Hice todo lo posible por ahogar el gruñido poco humano que buscó salir de mí.

—Los años cambian los gustos, amor—reí—, así que dudo que te gusten las mismas cosas de hace más de un siglo, ¿no?

Mi amenaza, sino la sintió de esa forma, bien la percibió con mis uñas rozando su cuello. El color rojizo prontamente apareció por su piel y, del mismo modo, desapareció al instante. Ni una sola marca quedaba en los reflejos a no ser que fuese ocasionada con una gema.

Daxon volvió a lamer sus labios y, de un solo movimiento, me mordió el labio inferior, ahogando un jadeo consumido.

—Siempre nos entendimos bien.

***

La medianoche había tocado las puertas de cristal de la edificación y por esto mismo, ya no se podían escuchar las risas, murmullos y comentarios de la escuela. Edén me había dejado en mí habitación, prometiendo regresar a la mañana siguiente, ya que su trabajo no tenía descanso y debía irse por unos días.

Cerré la puerta detrás de mí, sin siquiera despedirme de Edén como realmente hubiese querido. Pero era demasiado. Las cargas que seguían pesándome en los hombros eran algo con lo que había lidiado por mucho tiempo, pero el hecho de que una parte de mí pasado en la tierra... regresase... Mierda, no. Era una completa locura si me enfrentaba a ello.

Volví a observar mi cama, las comodidades que me estaban ofreciendo, lo que realmente estaba entre nosotros, en aquel modificado castillo, más antiguo que varios reflejitos que rondaban por esos pasillos.

—Por un jodido Antiguo, Vega...—exhalé, golpeando mí pecho dos veces antes de tragar mi propio aliento helado. Tan helado como si el invierno me hubiese atrapado, pero por voluntad propia. No llamaría mis tinieblas para calentarme— ¿Qué piensas hacer?

Como si alguien tuviese la necesidad de responderme, el reloj de arena, envuelto en cristal rojizo, sonó por lo bajo, como un arpa delicada cantando aprensivamente una historia de guerra, de paz y amor. Conté los minutos, esperando que pasasen, que corrieran tan rápido como alguna vez lo hice en esos bosques... sola... abrumada.

Necesitaba recorrer cada uno de esos pasadizos, cada pasillo, cualquier camino con el que lograse encontrarme. A fin de cuentas, por más agotada que estuviera, el sueño no deseaba atraparme en sus cálidos brazos, no hasta que el amanecer acallara la oscuridad en mí.

Control. Solo era cuestión de control.

Estrujé con fuerza el cristal roto en mi cuello y, en cuanto el reloj marcó las dos de la mañana, abrí la puerta, revisando primeramente que el gorila o alguien más estuviese rondando. Era consciente de que posiblemente había magia Driagna protegiendo cada mural, el mismo ascensor, pero las escaleras... caminar en ellas, aunque fuese agobiante, me brindaba la posibilidad de rondar por donde quisiese.

« No puede ser tan difícil... » me dije, alejando la vista del espejo que reposaba en una de las esquinas. Deseaba escapar hasta de mi propio reflejo en el gran ventanal, donde las mínimas y más tranquilas ramitas presionaban con su fuerza en medio del viento.

Repasé cada lugar que duras penas había podido ver cuando Catarina me trajo, pero estaba claro que no había visto ni la mitad de lo que era ese enorme e imponente castillo a la mitad del bosque. Ni siquiera los humanos, según sabía, habían descubierto esta propiedad.

Estaba cubierto, hasta en el sanitario más nefasto e inferior, de magia... magia que cubría todo rastro, con tal de que todo alrededor fuese como un reflejo de la naturaleza, en vez de enseñar el castillo. Y cuando alguien se acercaba lo suficiente... la neblina caía como un beso del cielo, en advertencia, junto a las bestias que caminaban alrededor.

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Onde as histórias ganham vida. Descobre agora