CAPÍTULO 11 "INCLUSO SI LOS CIELOS SE HACEN ÁSPEROS"

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Algunas veces, pequeños encuentros inesperados se convertían en mucho más que algo importante en la vida de las personas. Se convertían en algo que quizá cambiaría el rumbo de todo. Si ese día al director de la facultad no se le hubiese ocurrido que era una buena idea darle un nuevo compañero de habitación a Carlos, probablemente ellos dos jamás se hubiesen conocido. Había sido el peor de los comienzos para ambos, eso estaba claro, lleno de insultos para Carlos, por parte de ese muchacho que ahora se encontraba acostado en su cama, metido bajo sus mantas y aferrado a su mano como si su vida dependiera de ello.

"Tenías razón"

Esas palabras habían hecho que Carlos sintiera que el mundo a su alrededor se detenía. ¿Aquello significaba lo que él creía que significaba? ¿O era solo resultado de una terrible borrachera? No lo sabía y ni siquiera se sentía con la suficiente valentía para cuestionarlo. Los golpes de su corazón eran demasiado fuertes para dejarlo pensar. No podría pronunciar ninguna palabra que no saliera con voz temblorosa.

Se acercó solo un poquito, deslizándose sobre la cama, como tanteando el terreno y para su sorpresa, Gabriel se acercó también. La piel de sus brazos se rozaba levemente bajo las mantas y eso era, a pesar de todo lo que habían experimentado ya, una de las sensaciones más íntimas que habían vivido. No era simplemente el hecho de que estaban acostados juntos y tomados de la mano. Gabriel estaba en la habitación de Carlos, con su ropa puesta, en la casa en la que aquel chico había vivido su infancia, la que conocía todos sus recuerdos y secretos. A la que pocas personas podían entrar.

—Estás muy helado... ¿tienes frío? —Sus manos continuaban entrelazadas y el estremecimiento de Gabriel era evidente. Estaba temblando.

—Tengo frío, pero no creo estar temblando por eso.

—¿Entonces por qué? —Las palabras se habían transformado en suaves susurros. Lo que decían era solo para ser escuchado por el chico que tenían a lado.

—No lo sé... no lo entiendo... —susurró. Pero la verdad era que sí lo sabía.

Se quedaron en silencio tanto tiempo, que Carlos creyó que Gabriel se había quedado dormido. Cuando estaba a punto de intentar soltar su mano para darse la vuelta y tratar de dormir, sintió como Gabriel se aferraba a él, deteniéndolo.

—No estoy tan borracho como para no saber lo que dije y si necesitas saberlo, era completamente en serio.

✬✬✬✬✬

Carlos y Gabriel despertaron de una manera no muy amable, con los incesantes golpes en la puerta de la habitación.

—¡Está listo el desayuno! —La voz enérgica de la madre de Carlos, se escuchó del otro lado de la puerta, seguida de un par de golpes más en la madera. Aquello lo hizo sentarse de golpe en la cama. Miro a su alrededor sintiéndose desorientado. Talló sus ojos con la manga de su sudadera. Ni siquiera había tenido oportunidad de cambiarse de ropa la noche anterior. Volteó a su lado para encontrarse a Gabriel tumbado boca arriba, asomando únicamente los ojos por debajo de las mantas. Carlos no quería reírse, pero aquello era definitivamente lo más adorable que hubiese visto en mucho tiempo. Adorable e increíble.

—Espero que hayas amanecido mejor y que puedas levantarte. A mi mamá no le gusta que la hagan esperar.

—¿Qué? No, no. No... —Gabriel se sentó de pronto. Lanzó la manta tan fuerte que casi había caído al piso—. Ni se te ocurra pensar que yo voy a salir de aquí.

—¿Y entonces piensas quedarte a vivir en mi habitación para siempre? —preguntó. Gabriel se cubrió el rostro con las manos, reprimiendo un grito y balbuceando quién sabe qué cosa.

MACHOS ALFADonde viven las historias. Descúbrelo ahora