15. El mismo sol

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Las luces tenues delataban la presencia de un cielo oscuro teñido de diminutos puntos brillantes, anunciando la llegada de una poderosa noche capaz de calmar hasta al más ajetreado de los días. El ambiente era relajado, reposado, finalmente en paz. El día se había apagado horas atrás, quería dormir, pero sus voces seguían sonando tranquilas, sabiéndose recogidas en esa intimidad. La noche se había convertido en su gran garante, una cómplice tan improvisada como necesaria, natural, reuniéndose como viejos amigos. Era tarde, lo sabían, deberían ir a la cama cómo todos los demás pero había algo casi mágico en aquel lugar, en aquel momento, que siempre parecía atraparles hasta que el sueño lograba vencerlos al fin.

—Chicos, no estén despiertos hasta muy tarde —dijo Ana tras acabar el ultimo cigarrillo del día, acercándose y acariciando con cariño el pelo alborotado de Amaia mientras se fijaba en la pequeña zona enrojecida sobre la ceja— E intenten no herirse más.

—Ha sido sin querer, te lo juro —se defendió Amaia, mirándola como deseando de verdad que creyera sus palabras. Se había puesto nerviosa, se había sentido demasiado vulnerable y la vergüenza le arrebató el control, queriendo huir, esconderse. En ese instante su hombro había parecido una buena opción pero el impulso no contempló la distancia de aquella guitarra que se encontraba a mitad del recorrido y acabó dándose un sonoro golpe— Buaaa ¿Por qué siempre me pasan estas cosas?

—Eres Amaia —se limitó a contestar Ana, sonriéndole mientras se despedía con un gesto también para Alfred— Ya hablaremos tú y yo.

—Claro, tú dirás —contestó Alfred sin soltar la guitarra, sin mirarla directamente, haciendo un gesto con la cabeza a modo de despedida.

—Buenas noches Ana, descansa —dijo Amaia con voz dulce, apoyándose en el respaldo del sofá mientras veía a la canaria partir— Me encanta Ana, es como súper buena persona y tiene unos labios...

—Sí, tiene dos.

Ambos siguieron un rato absortos en sus pensamientos, Amaia divagando con la mirada perdida, sin soltar el hielo que aun aplicaba intermitentemente sobre la ceja dolorida mientras Alfred iba toqueteando su pequeña guitarra, creando sonidos en el aire, sin una conexión aparente. Había pasado nervios, había tenido dudas, pero quiso hacerlo igual. No pudo mirarla, no mientras cantó, pero se aferró a la guitarra, su refugio, escudo fiel que conseguía vencer el miedo a la exposición, a mostrarse, a hablar con voz propia. Sólo tras el silencio habló, sin barreras, sin censura, habló con su voz desnuda para confesar sus deseos, sus promesas, sus anhelos tintados del color de moda. I want to meet you on the streets of Barcelona... Porqué ella le inspiró, porqué no sabía decírselo de un modo más honesto, más real. Porqué le habló en el idioma en el que ambos sentían, en el que ambos se encontraron.

—¿Vienes?

Levantó la mirada, Amaia ya estaba en pie, avanzando hacia la terraza sin mirar atrás, dejando aquella invitación en el aire pero sin esperar su respuesta. Si giró sobre sí mismo, acompañándola en su trayecto con la vista, sin poder despegar los ojos de su cuerpo. La vio abrir la puerta, lentamente, en ese momento ella no lo miró, y salió. Debió notar el cambio de temperatura porque se agarró los brazos, frotándolos un par de veces antes de darle la espalda y observar el cielo, abrazándose a sí misma para mantener el calor. Estuvieron un par de minutos sin moverse, separados sin estarlo, pensándose sin saberlo, juntos pese al espacio.

Se llevó la mano hasta la ceja, aún escocía un poco pero no parecía notar ningún bulto. Suspiró aliviada, mirando el cielo nocturno, respirando aquel aire fresco, limpio. Cerró los ojos notando el viento deslizándose entre sus cabellos, meciéndolos, acariciando su cuerpo con una suave brisa. Seguía algo avergonzada, se sentía vulnerable y eso la descolocaba. Él la descolocaba y la llevaba a un límite que no sabía cómo gestionar. Pero le gustaba. Sonrió al recordar la canción, su rostro concentrado en aquellas letras escritas por él mismo, la forma como las palabras abandonaron con prisa y torpeza sus labios. Le había inspirado, dijo. No había sabido que contestar, no podía decir nada. Estaba abrumada, sobrepasada por unas circunstancias que la superaban. Sabía que había sido algo fría, cohibida, pero él empezaba a entenderla, sabía leer entre líneas.

Escuchó el sonido de la puerta, le sintió pasar muy cerca de su cuerpo, alertando a su piel. Pero siguió de largo y ella cerró los ojos, lamentando la distancia ¿Por qué todo parecía tan natural con él? Alfred se sentó, se puso cómodo y esperó unos segundos antes de desafiar al silencio. Empezaron a sonar las notas de una canción y ella sonrió al reconocerla, se mordió el labio sin dejar de sonreír. Podía notar su mirada, aun de espaldas, podía sentir aquella intensidad y atracción que él le despertaba, pero no se movió. Su cuerpo disfrutaba aquel sonido recién encontrado, cerró los ojos y dejó la mente en blanco, entregándose a aquella melodía sin voz. Él alzó la cabeza, apretó los ojos con fuerza, sin dejar de tocar. La música salía sola, sus manos se movían con suavidad, acariciando cada cuerda, mimando cada acorde, amando cada sonido. Ambos callaron, las voces se ausentaron en esta ocasión, vibrando desde el fondo de su garganta, gritando sin alzar la voz. Ya estaba todo dicho.

Take my lips to your mouth —canturreó Amaia, girándose, mirándole. Sus ojos brillaban —I want to meet you on the streets... of Barcelona.

Alfred sonrió, la miró unos segundos, reprimiendo la necesidad de seguir tocando. Esperó, cerró los ojos, reencontrándose un instante con la calma y el silencio, sólo un instante antes de abrir los ojos de nuevo y dejarse llevar. Sus manos se movieron casi por inercia al verla, un impulso. Se estremeció al sentir aquellas primeras notas, pero no hizo nada por frenarlas, las dejó fluir. Amaia suspiró, dedicándole una última mirada cómplice antes de girarse y perderse en las estrellas.

—¿Cómo se dice City of Stars en catalán? —preguntó al terminar la canción, sin dejar de mirar al cielo. Alfred dejó la guitarra a un lado y se puso en pie. Acercándose.

—Ciutat de les estrelles.

—¿Estrella es igual? —insistió, notando como Alfred abrazaba su cintura, rodeándola con sus brazos. Amaia suspiró y se apoyó en su pecho. Él asintió— ¿Y sol?

—Sol, igual, pero se pronuncia distinto.

—Sol —repitió Amaia intentando sonar algo parecido, sin demasiado éxito. Alfred se rio, regalándole un beso fugaz en la frente— ¿No te parece increíble que sea de noche?

Él sonrió, hundiendo su rostro en el cuello de la chica. Le encantaba cuando le sorprendía con alguna idea aleatoria, con algún pensamiento que conseguía descolocarlo. A veces eran comentarios, reflexiones, frases que soltaba en un segundo que lograban desarmarle por completo, le obligaban a rendirse y a quererla un poquito más.

—No lo sé...

— El sol es una estrella, el cielo está lleno de estrellas, de soles pequeñitos y aun así es de noche ¿No te parece increíble?

No pudo reprimir una carcajada. La apretó más contra su cuerpo, adorándola. Le encantaba su manera de ser, su forma de descubrir y sorprenderse por cada detalle, de observar e interpretar el mundo, tratando de entenderlo, de cuestionárselo todo. Le encantaba mirarla cuando se quedaba callada, con la mirada perdida, sumergida en sus pensamientos.

—Eres un bebé —le dijo agarrándole el rostro, plantándole un besazo de los que suenan en la mejilla antes de alejarse y dirigirse hacia la puerta.

—¿Te vas?

—Voy a ponerme el pijama. ¿Vienes? —preguntó, sujetando la puerta aún entreabierta. 

Amaia sonrió, una sonrisa cómplice acompañada de una mirada juguetona. Ambos sabían que aún tardarían un poco en dormir... Sin decir nada más se acercó a él, sin dejar de mirarle a los ojos. Aceptó la invitación, apartando su mano de la puerta, cerrándola ella misma tras su paso.


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ONESHOTS: ANTOLOGÍA ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora