16. Shape of you

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Era demasiado temprano y la habitación estaba aún a oscuras. Los sonidos que adornaban aquel lugar en reposo seguían descansando, reservando las melodías de bromas y risas para más tarde, posponiendo el ajetreo y las prisas para momentos de más luz. El silencio era el dueño del lugar y la quietud su principal norma. El ambiente cálido y denso acrecentaba la sensación de pesadez, atrapándolos entre las sabanas sin querer soltarlos. Horas antes todo había sido distinto, horas más tarde todo recuperaría su ritmo habitual, pero en medio, allí olvidada, la madrugada les visitaba con prudencia, ofreciéndose sabiendo que pocos iban a tomarla.

El sonido de sus respiraciones era una constante, preludio de las músicas que les despertarían horas más tarde. Alguien se movía, el roce de las sabanas, el sonido de su piel contra el tejido. Un carraspeo, un suspiro. Alguien murmurando palabras impronunciables, sonidos que nadie conseguiría descifrar. El silencio hablando.

—Mmm...

Se movió un poco, incomoda, agitando lentamente sus piernas tratando de apartar la sabana que cubría su cuerpo. Tenía calor, demasiado, respirando aquel aire cargado y viciado. Alzó la mano, arrastrándola hasta su rostro, frotándose los ojos que permanecían cerrados. No estaba despierta, tampoco dormida, atrapada en una ensoñación incomoda, aferrándose a los sueños sin querer recuperar la consciencia. Se abrazó a los brazos que rodeaban su cintura, apretándolos contra sí, acurrucándose entre ellos buscando el contacto contra su espalda. Había notado algo, un roce delator, una suave invitación al contacto que la había desvelado un poco, la había despertado lo justo para sentir el calor que les rodeaba. Suspiró algo agobiada, sin querer soltarse, sin poder quitar de en medio aquellas sabanas enredadas en unas piernas que no eran propias, sin acabar de estar consciente para hacerlo.

—¿Titi?

Le escuchó murmurar, quejoso por el movimiento, acercándose a su oreja mientras afianzaba el agarre de su cuerpo, atrayéndola hacia sí, demasiado dormido para esperar respuesta. Fue entonces cuando Amaia lo sintió, duro y caliente, contra su espalda. Su cuerpo se tensó, excitado, expectante, sintiendo una nueva oleada de calor recorrerla entera, consciente que quitar la sabana poco haría para aplacar aquella sensación que parecía querer arder. No era la primera vez que lo notaba, no por eso dejaba de provocar aquella reacción en ella. Se tenían demasiadas ganas, sabían que estaban jugando con fuego, pero cada vez les daba menos miedo poder quemarse.

—Alfred.

Susurró, acariciando sus brazos, mordiéndose los labios sin querer abrir aun los ojos, resistiéndose a perder su mejor coartada. Notó cómo el chico balanceaba levemente su cadera, lentamente, provocando el contacto entre ellos, muy sutil, demasiado tentador. ¿Estaba despierto? ¿Lo estaba ella? Lo notó moverse, enredando sus piernas, encajando sus cuerpos cómo en el más perfecto de los engranajes. Sentía la presión contra su trasero, tentándola, tocando las zonas adecuados para avivar la llama. Un nuevo roce, más profundo, más intenso. Suspiró. Una nueva chispa que amenazaba con descontrolar el fuego, no podía pararlo, no quería hacerlo tampoco. En cualquier otro momento aquella hubiese sido la señal de stop, pero ahora no, no con la complicidad que el sueño les regalaba, no cuando el sol les daba aún tregua. No quería parar, no quería separarse de él, ni dejar de sentir el placer que le producía con cada roce, con cada movimiento. Aun somnolienta, su cuerpo tomó el mando, dejando descansar a una mente agotada por mantener siempre el control, cansada de censurar y prohibir lo que su cuerpo llevaba días gritándole, exigiéndole, demandándole. Quería sentirlo, así, contra su cuerpo, sin más.

Tiró la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro, tomando aire antes de replicar con un suave vaivén, sintiendo la mayor fricción contra su cuerpo. Lo escuchó gruñir con la voz ronca contra su oreja, hundiendo la boca en su cuello, empezando a trazar un tenue camino hasta la línea de la mandíbula. Besos cortos intercalados con juegos de lengua que se entretenía por el camino, distraída, disfrutando aquel trayecto. Amaia se agarró a sus manos, la respiración empezaba a pesar, cada vez le costaba más tomar aire, todo se aceleraba y tenía más calor. La piel se erizó con aquel contacto húmedo en el cuello, claudicando, mientras sus caderas acompasadas seguían su particular danza, lenta, delicada, pero constante y demandante. 

ONESHOTS: ANTOLOGÍA ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora