10. City of stars

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Las luces ya estaban apagadas, el chat se había acabado y el silencio y la quietud habitaban el lugar. Era tarde, con la luz ausente la vitalidad y energía de la sala cedieron su espacio a la intimidad y al silencio. En un par de horas saldría el sol, pero él no había podido dormir aún. A falta de algo más fuerte se había llenado un vaso de agua, sentándose en las escaleras de la sala de ensayo, mirando aquella tienda de campaña olvidada allí en medio. Era una estampa un poco triste, pensó, dando un sorbo.

Sus compañeros dormían, al menos la mayoría. Había intentado seguir en la cama un rato más, dejar la mente en blanco, cerrar los ojos y descansar, pero nada parecía funcionar. Su mente se resistía a relajarse, a desconectar, inconscientemente no quería dar el punto y final a la semana. Habían sido unos días intensos, una montaña rusa emocional donde el rubor, la atracción y la admiración se disputaban el papel principal. Trabajar con ella era una gozada, lo sospechaba de antes y lo podía afirmar ahora. Aquella noche habían vivido algo especial, algo único. Cerró los ojos recordando el momento, aquel cúmulo de sensaciones adornadas por las notas armoniosas del piano, del tempo estable, sosegado. Pensó en los nervios y miedos antes de empezar, las miradas cómplices, tranquilizadoras y reconfortantes, en el ligero roce de sus piernas al sentarse, más largo e insistente de lo necesario, en el juego de miradas y la proximidad de sus cuerpos. Estaban allí, abrazados por el silencio expectante del público, con cientos de miradas sobre ellos. Ambos respiraron, sus ojos se encontraron y las primeras notas irrumpieron de la nada, diminutas agujas invisibles que empezaron a tejer su red, su burbuja, empezaron a aislarles del mundo. Su magia inundó el plató, su pequeña burbuja era capaz de resistir. La sentía, sentía esa conexión especial cada vez que cantaban, cada vez que viajaban a aquel lugar íntimo. No podía explicarlo, era algo casi místico, casi espiritual... Sus emociones parecían brillar, eran luz, sentía su cuerpo vibrar al tratar de contener todas aquellas sensaciones, reaccionando a cada nota cómo si de una caricia se tratase. No podía evitar mirarla, tocarla y la habría besado ya tantas veces si se relajara y le permitiera a su mente la misma libertad que daba a su sentir...

Sumido en sus pensamientos no escuchó el sonido de los pasos, tampoco se fijó cuando la puerta se abrió y entró en la sala arrastrando los pies descalzos medio adormecida. Se acercó poco a poco y Alfred sonrió en cuanto la vio. Se estaba frotando los ojos con el puño, tratando de desperezarse un poco, tenía las mejillas encendidas, de un color rosado que destacaba su aspecto dulce e inocente, sus ojos medio adormilados brillaban y el pelo, más rizado de lo habitual, estaba alborotado y colocado de cualquier manera. Tan natural y a la vez tan bonita, pensó.

—¿No duermes? —preguntó Alfred mientras Amaia se sentaba a su lado, apoyando la cabeza en su hombro, con los ojos cerrados.

—Hace mucho calor en la habitación —se limitó a decir, se notaba cansada. Él la imitó, apoyando su rostro sobre la cabeza de la chica de manera afectuosa. Ella no dijo nada, tampoco se apartó. Ambos quedaron unos minutos en esa posición, disfrutando de su compañía, del silencio, de la tranquilidad del lugar.

—No tengo micro —se percató Amaia de golpe, llevándose la mano donde debería estar el collar.

—Da igual, es tarde, yo tampoco llevo.

—Nos van a reñir —dijo mirándole de reojo.

Alfred no contestó, sin decir nada observó a su alrededor y se puso en pie dejando el vaso de agua en el suelo de la escalera. Se acercó a la tienda de campaña y abrió la cremallera, mirando en el interior. Tocó el colchón con la mano, no era demasiado grueso pero había estado en sitios peores. Aun así, viéndolo de cerca, estaba seguro que nunca pensaron que alguien llegaría a dormir realmente allí esa noche.

—Ven —dijo haciendo señas con la mano. Amaia le miraba de un modo que no sabía interpretar— Vamos a aprovechar el premio.

—Alfred... —espetó con algo de reproche. No le había hecho gracia aquella encuesta, mucho menos lo que implicaba de cara a la imagen que estarían teniendo fuera. No tenía claro que aquello fuera una buena idea.

ONESHOTS: ANTOLOGÍA ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora