24. Vete de mí

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Estaba en bucle, encerrado en el último box, totalmente ajeno a la noción del tiempo. Era incapaz de recordar cuantas veces había repetido ya la canción, el cansancio y la fatiga que sentía en el cuerpo le ofrecían una referencia un tanto abstracta, pero era el peaje emocional el que realmente estaba drenando sus energías. Cerró los ojos, anticipando aquellos primeros acordes, intentando ordenar en su cabeza todo un cúmulo de información. Empezó a cantar, sin poder evitar echar un ojo a la letra, incapaz de retener todas aquellas palabras que debía hacer suyas, digerirlas y escupirlas con dolor y desgarro, vaciándose por completo. Tenía que hacerlo, no había otra, quería exigirse al máximo, forzar aquel límite que parecía inalcanzable, pero no sabía como hacerlo y nadie parecía saber guiarle en aquel camino. Estaba jodido, lo sabía, perdido y frustrado entre las expectativas y las exigencias, intentando encontrarse allí en medio, aferrado a un control que se empeñaban en querer hacerle perder.

Su voz se cortó, asfixiando la siguiente nota. Bajó la cabeza con frustración golpeándose contra el micro, una vez, dos veces, dejando que la melodía siguiera avanzando sin él. En unas horas sería el primer pase de micros y sentía que aquella canción se le escapaba de las manos. Le dijeron que debía vocalizar más, eliminar sus dejes, sus vicios, tenía que cuidar la colocación de la lengua, controlar los gestos, abrir su cuerpo, su voz, su mirada. Debía relajar la expresión, tenía que usar la voz sin adornos, controlar el movimiento de sus manos, no encogerse, hacerse grande, incorporar nuevos recursos que pegaran más con la canción y además debía hacerlo todo sin pensar, sin intentar controlar la forma y sin fijarse en el resultado, dejándose llevar. ¿Realmente querían que él cantase esa canción? Decían que su manera de cantar no le pegaba y debía usar otros recursos, la interpretación requería una pérdida de control incómoda para alguien como él. Se golpeó una tercera vez, su frente resonando contra el micro. No tenía nada en claro, sentía que aquello no arrancaba y aquel pase no haría más que confirmar el desastre que se venía en gala.

Cogió aire, levantó la vista, viéndose reflejado en el espejo. Ojos cansados, agobiados. La canción había dejado de sonar, pero pronto empezaría de nuevo siguiendo el bucle. Tenía que hacerlo, daba igual que no entendiera nada, que no comprendiera la dirección por la que parecían querer llevarlo, que ni siquiera tuviera claro si estaba dispuesto a andar en aquella dirección. No era idiota, sabía que debía hacer lo que dijeran, no había otra opción. Quedó claro en la última gala, quedó claro también en el repaso, había agotado el crédito y si no seguía las directrices volvería a estar nominado, sin excusa. Les tenía que dar algo. Una parte de él, la más rebelde y orgullosa quizás, quería rebotarse, plantarse y asumir aquellas consecuencias. ¿Qué más daba? Sólo era un concurso. Pero otra parte más prudente, más racional, le decía que había mucho más en juego, debía confiar, quizás tenían razón y su cabezonería le hacía cerrarse en banda y no ver más allá.

Confiaba en Manu, allí dentro más que en sí mismo, pero era más fácil no arriesgar y parecer soberbio que lanzarse y no alcanzar sus expectativas. Le daba miedo decepcionarle, también a los Javis. Se había apoyado en ellos, abierto a ellos en muchos aspectos, pero en esta ocasión sentía que le empujaban al vacío sin red y él tenía vértigo. 

Sonó la música, tentadora, un canto de sirena dispuesto a atraer aquellos barcos perdidos a la deriva, obligándoles a desviar el rumbo y estrellarles contra las rocas. Cerró los ojos y se concentró, ignorando el cosquilleo que empezaba a sentir en el pecho, sin fijarse en sus manos sudorosas, nerviosas, inquietas al sujetar el micro. Pensó en ella, en su luz, se sumergió en las dudas, en sus miedos, se dejó llevar por aquella melodía endiablada, pero no salió nada. Silencio. Su voz ahogada, sus palabras atrapadas en la garganta, presas de una emoción que censuró el sonido. No podía, no podía decirlo, al menos no en voz alta. Cerró los ojos tratando de aflojar el nudo que se había formado en su garganta, estaba frustrado, bloqueado, aquello no iba a ninguna parte. ¿De verdad tendría que elegir cantarla o sentirla?

ONESHOTS: ANTOLOGÍA ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora