X

1 0 0
                                    


CDRY, 2007

El almuerzo ya había terminado y había decidido escapar a dar un paseo a solas, aprovechando que a aquella hora la mayoría dormía la siesta, una costumbre local a la que la mayoría se había habituado rápidamente. Los jardines enormes y pequeños bosques le daban la impresión de estar en la jungla, se imaginaba andando en medio de helechos enormes, flores de colores exuberantes y altísimos árboles de gigantescas copas. Franco miro hacia al cielo y las ramas de los álamos y eucaliptos se estiraban, como celebrando al sol. Recordaba las historias que su padre le contaba sobre la selva, cuentos de criaturas del bosque, duendes, delfines que se transformaban sirenas y demonios alados que buscaban secuestrar niños; sonrió, definitivamente no eran historias aptas para un chiquillo de seis años, pero él por aquella época se encontraba fascinado con la figura de su padre, a quien apenas tenía oportunidad de ver en persona en determinadas ocasiones, ¡Había vuelto de la jungla! Lo imaginaba como uno de esos exploradores de las películas, descubriendo ruinas y escapando de los nativos y traficantes. Ahora que lo pensaba, nunca supo cuál fue el motivo por el que su padre pasó casi toda una década en un lugar tan aislado, siempre que preguntaba su madre solo respondía "trabajo" pero, nunca le detallaba nada más allá de esta vaga respuesta.

En fin, no era en cualquier caso ahora que le preguntaría por su pasado, no lo había visto desde la última vez que fue borracho a su casa. A veces podía ser un completo imbécil. Sin embargo, en momentos así sentía que le hacía tanta falta hablar con él, tener al menos una figura en la cual apoyarse cuando veía todo a su alrededor tambalear.

Porque más allá de ser alcohólico o haber estado ausente gran parte de su niñez, era el tipo de persona a la que sentía que podía decirle lo que sea y siempre encontrar apoyo, comprensión, o al menos una vaga indiferencia que lo tranquilizase, como un "no es para tanto". Sí, tal vez él sabría qué era lo correcto.

Justamente fue eso lo que pensó el día anterior luego de ver a James sangrar, retuvo el aliento para no dejar escapar ni una lágrima, tomó un par de bocanadas de aire para tranquilizarse y cruzó la malla para disculparse con él. Lo ayudó a ponerse de pie junto con Diana y lo ayudaron a limpiarse la sangre de la nariz con un pañuelo que Oliver les ofreció. Ronald con otra profesora pronto llegaron y se lo llevaron a la enfermería, todos fueron enviados a sus habitaciones.

Aun así, a pesar de haberle ofrecido sus disculpas (y de haber asentido él en respuesta) se seguía sintiendo culpable, le seguía doliendo cada vez que la imagen de él sangrando cruzaba nuevamente por su cabeza, una y otra vez, lo sorprendían sus ojos atónitos y su rostro pálido con aquel torrente rojo encendido bajo la nariz. No sabía que más hacer.

Siempre era él, él, en todos lados, tenía que ser algún tipo de obsesión, alguna fijación rara de la adolescencia, porque en sus quince años de existencia nunca había pensado tanto en una persona, nunca había deseado tanto verla, tocarla, nunca nadie le había parecido tan desesperantemente lejano teniéndolo a un par de aulas de distancia todos los días, de lunes a viernes de ocho de la mañana a una de la tarde. ¡Era extenuante!

Pocas veces había sentido tanta rabia, tanta frustración, vaya que, en su vida pensó agarrarse a golpes con otro sujeto, y en aquel instante en que vio a Fred tan cerca de James, lo único que quería era desfogarse, dejar toda aquella frustración salir. Su madre no podía creer cuando el director la llamó luego de la pelea para que lo lleve a casa "¿está seguro que fue él?" no dejaba de repetir, "seguro solo se estaba defendiendo". Pero el director, con su fétido aliento a alcohol que vagamente le recordaba al de su padre, le dejó en claro, él había sido el que comenzó la pelea, Franco no lo negó, es más, hasta cierto punto se sentía satisfecho de aquella sentencia.

La Ciudad de Polvo (novela Gay) Where stories live. Discover now