III

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CDRY, 2007

Chirridos agudos alzándose hasta el techo, punzantes enredaderas invisibles trepando por las cortinas, el ambiente caliente y húmedo se condensaba cada vez más hasta que sentía su cuerpo cubierto por el sudor frío, del tipo que brota de la piel en una noche febril de invierno. Él solo giraba de izquierda a derecha enredando sus extremidades con las mantas, sintiéndolas cada vez más pesadas y pegajosas. Así, Franco se rendía una vez más a conciliar el sueño y se levantó tirando las sábanas a un costado, sintiendo el frío contacto del piso de cemento y el aire de la madrugada erizándole los vellos de la piernas y el pecho desnudos, caminó unos paso y se sentó en un la silla negra sobre la cual se hallaban una camiseta y unos bóxer usados, se llevó las manos a la cabeza y apoyo los codos sobre las rodillas.

No entendía, no sabía lo que le pasaba, y le aterraba, le asustaba en lo más hondo descubrir hacia donde lo llevaba todo la amalgama de sensaciones que lo sacudían, sin embargo, a aquella hora todo parecía aclararse poco a poco, su desencanto de Diana, su falta de sueño, el rostro aturdido de James despidiéndose y subiendo al colectivo, él mirando hacia los árboles, él hablando con Fred o riendo con Diana sobre alguna nimiedad...pero era preferible volver a buscar sueño, debía madrugar al día siguiente o sino le sellarían la agenda como tardanza y el cachaco ya se lo había dicho: Una más y lo consideraré como inasistencia, tendré que llamar a tu madre. Y vaya que era lo último que necesitaba, así que se sentó en la cama haciéndola rechinar desde los resortes hasta las patas oxidadas y luego de respirar profundamente se metió entre las mantas.

***

La mañana ya acababa y el sol, inexplicablemente, se podía ver entre las nubes (sabía que no por mucho), igual, Oliver agradecía aquél ligero animo que le daba la luz cálida para variar de aquella gris iluminación con la que el día los seguía casi siempre. Y aquí estaba, sin ganas de ir al salón de clases, porque aún faltaban un par de horas para que termine la semana y ya no daba para más, quería ir su casa, almorzar y dejar todo listo para la noche, para la hora en que todos llegaran.

Hacía mucho no organizaba una fiesta en su casa, ¡y era el último año!, los meses habían pasado tan rápido que no se percató que la semana siguiente tendrían exámenes, luego la semana de vacaciones y de ahí solo quedarían unos meses más antes de dejar aquella escuela para siempre. Esto sonaba tan dramático; "para siempre", daba hasta cosas decirlo en voz alta.

En fin, ya todos estaban enterados, incluso chicos de cuarto año y algunos de tercero. Llegaría a casa, almorzaría y movería los muebles y guardaría los ornamentos más delicados de su madre. Sabía que a la larga se terminarían enterando por cortesía de algún vecino, pero el enojo no les duraría mucho si no encontraban ningún perjuicio al regreso de su viaje a casa de sus abuelos en la sierra.

Así que estaban los portarretratos de la sala, los figurines de porcelana en el comedor, y el espejo junto al televisor, eso sería lo primordial.

Ahora, sólo debían tontear algún rato más en el patio y procurar que ningún profesor lo viera, o si no sería enviado a la dirección sin lugar a contemplación, y eso vaya que sí arruinaría todo. Lo pájaros gritaban, y la mañana ya llegaba a su fin en el punto más álgido donde hasta los árboles parecen querer caminar, allí vio a aquel muchacho de cuarto, el alto de cejas gruesas y expresión seria; el novio de Diana (la linda Diana), que cruzaba el patio rozando con su pantalón los arbustos y sacando de estos ráfagas de hojas caídas, jalando un par de ramas a su paso, furioso, como si trajera consigo la ira de una vida contenida en un instante.

Así, saltó de dos en dos los escalones y llego al largo lavabo que se encontraba afuera del baño de varones ubicado a un extremo, ensombrecido por un árbol torcido que se enredaba hasta la segunda planta de aquel pabellón. Abrió el grifo y metió la cabeza sin dudarlo, dejando que el agua corriera hasta mojarse incluso el cuello de la camisa y tal vez hasta los hombros y el pecho, alzó la cabeza se sacudió el pelo y se quedó mirando de frente, como sopesando algo, como evaluando la situación. Oliver por un momento pensó que miraba a alguien más.

La Ciudad de Polvo (novela Gay) Where stories live. Discover now