estiré lentamente sobre la mesa, atento a la mujer que se mantenía con la vista al frente, y la tomé del hombro con la intención de sacudirla ligeramente, así conseguir que reaccionara, pero antes que pudiese hacerlo, ella se giró hacia mí y se levantó rápidamente de su silla.

—¿Qué haces? —me reclamó con el ceño fruncido.

—¿Qué le pasa? —la señalé, confundido.

—Estoy cansada—se justificó, pasándose la mano por encima de su cabello perfectamente peinado—, tuve un largo día.

—¿Dónde está Nadia? —pregunté de repente, mirando a mi alrededor. Desde que había llegado, no había rastro de ella.

—¿Por qué preguntas? —levantó la voz, mostrándose molesta.

—Porque ayer terminó conmigo y ya no estoy enterado de las cosas que hace. Entienda que aun me interesa—me defendí, recorriéndola con la mirada. Definitivamente Sandra estaba mal.

—Está en la universidad—se encogió de hombros.

—Pero si hoy es sábado.

—Mejor dicho—se rio mientras se acercaba nuevamente a su silla y tomaba asiento en ella—, está con su grupo de compañeras adelantando unos estudios para los parciales de este mes.

Sin Rencor | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora