No pude moverme ni un solo centímetro cuando noté que, en realidad, el Dranor no caminaba hacia una de las tantas mesas de cristal horizontales de los estudiantes, con sus respectivas lamparillas azules y los libros, sino que se dirigía hacia la mesa principal frente a toda la clase, sosteniendo una sola libreta, depositándola en la madera de fresno.

¿En qué momento había pensado que él podía ser un estudiante?

Aunque, pensándolo bien, todos podían tener trescientos años y aun así estaban atrapados en esa Escuela. Sacudí la cabeza, percatándome que había sido tan estúpida como para no pensar que en algún momento podría habérmelo encontrado. Pero en esas circunstancias...

— ¿Sabes quién es él?—cuestioné a una Driagna que tomaba asiento a mi lado. Al parecer no sabía quién era la repudiada Vega, porque de ser así, no lo habría hecho.

Ella me miró con sus ojos negros y puntos color verde, arqueando la ceja. Tan hermosa como una de su especie podía serlo dentro de la rareza que los envolvía. Apenas me volteó a ver, arreglándose el velo azul marino alrededor de su cabeza, los mechones de cabello lisos que se le escapaban marcando su rostro.

¿Qué? ¿Acaso debía saber quién era él?

—Es nuestro maestro.

Que los Antiguos me tragaran, escupieran y martillaran.

Estrujé con fuerza la pluma blanca que, segundos después, terminó en trizas en la palma de mi mano. La deshice en un respiro con un pequeño rocío de mis tinieblas y fijé mis ojos en el Dranor que revisaba todo en su escritorio, como si tuviese la necesidad de cerciorarse que cada espiral plateado, rondando hasta en la más insignificante pata de metal, llegara hasta la Luna creciente que aparecía y desaparecía en el centro de la madera. Respiraba, con unas cuantas estrellas siguiéndole el paso, protegiéndola, vigilando que nadie fuese tan estúpido como para abrir uno de los cajones del... del...

A los jodidos Antiguos con los detalles.

— ¿Dijiste: maestro?

La Driagna volvió a mirarme, atónita, intercambiando una mirada con el platinado que no se molestó en darnos su atención. Estaba demasiado concentrado en sus libros, seguramente esperando a que el reloj diese las diez y un cuarto para iniciar la clase. Y sus manos...

Demonios ¿qué estaba pasando? ¿Me metería en problemas? ¿Sería un soplón? Ya estaba dentro de la Escuela. Cualquier error... No, no podía irme.

—Tauren Nighy...—explicó la Driagna. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal—, sobrino de Idina Nighy, la líder mayor y antigua emperatriz de las Driagnas y Dranor en todo el mundo de tinieblas. Probablemente has escuchado sobre ella. Tauren ha sido uno de los mejores Dranor en la historia desde que apareció, y cuenta con...

Un espasmo de luz azul cielo cruzó el salón, impartiendo silencio y rompiendo uno de los ventanales. Todos y cada uno nos giramos hacia ese punto. Pero lo importante era el origen de tan pequeño pero poderoso ataque. Lo supimos dos segundos después cuando su voz se deslizó por nuestros cuerpos:

—Si ponen la misma atención que le brindan a sus celulares, a esta clase, harán maravillas en cualquier mundo—dijo él, con los ojos cielo paseándose por cada alumno, sin detallar demasiado, pero al tiempo admirándolo todo—. Algunos son reflejos, ven irrelevante estudiar este tipo de cosas, ¿no?

Una mano se levantó.

Sin embargo, Tauren la ignoró con una pícara sonrisa.

—Pero ¿a quién acuden cuando de repente sienten y necesitan recuperar fuerzas? ¿A quién buscan cuando están terriblemente heridos y no han consumido? Difícil hacer ese tipo de cosas solos apenas pudiendo caminar—rio, logrando que un eco lo siguiera con las risas de los demás, más que nada, los de su especie. Me mordí internamente la mejilla—. Así que, pueden tomar sus cosas, irse y brindarle su atención a otras cosas, o escuchar con atención para aprender a sobrevivir incluso en esta época tan peligrosa... para cualquier especie.

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora